Las fuentes bibliográficas
El catarismo es un tema que levanta pasiones, que se envuelve en el misterio y evoca muchas y variadas teorías, muchas de ellas sin base ni fundamento alguno, puras especulaciones que más que lanzar luz y aclarar muchas de las misteriosas prácticas y creencias asociadas a esta conocida «herejía», desde la perspectiva de la Iglesia, han ensombrecido muchos de los puntos básicos que nos permitirían conocer los entresijos de la misma y despejar ciertas afirmaciones fantasiosas y sin sentido. En el presente texto vamos a tratar de sintetizar algunas cuestiones básicas, e incluso otras algo más profundas, para ofrecer una visión lo más completa posible del catarismo, y para que nuestros lectores puedan hacerse una idea general de lo que supuso la doctrina en el Medievo, al margen de las connotaciones más históricas y políticas, que serán objeto de nuevos escritos en un futuro próximo. De modo que nos centraremos más en la doctrina, sus prácticas y las fuentes de la fe.
Durante mucho tiempo el catarismo ha sido considerado como una forma de «herejía» que se ha tendido a encuadrar en corrientes maniqueas o directamente no cristianas. Desde la perspectiva del estudio más académico contamos con obras como la de Historia de la secta de los cátaros o albigenses (1849) de Charles Schmidt que es considerada la síntesis más completa del catarismo. Luego tenemos las aportaciones de Edmond Broecks con El catarismo. Estudio sobre las doctrinas, las visiones religiosas, las actividades literarias y las vicisitudes de la secta de los cátaros ante las Cruzadas (1916), o, entre las principales obras clásicas, aquella de Jean Guiraud titulada Historia de la inquisición en la Edad Media (1935), en una obra que resultó fundamental para renovar ciertas visiones sobre los cátaros en varios aspectos, y en especial a un sacramento en particular, que era una de las piedras angulares de la doctrina cátara: la consolación. A través de un riguroso análisis demostró que los ritos cátaros no se basaban en una parodia de los ritos y sacramentos católicos, sino que se tomaban como base en una reproducción bastante precisa de los ritos de la liturgia cristiana primitiva. Respecto a otras acusaciones lanzadas habitualmente contra el catarismo, la relación de ésta con el maniqueísmo y otras formas de gnosis orientales, así como otras interpretaciones que entran en conexión con formas de ocultismo, hay una unanimidad y acuerdo entre los diferentes estudiosos. Es el caso del llamado «neocatarismo» que emergió con fuerza durante la década de los años 20-30 del pasado siglo en el Sur de Francia.
Fue precisamente durante la década de los años 30, concretamente en 1935, cuando se publicó otra obra esencial, como fue Movimientos religiosos en el Medievo, del historiador alemán Herbert Grundmann, y que nos habla de las herejías cristianas en el Medievo en un contexto mucho más amplio, bajo un impulso religioso de corte evangélico y de pauperismo que terminaría convirtiéndose en el origen de las órdenes mendicantes, que en un principio no encontraron salida dentro del marco institucional de la Iglesia. Otra teoría, desarrollada a partir de la obra de Rafaello Morghen Observaciones críticas sobre algunas cuestiones fundamentales relacionadas con los orígenes y características de la herejía medieval (1946) dio impulso a la idea de que el Catarismo habría sido una religión de importación, derivada del maniqueísmo y de origen occidental. De modo que el fenómeno del catarismo no debemos ver elementos extraños y ajenos a los hechos de su época, sino que estaría íntimamente ligado a fenómenos y hechos dentro del ámbito espiritual, y en ese sentido la Reforma Gregoriana del siglo XI ocuparía un lugar central. En esta idea del catarismo como un fenómeno netamente europeo, y no importado de otras latitudes, tenemos los estudios de autores como los de Henri Charles Puech, André Vaillant y otros estudiosos de origen balcánico establecieron una relación directa entre el catarismo y ciertas comunidades bogomilas de la zona sur de los Balcanes y el Norte de Grecia. Los bogomilos eran unas comunidades de naturaleza ascética y unas normas de vida rigurosamente reglamentadas cuyos ritos y estructura organizativa guarda paralelismos significativos con aquellas de los cátaros. De modo que el catarismo formaba parte de las exigencias espirituales de la Europa cristiana medieval, profundamente radicadas en las realidades de su tiempo, y que en modo alguno era un conglomerado de proposiciones teológicas abstractas o sin sentido alguno. Hubo un claro proceso de maduración a lo largo de varios siglos.
