¿Qué sabemos del Islam? ¿Nos hemos planteado alguna vez desde Europa, y más allá de las diferencias culturales, ideológicas y de civilización la posibilidad de comprender realmente esta doctrina que trasciende lo puramente religioso y espiritual para convertirse en un horizonte de civilización? Hoy día hablar del Islam es hablar de muchas cosas, y algunas de ellas con connotaciones muy negativas, de enfrentamiento y de ruptura con respecto a las normas y valores que rigen la civilización europea. Sin embargo, es evidente que el conocimiento que cualquier persona pueda poseer del Islam o bien es muy limitado y superficial, o bien es fragmentario y errado, o incluso inexistente.
Hoy queremos descubrir, en la medida que el formato de nuestras modestas aportaciones nos lo permitan, ciertos rasgos o aspectos desconocidos del esoterismo islámico, y con ello queremos dar a conocer una percepción del hecho espiritual y de la Cosmovisión islámica, más allá de las clásicas diferencias entre chiítas y sunnitas, que nos permitan entender ciertos aspectos de la espiritualidad islámica. Desde la voluntad de comprensión y el entendimiento, así como partiendo de la idea de la defensa de todo particularismo, de toda forma peculiar y exclusiva de ver el mundo, y su derecho a ser conservada y verse perpetuada en devenir de los tiempos futuros, queremos conocer aquellas expresiones del hecho espiritual y de la vivencia espiritual que, tanto en Europa como en otras partes del mundo, convierten al hombre como tal en un ser diferente a los demás, y es que la percepción de lo Trascendente, la dimensión de lo divino, es la que nos hace merecedores de un estatus privilegiado sobre otras especies vivas. Es el sentido de lo Cósmico, la conciencia de pertenecer a una dimensión más allá de aquella material y visible, la que dignifica nuestra existencia, y es la ruptura y el olvido de esa conciencia la que nos condena a la degeneración, al menoscabo y a la indignidad.
El ámbito de las doctrinas esotéricas y las vías de realización espiritual implican una multitud de conceptos, una terminología propia y unos Principios cuya definición y exposición al gran público pueden implicar grandes dificultades. En esta ocasión nos vamos a adentrar en una de las vías más apasionantes del Islam a través de sus manifestaciones místicas más esenciales, y en este caso debemos referirnos, de forma unívoca, en el Sufismo, del cual deberíamos de explicar, antes que cualquier otro aspecto, la etimología del término; generalmente, la etimología aceptada del prefijo ṣūf (صُوف) es «lana», y es un término que hace referencia a las costumbres en el vestir típico de las poblaciones árabes con una especie de toga de lana blanca (jirka ‒ خِرْقَةٌ). De modo que en principio el término no contendría referencias explícitas al sufismo estableciendo una distinción dentro del Islam. Sin embargo el vocablo ṣūfī sirve para designar al conjunto de místicos y personas espirituales que profesan el denominado como taṣawwuf (تصوف). Este concepto alude a la quinta forma verbal de la palabra derivada de la raíz s-w-f, la cual significa «profesar el sufismo» o hablar en general de la doctrina. Otra explicación alternativa que se ha tratado de dar al término desde el griego es aquel de sabio a partir del término σοφός (sophós). De todos modos, y al margen de las explicaciones o significados que intentemos encontrar a través de la etimología, los filósofos y pensadores árabes han tratado de llevar a cabo adaptaciones a la gramática semítica de los conceptos clave de la gnosis sufí.
En términos básicos, y para que el común de la gente pueda hacerse una idea de la función del sufismo, éste es el fruto del mensaje espiritual del Profeta Mahoma en un esfuerzo por revivir personalmente la experiencia y transmisión de la Revelación Coránica. Dentro de la formulación ascética de la doctrina cobra especial importancia el llamado Mi‘rāj (المعراج), que se considera la «asunción estática» durante la cual el Profeta fue iniciado en los secretos divinos, y ésta es una experiencia que todo sufí debe esforzarse en realizar. Con lo cual hallamos presente uno de los principios básicos de cualquier doctrina de corte espiritual, y es la imitación del Profeta en el acto primigenio de transmisión de las Verdades eternas e inamovibles del Espíritu. Otra cuestión fundamental es la que se deriva del Sufismo como una forma de reivindicación de las raíces profundas y esotéricas de un Islam originario, más allá de la plasmación literaria y legalitaria de la doctrina. Al fin y al cabo, y esto lo decía Guénon, los aspectos más fundamentales de cualquier doctrina esotérica no pueden traducirse, con todos las connotaciones y matices de su discurso, a un lenguaje humano, y menos a un lenguaje humano moderno, donde la acción destructiva y disolutiva ha hecho inviable cualquier expresión trascendente.
