La libertad es poder decir lo que piensas, poder escuchar a los Rolling Stones y poder dejarte cresta si te apetece
Esta frase lapidaria fue una de las múltiples «perlas» que se vertieron durante la inquisitorial tertulia a la que fue invitado Alejandro Cao de Benós —delegado especial del gobierno norcoreano— durante su visita a un programa de televisión, a raíz de un documental que se emitió sobre Corea del Norte unos días antes.
Dentro de esta tertulia, en la cual todos los defensores del sistema se rasgaban las vestiduras ante la «empanada mental» (sic) del representante norcoreano, fuimos testigos del habitual abuso de argumentos falaces que existe en estos debates y de la profunda ignorancia de sus detractores acerca de la realidad asiática. Pero si algo nos llamó poderosamente la atención fue el debate sobre el concepto «libertad», al que ya hemos dedicado alguna entrada en este blog, y sobre las manifestaciones de susodicha «libertad», de cuya inexistencia acusan al régimen de Pionyang.
Queremos dedicar esta reflexión a la libertad de dejarse una cresta, de conocer a los Rolling Stones o a Madonna y de hablar mal del líder.
1. Hablar mal del líder
Uno de los principales argumentos que el sistema liberal utiliza contra regímenes que considera dictatoriales es la imposibilidad de quejarse o de criticar a quien detenta el poder. Sin embargo, en Asia Oriental las cosas tradicionalmente han funcionado de una manera distinta: el Emperador, el Rey o quien tenga el poder máximo, no lo tiene «por la gracia de Dios» sino porque es un Dios en sí mismo. Pese a que es bien sabido que efectivamente no son dioses, éstos presentan algunos de sus atributos simbólicos y son objeto de la misma veneración. No tienen poderes sobrenaturales ni son inmortales: son una representación de lo divino, la figura del Rex-Pontifex.
Esta veneración hacia el líder se puede observar, en la actualidad, en países como Tailandia o incluso Japón, aunque antes de la segunda guerra mundial era un comportamiento social ampliamente extendido en Asia.
Ciertamente la propaganda Juche ha divinizado a la dinastía Kim. Es bien conocida la historia que cuenta que en el nacimiento del presidente eterno y fundador de Corea del Norte, Kim Il Sung, se pudieron ver en el cielo dos arcoiris concéntricos a modo de señal divina. Algo parecido sucede con Mao Zedong (amigo y compañero de estudios de Kim Il Sung), «predestinado por la providencia a cambiar China» y a quien, todavía a día de hoy, se le llama «El Sol de Oriente» y es respetado incluso por sus detractores. Sin embargo, esto que a nuestros ojos podría parecer ridículo no resulta del todo incompatible con el pensamiento tradicional de influencia budista y confuciano.
Dicho esto, según el punto de vista asiático, hablar mal de quien detenta el poder absoluto equivale a blasfemar. Desde la perspectiva de los pueblos asiáticos todas los problemas en torno al poder, la autoridad o cualquier otro elemento que incumba a la comunidad solamente tienen solución en el contexto de la colectividad. El individualismo atomizado y errático de Occidente no tiene cabida en los esquemas mentales del asiático. En las democracias liberales europeas nos han hecho creer que existe una libertad más amplia a nivel individual, aunque en realidad forme parte de la alienación en una sociedad de consumo y producción donde no somos más que números, y, para colmo, no tenemos ni tan siquiera el amparo de Comunidad y lo orgánico frente a la arbitrariedad de los poderes imperantes. Es más, en el caso occidental no hay un cabecilla sobre el que despotricar. El sistema democrático es como una hidra, a la que cuando se le corta una cabeza aparecen dos más.
El único requisito que la población le pide al líder de manera tácita es que cumpla con la Tradición y con su deber divino, o de lo contrario podrían haber terribles consecuencias: en China todavía circula la leyenda que relaciona el final de la dinastía Qing con la ocurrencia del emperador Xuantong (conocido en occidente como Pu Yi) de eliminar los marcos inferiores de algunas puertas de la Ciudad Prohibida (algo nocivo desde el punto de vista del Feng-Shui) para poder desplazarse en bicicleta.
2. No conocer a los Rolling Stones ni a Madonna
Una de las cosas que más escandalizó a los inquisidores fue comprobar que en un instituto norcoreano, los estudiantes no tenían ni idea de quiénes eran ni Madonna ni los Rolling Stones. ¡¡Qué lástima de jóvenes!! ¡¡Qué feroz que es la censura norcoreana!!