En 1953 aparece Los Cátaros de Arno Brost, una obra ya convertida en clásica y de referencia respecto a la historia y doctrina del catarismo, fuertemente documentada en el plano histórico-religioso que incluye un estudio detallado acerca de la evolución espiritual y religiosa y las transformaciones dentro de ese ámbito en Europa desde la Antigüedad Tardía. La particularidad está en el hecho de que marca el itinerario y la génesis de un dualismo cátaro hacia un fondo «pagano» que se combinaría con los elementos cristianos como un residuo permanente de los modelos históricos tradicionales, y que definiría al catarismo desde una base cristiana. Otra de las particularidades es que Brost utiliza por vez primera fuentes genuinamente cátaras en lugar de fuentes indirectas como cartas, crónicas, escritos polémicos o actas inquisitoriales. Precedentemente, en 1939, Antoine Dondaine hizo un descubrimiento casual en la Biblioteca Nacional de Florencia, e inmediatamente publicó El libro de los dos principios, que era la obra de un hereje perteneciente a la Iglesia cátara de Desenzano, quizás Giovanni de Lugio, y un ritual en latín de los herejes. En los años sucesivos se fueron recuperando documentos originales que fueron puestos en conocimiento del gran público, tal es el caso de dos sermones apologéticos de Durán de Huesca (1160-1224) —uno sobre La iglesia de Dios, y el otro un Comentario al Padre nuestro— junto a otro texto ritual, en occitano, conservado en el Trinity College de Dublín.
Gran parte de los textos cátaros recopilados durante varias décadas fueron recopilados finalmente, y traducidos al francés, en el volumen bajo el título Ecritures cathares (1968). Fueron comentados por René Nelli y permitió dar voz, aunque de forma fragmentaria a los herejes, que permitieron arrojar luz sobre la vida cotidiana de aquellos que integraron las comunidades cátaras, su organización social o algunos de sus líderes.
Para finalizar este apartado, y a modo de notas más o menos generales, conviene destacar que los cátaros se consideraban a sí mismos como cristianos o «buenos cristianos» y fundamentaban sus creencias en la lectura de las Sagradas Escrituras, para ellos solo había un profeta y éste era Cristo, o que la única revelación existente era aquella contenida en el Nuevo Testamento. ¿Dónde estaba entonces la particularidad del movimiento cátaro? Pues en algunas premisas que, como ocurrió con ciertos movimientos coincidentes con el Año Mil o con la aparición de las órdenes mendicantes, demandaban el retorno a las verdaderas enseñanzas de Cristo y a la vida apostólica. Nada que ver con la pretendida «infección» dualista y pagana de Oriente que pretendía corromper el cuerpo sano de la cristiandad. Y además esta información se puede deducir de las propias actas inquisitoriales, donde los cátaros no son reflejados como sectas secretas o vinculados a tramas ocultas con los Templarios o incluso vinculados a la custodia del Santo Grial, como podemos ver en multitud de novelas pseudo-esotéricas convertidas en best sellers.
Las fuentes de la fe
Las fuentes del catarismo occidental son abundantes y de diferente rango. Las fuentes son también variadas; desde documentos que mencionan cualquier elemento convencional, desde cartas hasta crónicas, a exposiciones completas acompañadas de sus correspondientes refutaciones, con el apoyo de las Sagradas Escrituras. Por otro lado, debemos contar con aquellas fuentes anteriores a mediados del siglo XII y que nos remiten a la mencionada doctrina Bogomilista, radicada en la Europa oriental.