La citada forma de ascesis espiritual se traduce en una conocida tríada, recurso muy recurrente en la formulación de cualquier doctrina metafísica (recordemos la clásica tríada cielo-hombre-tierra tan importante en las formas de conocimiento extremo-oriental), que implica tres elementos en su ejecución, y que recibe el nombre de irfān (عرفان): Esta tríada estaría integrada por sharia (شريعة ‒ El mensaje de la Revelación), ṭarīqah (طريقة ‒ La vía mística) y ḥaqīqa (حقيقة ‒ Verdad espiritual como realización espiritual). Es precisamente el concurso de estos elementos el que articula una visión peculiar, ascética y mística del fenómeno del Sufismo, y que se traducirá en el devenir de los siglos en un conflicto con el llamado Islam oficial. Es precisamente en el transcurso del tiempo, con el paso de los siglos, que la línea sufí se irá nutriendo de los aportes de grandes Maestros, de modo que irá cobrando un protagonismo creciente en conexión con el ámbito del Islam chiíta. De todos modos, y obedeciendo un poco al desarrollo histórico de la doctrina, lo cierto es que el sufismo, y la mayor parte de los seguidores de esta vía místico-ascética, serían de origen suní. De todos modos esta no es una cuestión en la que vayamos a profundizar, sobre todo porque implica una gran complejidad, tanto de datos, puntos de referencia como discusiones dentro del plano teológico que desbordan por completo el propósito del presente escrito.
Pero más allá de la tríada metafísica que define el ejercicio espiritual que constituye el núcleo y piedra angular del Sufismo, podemos trazar una nueva tríada en referencia a la doctrina islámica en su integridad, y que nos ayudará a comprender mejor su funcionamiento: Por un lado tenemos al ʾīmān (إيمان), la Fe, que comprende todo lo que hay que creer; el ʾIslām (الإسلام), la Ley, que comprende todo lo que hay que hacer, y finalmente el Ihsān (إحسان), que confiere al creer y al hacer las cualidades que lo hacen perfecto. De los tres principios que componen el ternario, el último, Ihsān, es la síntesis, de la que deriva la sinceridad de la inteligencia y la voluntad, lo que implica un esfuerzo metafísico y trascendental por conocer la Verdad en su totalidad, se trata de extraer todo el juego, la sustancia y esencia de esa Verdad, empeñar toda la voluntad y el querer del corazón. Y que no se piense con ello que hay una raíz puramente emotiva o romántica detrás de estos conceptos, puesto que la voluntad metafísica de la doctrina no entiende más que de un principio de objetividad, más allá de cualquier derivación, que existe, de las que puedan manifestarse en contextos más exotéricos y, si se puede decir así, más populacheros de la doctrina.
Es precisamente ese concepto de Ihsān el que comprende los aspectos especulativos y operativos de la doctrina, los aspectos que dentro de la doctrina sufí expresan ḥaqīqa y zikr (ذِکْر) y también los términos tawḥīd (توحيد ‒ Unificación) y ittihād (الاتحاد ‒ Unión). La sinceridad y la predisposición desnuda y plena de experimentar esas verdades divinas en su máxima expresión constituyen la base fundamental para todo creyente sufí. De modo que el concepto de Ihsān es el fundamento del esoterismo islámico. De todos modos, algunos autores de la Tradición como Frithoff Schuon hablan de ciertos problemas en el terreno espiritual, como son el tratamiento de la metafísica como si se tratase de una teología antropomórfica y voluntarista, así como una piedad individualista de carácter obediencial. Otro elemento de «crítica» sería la existencia de cierta mitología hagiográfica y ciertas deficiencias en lo que se refiere a la expresión de la vía esotérica. El mejor ejemplo de algunas de estas críticas lo vemos en la dicotomía entre «voluntad divina» y «obediencia», que se reflejan en diversos hechos mitológicos, y que vemos presentes en las grandes religiones monoteístas, desde el Judaísmo, el Cristianismo hasta el mismo Islam.
Por entrar un poco en los elementos que conforman la metafísica sufí, que deberíamos entender como una suerte de «metafísica especulativa» más allá de una filosofía, como se entendería desde la perspectiva profana, y en este terreno es preciso mencionar al más importante representante de esta corriente: Ibn Arabi, del cual hablaremos en lo sucesivo, y que daría para un artículo en sí mismo. Esta metafísica comprende un amplio espectro de especulaciones, todas de carácter bastante abstracto, como aquella que establece una distinción entre el concepto de ‘ilm al-yaqīn (عِلم الْيَقين ‒ Certeza resultante de un conocimiento teórico, como sería conocer las propiedades de un objeto cualquiera) y haqq al-yaqīn (حَقُّ الْيَقِين ‒ Certeza de verdad personalmente realizada, ser el propio objeto del cual se poseía ese conocimiento teórico). Dentro de estas especulaciones siempre existe un vínculo con la vida espiritual interior, otro rasgo del sufismo, que suman la antropología a la metafísica como dos elementos indisociables. Y al mismo tiempo ese carácter especulativo de la mística sufí puede sumar también la idea del amor. En este sentido el Sufismo comprende a su vez muchas vertientes, que varían entre sunnitas y chiítas, y en el propio devenir de los siglos, así como en el espacio, pero entre éstos, como decíamos Ibn Arabi es el más relevante, y eso pese a que su obra permanece en gran parte inexplorada. incluso muchas obras de autores pertenecientes a su escuela se mantienen hoy inéditas. En términos metafísicos, el sufismo buscaría ante todo es un despertar de la conciencia mística, de su sentido interior y más oculto, en relación a la revelación profética de Mahoma, pues mantenerse cercanos a la pureza del mensaje original y mantener un estado de conjunción entre el espíritu religioso del Islam y aquella mística que le es inherente define propiamente al sufismo.