La verdad, resulta chocante ver a españoles reaccionando así frente al desconocimiento de la anti-cultura estadounidense. Teniendo en cuenta que entre China, Japón y las dos Coreas se concentra casi el 70% de la población mundial, en Occidente deberíamos conocer sobradamente a artistas como AKB48, Rain (비), Girls’ Generation (소녀시대) o el último exitazo del dúo chino Chopstiks Brothers titulado Xiao Pingguo 小苹果 (Manzanita) que ha hecho bailar a toda Asia durante este último verano. No sabremos lo que es el Arirang, pero eso sí, conocemos el «Gangnam Style» con el permiso de YouTube.
Pero independientemente del bloqueo cultural anti-americano del que disfrutan en Corea del Norte, los valores que transmite esta forma de anti-cultura son totalmente contrarios a los de la sociedad asiática.
En Asia, incluso en la que se define como «aliada», como es el caso de Japón, el individualismo que predican los artistas norteamericanos no es considerado más que como algo exótico y extravagante, que queda bien para un videoclip… pero no se comparte. En Japón no pondrán impedimentos para que quien quiera pueda ver a una fulana columpiándose en una bola de demolición ni hacia sus mensajes «es mi cuerpo y puedo hacer lo que quiera con él». Simplemente no les llega.
En occidente, por desgracia, nos lo imponen —por mucho que lo nieguen—, y si alguien se atreve a rechazarlos en público, o se ríen de él o lo tratan con condescendencia, como ya le pasó a una niña que le tocó imitar a Miley Cyrus en un programa de TV que, llorando, se negaba porque esa cantante es «muy guarra».
En Corea del Sur, sin embargo, más sometida a nivel militar, cultural y hasta espiritual por los Estados Unidos, la situación es más diferente a la de otros países asiáticos. Sí, aceptan la cultura americana y hasta la imitan con sus grupos de K-POP, con chicas espectaculares… Y con miles de chicas jóvenes que, aspirando a ese modelo de belleza, se someten a operaciones estéticas aberrantes que, en numerosas ocasiones, les dejan graves secuelas de por vida. También llama poderosamente la atención en Corea del Sur la proliferación del «cristianismo» y de otras sectas cristianas, especialmente de la secta Moon, de la que ya hablaremos en otra ocasión.
También son ampliamente conocidas las prácticas comerciales irregulares —y casi delictivas— de las multinacionales surcoreanas, el carácter violento de los surcoreanos (es habitual ver peleas en plena calle en las zonas de copas de Seúl) y el complejo de inferioridad de este país y su odio hacia Japón, celebrando públicamente las desgracias naturales que les puedan suceder, sin ningún tipo de pudor. Esa es la Corea «democrática» del Gangnam Style.
Muy similar es la situación de Hong Kong, cuna de bancos como el HSBC y con un estatus parecido al de Gibraltar, que se resiste con todas sus fuerzas a reintegrarse con China por miedo a perder todos los privilegios de los que disfrutaban y la arrogancia que los caracterizaba como «ciudadanos británicos».
3. No poder dejarse cresta
Otra cosa que escandalizó fue la afirmación de Alejandro Cao de Benós, según la cual uno no podía pedir en una peluquería que le hicieran una cresta simplemente porque eso no saldría de él por el rechazo que provocaría entre sus familiares y vecinos ya que alteraría el orden social.
Pues bien, eso es totalmente cierto y ya no solo en Corea del Norte sino en toda Asia. Como hemos mencionado en los párrafos precedentes, el pensamiento asiático es anti-individualista, incluso en los países «democráticos» como Japón. De hecho, en Japón es bien conocido el proverbio Deru kugi wa utareru 出る釘は打たれる (El clavo que sobresale se martillea).
Este tipo de comportamiento es visible en el ámbito del ocio: es fácil encontrar salas de karaoke o tabernas para ir a divertirse en grupo, pero discotecas, más bien pocas y limitadas a las zonas donde viven los extranjeros.
En Asia es muy importante mantener el equilibrio social y pertenecer a un grupo. Estar «fuera» de un grupo es algo extremadamente indeseable, por lo tanto hay que hacer lo menos posible por desentonar. Solamente en las grandes ciudades, con más influencia extranjera y expuestas al mundo es posible ver ciertas peculiaridades. Pero fuera de ellas, eso no existe.
No queremos con este artículo hacer apología del sistema norcoreano: sabemos por la experiencia de la URSS, de la antigua Europa del Este, de la Guerra Civil Española y de múltiples ejemplos más cuáles son las atrocidades que se pueden llegar a cometer bajo el signo de la hoz y el martillo. No creemos que añadir un pincel a este símbolo represente una excepción. Ahora bien, nadie debería escandalizarse cuando Pionyang le dice a occidente «¡Y tú más!».