Podemos encontrar infinidad de testimonios en tierras alemanas como Renania, o francesas, con especial mención de Languedoc, España, Córcega o Italia entre otros territorios de la Europa occidental, donde proliferan comunidades cátaras que entran en confrontación con la Iglesia y los testimonios que, desde la jerarquía eclesiástica se producen contra éstos. Desafortunadamente no podemos recogerlos todos en este artículo por lo vasto que resultan estas fuentes. Lo que aquí nos importa es, especialmente, las fuentes de la doctrina cátara, y que nos remiten, como hemos apuntado anteriormente, a las mismas fuentes de la fe cristiana medieval. Los cátaros atendían los mismos preceptos religiosos y doctrinales recogidos en las Sagradas Escrituras, creían en un Salvador, en Cristo como autor de la Revelación y en el propio testimonio de su existencia y enseñanzas a través del Nuevo Testamento. Sin duda el elemento más llamativo es el dualismo derivado de las creencias maniqueístas, y el hecho de que la Biblia no tenía para ellos la misma importancia y el mismo fin en los distintos apartados o libros que la componen. De hecho salvo algunas partes, consideraban que el Antiguo Testamento era un libro al servicio del mal. De modo que Dios, la Ley, los Patriarcas y los Profetas del Antiguo Testamento son radicalmente malvados y, asimismo, fuente del Mal.
En cuanto al Nuevo Testamento fue utilizado por las distintas comunidades albigenses en todas sus discusiones y polémicas, pero no desde una interpretación literal, sino en un sentido claramente místico y en oposición a cualquier perspectiva dogmática. De hecho también se sostenía que el texto de las cartas había sido alterado. Y así nos lo hacía saber Jacques, hijo de Pierre Authié, hacia 1305:
«Hay dos “cartas”, una de las cuales es la nuestra, que el Hijo de Dios nos dio cuando vino a este mundo, y es verdadera, segura y buena; pero, después de que el Hijo de Dios la hiciese, vino Satanás y, imitando a esta primera “carta” hizo otra, falsa, malvada y defectuosa, y es aquella que tiene la Iglesia romana. Si aquellos de la Iglesia romana viesen la “carta” original, pocos de ellos la reconocerían, porque están ciegos; e incluso si existen entre ellos quienes la conocen, la ocultan a los demás y no quieren seguirla, así son atraídos por el mundo».
De modo que había una acusación explícita de falsificación por parte de la Iglesia de Roma respecto al Nuevo Testamento. Sin embargo, no tenemos más que algún breve testimonio fragmentario acerca de la «carta verdadera» y ciertas especulaciones acerca de que realmente existiese una versión alternativa en lengua romance. En cualquier caso nos remiten a una tradición oral cátara y las versiones apócrifas de ciertas partes de la Biblia como la explicación sobre la manzana de Adán, la composición del Símbolo por parte de los Apóstoles o una historia de los Reyes Magos en relación al nacimiento del Mesías.
La doctrina cátara no tenía nada que ver, en su exposición y en sus enseñanzas, con nada que tenga que ver el orden consecuente de un manual de teología, de los que pudieran utilizarse en cualquier seminario. El catarismo se presentaba como una especie de congregación religiosa dentro de la familia cristiana, como una orden que estaba en condiciones de garantizar la salvación de sus integrantes.
Las enseñanzas, más concretamente, hacían referencia a la misma existencia de los «buenos cristianos», amparados en estrictas reglas de vida como la continencia, la abstinencia, la prohibición de la mentira y la violencia o el trabajo manual. En este sentido la cualidad de «cristiano verdadero» estaba en las esperanzas de salvación desde la perspectiva del esfuerzo apostólico, más allá de los sacramentos, y de ahí que estos preceptos fueran más importantes que el Bautismo para los cátaros. Toda la apologética utilizada por éstos se justificaba a través de la lectura en lengua vulgar del Nuevo Testamento. Aquellos que se adherían a su causa eran recibidos por la Iglesia cátara con la reverencia (melioramentum) y el beso de paz ritual.