Esta experiencia mística solamente es realizable bajo lo que en árabe se denomina ′Ahl al-Kitāb (أهل الكتاب), en el contexto de un «pueblo del libro», una Comunidad cuya religión se ha fundado sobre un libro revelado por un profeta, porque el Libro celeste impone la obligación de comprender el sentido verdadero. En el caso del sufismo chiíta este principio se encuentra potenciado y señala el camino de una hermenéutica esotérica (taʾwīl ‒ تأويل) que implica que el texto revelado por el profeta todavía requiere de un último paso, dado que se encuentra en un cierto estado de «virtualidad», que hace necesaria la participación de los hombres para convertirlo en acto, que es, básicamente, la función del ministerio del Imán y los suyos. Para que esta iniciativa de hermenéutica profética permanezca abierta hay que reivindicar una intelligentsia espiritualis, en cuya reivindicación se encuentra la síntesis místico-profética de la religión islámica, en lo que es, a su vez, una expresión de la gnosis ismaelita.
Otro concepto interesante que debemos comentar, y que Henry Corbin trató en profundidad, es el concepto de Imaginación Creativa, en lo que es la piedra angular de la doctrina espiritual planteada por Ibn Arabi, y que constituyó una de las bases de su teosofía mística visionaria, y en la que el concepto de «imagen» estaba vinculado al ámbito de las percepciones sensibles, y que no se encuentra todavía en el nivel de la intuición intelectiva de los puros inteligibles, sino entre dos mundos, como mundo mediano y mediador, sin el cual todos los elementos propios de la vida profética y sagrada se ubican en lo irreal. Ibn Arabi establece aquello que se denomina la metafísica de la imaginación activa y del mundus imaginalis. Se entiende la imaginación como el órgano de la percepción y, nada tiene que ver con fantasías profanas o el ámbito de lo irreal, sino que es capaz de reproducir condiciones objetivas. Estas condiciones de la imaginación se plasman en una concepción del mundo tripartita:
Entre el Universo, que puede ser objeto de la pura percepción intelectual (El universo de las inteligencias Querubínicas).
Luego tenemos Universo perceptible mediante los sentidos.
Entre los dos primeros tendríamos un mundo intermedio, que sería aquel de las Ideas-Imágenes, de las Figuras y arquetipos, de cuerpos sutiles de y de un sentido inmanente de la existencia.
En este universo el órgano es la imaginación activa, es el lugar de las visiones teofánicas, la escena en la que toman cuerpo y realidad los eventos visionarios y las historias simbólicas es el mundus imaginalis del que venimos hablando. La imaginación de la que se nos habla tiene una función creadora, activa y, consecuentemente, también teofánica. Lo paradójico es que en cualquier experiencia mística el papel de la representación y de la Imagen como tal es nulo, mientras que en este caso la «Imagen» y la «Imaginación» asume toda la expresión de la experiencia mística y la valorización de la potencia del símbolo.
Para finalizar, y por trazar una serie de ideas generales, el sufismo es, como doctrina mística y de realización, al igual que el Budismo o formas análogas de ascesis, busca alcanzar condiciones de vida objetivas, en las que la purificación interior y la búsqueda de la Verdad como tal superen todo velo engañoso, superfluo y vacío de la existencia, la purificación interior y mantener vivo y actualizado el mensaje de la Revelación, y con ella la figura del profeta y, en consecuencia, comprender mejor el sentido mismo de la existencia y Trascender condiciones humanas objetivas. Nos encontramos ante el mismo poso común de técnicas y desarrollos que cualquier doctrina de orden metafísico, y místico-ascético, desarrolla para conseguir la auto-realización. Dentro del contexto de la Tradición Perenne el sufismo sería, como otras vías esotéricas y místico-ascéticas, podría clasificarse como una doctrina propia de tiempos descendentes, como lo sería el Cristianismo, pese a poseer sus propias vías gnósticas, en el sentido de procurar los medios para la auto-realización dado que han desaparecido las estructuras propias del mundo tradicional, y con éstas los centros iniciáticos y de transmisión regular de la doctrina en su ortodoxia fundamental.