Las enseñanzas se estructuraban en distintos grados , aunque toda la enseñanza teórica se fundamentaba en la sólida permanencia de las realidades divinas y espirituales, la precariedad de este mundo y lo mucho que se infravaloraba el Evangelio. A partir de aquí se derivaba la idea de que las almas participaban en un mundo superior, del que formaban parte, como emanaciones de la divinidad, y preexistentes, cuya prisión terrestre era la consecuencia de la caída común y que Cristo, el cual no había tenido más que la apariencia de la humanidad, había sido enviado por Dios padre para restituir a las almas en sus orígenes celestes y así permitirles retornar junto a él. Tomando como base estas premisas se introducían una serie de mitos que tenían una función claramente didáctica: la referente a la visión de Isaías y el mito del pelícano para la Redención, el adopcionismo y el docetismo; el mito del caballo por la metempsicosis; aquella de la cabeza del asno para la explicación de la composición de la naturaleza humana: cuerpo, alma y espíritu, entre otras muchas. Es posible que toda esta doctrina haya sido presentada como una gnosis junto a la ortodoxia sin excluirla. Es una premisa necesaria para entender el éxito que la predicación cátara pudo llegar a alcanzar frente al simple pueblo y la aristocracia confrontada con las cosas del mundo. Y es que aquello que convencía a la gente de la época no erra una convicción racional, sino el ansia por asegurarse la salvación con una «buena muerte».
De ciertas actas inquisitoriales se deduce la existencia de una base muy simplista respecto al dualismo defendido por el catarismo, en el sentido de «un dios bueno y otro malvado». En realidad la base del dogma cátaro se trata de la creencia en dos principios contrarios, algo que tenía, en origen una base totalmente aristotélica, cuando Aristóteles dice aquello de que los principios contrarios son contrarios, y dado que el bien y el mal son contrarios los principios son contrarios. Sin embargo, todos los contrarios son similares por naturaleza. El bien y el mal son contrarios aunque similares por naturaleza. Si uno es un principio, el otro lo es realmente. Es más, si una causa es invariable, lo es también en su efecto. Porque las cosas sensibles son variables, su causa no puede venir del Dios bueno y verdadero que no cambia.
En este sentido contamos con referencias en el Antiguo Testamento, por un lado, con la siguiente cita: «Todas las cosas son dobles, una frente a la otra» dice en el Eclesiastés (42,24), y para probar la eternidad del principio malvado, tenemos la referencia del libro de la Sabiduría: «Malvada es su estirpe, innata su malicia, porque su intención no habría cambiado en lo eterno, su semen está maldito desde el origen». Al mismo tiempo encontramos la confirmación de estos principios en los Profetas: «Si el Etíope puede cambiar su piel, o el leopardo su mácula, también vosotros podréis operar el bien, mientras os acostumbráis al mal»; «yo me volveré contra ti, monte de Seir, y extenderé Mi mano sobre tí y te procuraré la devastación y la desolación. Destruiré tus ciudades, y quedarán desiertas; reconocerás que yo soy el Señor, porque tú eras el enemigo eterno».
Respecto al Nuevo Testamento se hacía referencia en este punto a las siguientes citas: «El árbol bueno no puede dar frutos malvados, ni el árbol malvado puede dar frutos buenos»; y «Todo aquello que no ha plantado Mi Padre celeste será desarraigado».
Es muy posible que los cátaros hayan identificado el principio malvado con la materia, sin embargo, y a la luz de las fuentes conocidas, éstos no llegaron a describir nunca un dualismo ontológico propiamente dicho, haciendo alusión a una materia originaria que amenazase al mundo de las realidades «buenas». Más bien se limitaron a las distinciones entre el Principio de la Luz y el Principio de la Tinieblas. Los dos órdenes de la realidad que se oponían entre sí por el carácter de sus propiedades intrínsecas. Por ello debemos considerar que se trataba más bien del punto de llegada de un razonamiento que el resultado de un examen de las Escrituras.
Bajo el dualismo apuntado anteriormente, tenemos la definición de Dios, a la cual la propia ortodoxia dota de su sentido de sabiduría, rectitud, santidad, justicia y el sentido de Bien Absoluto, el sentido de la omnisciencia absoluta, por encima de los tiempos, y bajo el conocimiento de la Primera Causa que nos produce. Es el Dios legítimo, frente al cual tenemos al Usurpador. Es el Dios de la Luz, que se opone al Principio malvado, que carece de todos los principios atribuidos a Dios, y por encima de ellos la existencia absoluta, y que los albigenses identificarían bajo el arquetipo bíblico del rey de Tiro, y que presidiría una trinidad malvada, al que algunos llaman dios de este mundo y príncipe de las Tinieblas. Se trata de Satanás, «el diablo mayor», el «dios extranjero», la antigua serpiente y el «eterno adversario», en lo que son algunos de los calificativos asociados a su figura.
Según la Brevis summula (fuente italiana de mediados del siglo XIII) los cátaros creían lo siguiente:
«Que se trataba de dos principios sin comienzo, de los cuales uno, el primero, era el Dios de la gloria celeste, y el otro era el Diablo, que es calificado todavía en las Sagradas Escrituras como antigua serpiente, príncipe del mundo, según el Evangelio: “El Señor Jesucristo dice: viene el príncipe del mundo y no puede hacerme nada” (Juan 14,30). Según el Evangelio: “Nadie puede servir a dos Patrones” (Mateo 6,24). Dicen que es el dios que oscurece la mente de los incrédulos, según San Pablo: “El dios de este mundo ha oscurecido las mentes de los incrédulos” (II Carta a los Corintios, 4,5)».
Esta visión del dios malvado del Antiguo Testamento opuesto al Dios bueno del Nuevo Testamento, parte especialmente de la visión de Ezequiel, para quien el principio malvado tenía, esencialmente, el aspecto de un ser tetramorfo, no mejor definido. Contradice al dios del Evangelio, es mutable, cruel y mentiroso. A esto también se une otro atributo, y es que afirma «Yo soy aquel que es», lo cual supone hablar como un bufón.
La doctrina cátara a través de Otto Rahn
Con anterioridad hemos señalado la inconsistencia de las versiones históricas, más o menos fabulosas, sobre la conexión entre el mito grialico y la experiencia herética de los cátaros. Un referente en este sentido, y sobre el cual habría mucho sobre lo que hablar, es Otto Rahn, de quien tenemos dos obras como son Cruzada contra el Grial: La tragedia del Catarismo, publicada originalmente en 1933 y vinculada a las experiencias vividas por el autor alemán en los Pirineos franceses, en la Occitania, y una obra de investigación más o menos rigurosa desarrollada en los años precedentes.
En esta obra el autor traza un retrato mágico de las antiguas regiones occitanas, entre el mito, la poesía y la realidad. La pugna por el poder y los desencuentros entre las dinastías reales de los reinos de la época, entre la nobleza de uno y otro lado de la cordillera pirenaica y las vicisitudes históricas de aquel momento central de la Alta Edad Media, entre los siglos XI-XII bajo un trasfondo en el que la descripción poética de los trovadores y el amor caballeresco, que irradian esos siglos del Medievo desde la literatura provenzal y se extienden al resto de Europa. Son elementos que confieren una naturaleza especial a esos territorios ubicados en el extremo sur de Francia, en torno a la cordillera pirenaica. Son los siglos en los que la primera y segunda Cruzada para liberar Tierra Santa de los sarracenos invasores genera una gran catarsis europea tras el llamamiento del papa Urbano II (1095).
La figura del trovador como encarnación de un amor sublimado, espiritualizado hasta los límites más extremos aparece como el emblema de la pujante comunidad occitana, gobernada por parlamentos ciudadanos, bajo el espíritu de independencia de sus ciudades, donde las rígidas estructuras del mundo medieval, fuertemente jerarquizadas bajo una férrea cadena de vasallajes, parecen dejar paso a una cosmovisión propia en la que una especie de perfección cósmica parecía aunar los mayores logros del espíritu con aquellos de una riqueza material.
El trovador sirve a Rahn a modo de catalizador de toda la imaginería colectiva que el pueblo occitano fue capaz de generar, y en última instancia, de aquellos principios e ideas que engendraron el catarismo. La propia idiosincrasia de este pueblo se plasmaba en las aspiraciones cátaras, en la necesidad de negar la vida en la Tierra para afirmar un más-allá mejor, y la existencia se concebía como un camino de perfección, una preparación para una forma de vida más elevada. Este sentido transfigurador de la existencia se fundía con otros mitos y tradiciones precedentes, los cuales conformaban un acervo espiritual único.
Basándose en los escritos de Wolfram von Eschenbach, que fue una de las fuentes más importantes en la obra del autor germano, Rahn nos remite a una idea que hemos apuntado precedentemente: la negación del mito adánico del Génesis y la idea de un Adán andrógino creado por Dios al principio de los tiempos, del cual extrajo a su contraparte femenina, Eva. Según la versión cátara se trataba de dos ángeles caídos, condenados junto a Lucifer a vagar en un permanente exilio terrenal.
Del mismo modo, las costumbres y formas de vida de los cátaros resultaban chocantes respecto a aquellas practicadas por los fieles de la Iglesia de Roma. Una forma de vida eremítica, enclaustrados entre las altas montañas pirenaicas, donde las profundas cuevas conformaban sus catedrales, y como nos relata Otto Rahn «parecían brahmanes o acólitos de Zaratustra».
La idea de un mundo demoníaco y de la dualidad que generan continuas y permanentes antítesis entre el polo positivo y el polo negativo de la existencia es una constante. Nosotros mismos figuramos como ángeles caídos, en la medida que somos materia somos una creación del maligno en contraposición a nuestra alma, donde albergamos el principio positivo, eterno y divino. De modo que la muerte no representaba sino un triunfo, una forma de despojarse de esa parte maligna y corrupta asociada a la materia. Llama mucho la atención la idea iniciática asociada a la vida, y aquello de que quienes no se esforzaban lo suficiente durante la vida estaban condenados a vagar por la existencia «emigrando de cuerpo en cuerpo», que aunque Rahn lo niegue, nos remite a la idea de la reencarnación existente en Oriente, y que autores como Maurice Magre hizo que se refiriese a los cátaros como «los budistas de Occidente».
Resultan llamativas las interpretaciones que Otto Rahn hace sobre el cristianismo, su fundador y sus orígenes a partir de una «herejía judía» y la acción de Pablo de Tarso como catalizador de la doctrina haciendo del Dios cristiano un ente equitativo para hebreos y gentiles. Bajo esta idea contrapone al Adán del Génesis, que avoca a la humanidad a las penurias existenciales del pecado, el sufrimiento y la muerte, frente a Jesucristo, que se convierte en el vehículo de la salvación y liberación. Pero del mismo modo que Rahn apunta hacia una intoxicación primigenia del judaísmo, en el propio Cristianismo regulado y dogmatizado por la Iglesia de Roma se dio un fenómeno análogo con persecuciones y muertes y acusaciones heréticas en nombre de un Dios partidario del caos y la destrucción. De un análisis de la situación de su tiempo, de las persecuciones de las cuales ellos mismos fueron víctimas y acabarían por ser destruidos, los cátaros albigenses concluyeron en la idea de que las causas malas generan efectos de la misma naturaleza. De esta forma un mundo donde el mal triunfaba de forma tan rotunda no podía haber sido creado por un Dios bueno. Para demostrar esta tesis los cátaros hicieron uso del Nuevo Testamento, y tomaron la caída de Lucifer y el nacimiento de la Tierra junto al hombre como hechos totalmente correlativos entre sí. No obstante, y pese a las consideraciones negativas de la vida material, los cátaros no practicaron la mortificación del cuerpo ni el desprecio a la creación terrestre ni la disolución de los vínculos con ésta. El propósito fue aquel de dignificar la vida y hacerla más elevada sobre este valle de lágrimas, y de ahí que la lucha contra el materialismo implicase una espiritualización llevada al extremo.
Y es que en sus pretensiones el catarismo, nos relata el autor alemán, tuvo una clara intención de ir más allá de los límites de una simple religión, y quiso engendrar una Cosmovisión que aunase metafísica, religión, filosofía y culto. El cristianismo profesado por los cátaros nada tenía que ver con el propugnado por la Iglesia de Roma, rechazaba las bases del Cristianismo paulino tradicional, las fuentes escritas que remitían al Antiguo Testamento, cuestionaban el Nuevo Testamento y la naturaleza dada en estos escritos al Jesús redentor.
La Iglesia del Amor, que es como nuestro autor concibe a la congregación cátara, mantuvo un estilo de vida sencillo, sin una liturgia sobrecargada de oraciones y otros recursos habituales en los actos de la Iglesia de Roma. En este caso, como los antiguos paganos, vivían en los bosques y, como apuntamos antes, fijaron sus templos en cuevas y lugares íntimamente relacionados con la naturaleza. Dentro de los sacramentos prescritos por la Iglesia negaban aquel del Bautismo de agua, que reemplazaban con otro del Espíritu, el llamado consolamentum. Éste último era el fin y el objetivo hacia el cual tendían todos los fieles y que era el medio para poderse liberar de Satanás y salvar el alma. En el caso de morir sin llegar a consumar este sacramento cátaro suponía la transmigración del alma de cuerpo en cuerpo hasta conseguir purgar definitivamente los pecados. Había una fase previa de preparación ritual, en la que el aspirante era aleccionado para consumar finalmente el rito, Rahn nos señala una cueva entre los Pirineos o en la Montaña Negra (entre Castres y Carcassone). De hecho Otto Rahn describe el rito con todo lujo de detalles, desde la adecuación del lugar hasta el desarrollo del mismo que concluía en el estado culminante del camino iniciático, que era ser considerado «Perfecto», aunque también eran llamados «Buenos hombres», «Tejedores» y «Consoladores». A partir de ese momento imperaba la soledad bajo normas extremadamente rigurosas, predicación entre los campos y las gentes, y se debían por completo a la Iglesia del Amor. Entre los detalles de esta vida, que era muy dura y exigente, estaba la de deshacerse de todos los vínculos familiares y de amistad, practicar el ayuno 3 veces al año durante 40 días, o alimentarse solamente de pan y agua tres veces a la semana. Tampoco podían matar, ni al ser más insignificante, vagaban por los campos de batalla por las noches ofreciendo el consolamentum a heridos y moribundos. Vestían largas túnicas negras como expresión del infierno que representaba el mundo, y en contraste con el clero asociado a la Iglesia oficial dejaban crecer largas melenas en lugar de la clásica tonsura.
No queremos extendernos más en este relato de detalles, rico y variado, que nos ofrece Otto Rahn sobre las creencias de los cátaros, y es preferible que el lector pueda sumergirse en sus obras, que además de la ya mencionada, encuentra su complemento en La corte de Lucifer en Europa (1938), y con ello en la conexión que el autor alemán establece entre el mito del Grial y aquel de los Cátaros, que hunden sus raíces en mitos y conocimientos esotéricos y tradicionales de gran calado. Adentrarse en la obra de Otto Rahn supone un ejercicio máximo de imaginación; conocimientos históricos, tradicionales y mitológicos hábilmente entrelazados que nos descubren un mito reinventado y dotado de una magia particular. Aspectos que, más allá del Cristianismo y sus avatares histórico-religiosos en los siglos XI-XII, dejan entrever una conexión más profunda con antiguas y arraigadas tradiciones europeas que se pierden en la noche de los tiempos. Y es que la obra de Otto Rahn también está impregnada de poesía, de pasión e idealismo, el mismo que le llevó a su extraña muerte en marzo de 1939.