Los que tenemos ya algunos años y empezamos a peinar canas, con toda la profundidad de enfoque y perspectiva que ello implica, hemos vivido cambios muy trascendentales en las últimas décadas. De alguna manera, aquello que considerábamos imposible o, en su defecto, poco probable, se ha venido materializando en el tiempo causando nuestro asombro y, por qué no decirlo, nuestro temor e inquietud. Los acontecimientos vividos a raíz de la Plandemia, por ejemplo, nos hicieron ver claramente que el sistema ha abandonado sus posiciones anteriores, el disimulo que caracterizaba a su proceder, ese velo de «normalidad», para intercambiarlo por otra «normalidad», una «nueva normalidad» en la que todo es posible, y esto en el sentido más negativo que pueda imaginarse.
Durante el último lustro hemos asistido a encierros obligatorios, a la imposición de pinchazos con sustancias desconocidas de las que nadie se hacía (ni se sigue haciendo) responsable y cuyos efectos nocivos se han constatado con posterioridad, a un creciente y desmesurado control social a través de diversas vías, que ha colocado el mismo concepto de «Verdad» y «Realidad» en entredicho, sustituyendo la Verdad en un sentido eminente, metafísico si se quiere, en la presa de un relato, de una construcción ideológica de ínfimo nivel intelectual diseñado para mantener a la masa en el redil, acallando cualquier tipo de discrepancia, y especialmente de disidencia, que pudiera romper con ese relato hegemónico, custodiado como si del Santo Grial se tratase, frente a cualquier evidencia objetiva. De hecho, se ha hablado mucho de la «posverdad».
Pero todos estos temas no son nuevos, pese a que su concreción práctica en los tiempos presentes, con las democracias de libre mercado, que venían presumiendo de su «estado de derecho», de sus «garantías» y «libertades», sino que ya venían anunciados en cierta tradición literaria que podemos remontar a las décadas 30-40 del pasado siglo. Ahí tenemos a dos notables autores: Aldous Huxley (1894-1963) y George Orwell (1903-1950), autores de Un mundo feliz y 1984 respectivamente. Ambos trabajos pueden encuadrarse dentro de esa corriente distópica tan característica donde también podríamos encuadrar, entre otras obras, aquella de Ray Bradbury (1920-2012), la famosa Fahrenheit 451. No obstante, vamos a fijar nuestra atención en los dos primeros autores, Huxley y Orwell, cuyos modelos de dictadura propuestos difieren significativamente entre sí, mientras que el primero nos presenta una «dictadura blanda» o «dulce», edulcorada por las drogas y el transhumanismo, el segundo nos dibuja un orden dictatorial cruel y sádico, enfermizo e investido de una diabólica voluntad de poseer al individuo en su interior más profundo.
Tras la publicación de 1984, Huxley, agradecía a Orwell el envío de su mítica obra y en una especie de predicción o vaticinio de futuro confrontaba esta obra con la suya propia:
«La filosofía de la clase en el poder en 1984 es una forma de sadismo llevado a las consecuencias extremas y hacia su solución lógica: ir más allá del sexo y negarlo. Creo que las oligarquías encontrarán formas más eficientes de gobernar y satisfacer su sed de poder y serán similares a las descritas en Un mundo feliz».
Siendo fiel a los dictámenes de su propia obra, Huxley consideraba que se impondría una «dictadura dulce», con el uso masivo y generalizado de drogas farmacológicas y técnicas de hipnotismo a través del desarrollo de poderosas herramientas psicológicas para plegar el control de la mente y la voluntad de las masas al poder imperante. De hecho, este proceso era calificado por Huxley como «la última revolución». Además preconizaba una caída de las masas en un estado de esclavitud voluntaria y adaptada, formulada en aras de una mayor eficiencia en el ejercicio del poder.
Otros autores posteriores como Elémire Zolla (1926-2002), se hacían eco del poder de la hipnosis y de la manipulación de las mentes como un proyecto real a gran escala, con siniestros propósitos. Y de algún modo el liberal-capitalismo ha utilizado este tipo de técnicas a través del mercado, con la estandarización de comportamientos y modas a través del uso de la publicidad en una voluntad de estandarización y uniformización con una voluntad inequívoca de alcanzar la psique profunda del hombre, el subconsciente, para dominar al hombre allí donde el pensamiento lógico y la voluntad se encuentran desdibujados y anulados.
En la misma dirección tenemos a Herbert Marcuse (1898-1979), en cuya obra también vemos alusiones a las agresiones y limitaciones de la libertad en el contexto de la civilización industrial avanzada como parte del progreso técnico. Empieza a delinear en su obra la imagen de un régimen totalitario en el que todos los aspectos de la vida del individuo, y especialmente del pueblo trabajador, se encuentran alienados, encerrados en la lógica del producir y consumir, sin resistencia posible. El hombre reducido a esa condición y cuya única libertad se reduce a elegir entre diferentes productos. En este sentido Marcuse condenaba a la tecnología y delata sus cualidades totalmente funcionales a una ideología de poder. Este es el sentido que otorga a su «hombre unidimensional» cuya definición antropológica se desarrolla sobre un único plano, y bajo ese condicionamiento mental que vemos en la obra orwelliana.
De algún modo, a partir de cierto momento, las herramientas de control de masas se hacen más sutiles, y sustituyen la violencia que el incipiente Estado liberal utilizaba durante el siglo XIX para mantener el orden frente a revueltas o revoluciones adversas, por el uso de elementos de control social y vigilancia, y esto en los últimos tiempos se ha venido desarrollando bajo múltiples excusas, como, por ejemplo, la denominada «Agenda verde», que bajo la premisa de unos hipotéticos cambios dramáticos y catastróficos de raíz antropogénica en el devenir terrestre, debemos aceptar las «ciudades de los 15 minutos», funcionando como «guetos» con contingentes de población estabulados, con movimientos limitados en un espacio reducido, donde prácticamente haya que pedir permiso para salir. Todo por salvar el planeta, por esa ridícula y grotesca teoría de la «huella de carbono», promocionada por bancos y otras instituciones del sistema.
La estrategia del miedo ha dado frutos siguiendo el plan de las élites globalistas, lo vimos con la Plandemia y ha seguido manteniendo su continuidad bajo la apariencia de diferentes amenazas, la emergencia permanente que supone una guerra, como la que la OTAN libra con Rusia utilizando a Ucrania como ariete. Las masas, desestabilizadas han venido aceptando todas las imposiciones en nombre de un «consenso común», convirtiéndose en vigilantes solícitos y aceptando restricciones que antes del 2020 nunca hubieran aceptado.
En este contexto, filósofos como Marcuse hablaban de la necesidad de reapropiarse de la imaginación, mientras que Huxley enfocaba toda la atención en la idea de las «distracciones» proyectadas sobre la masa, anticipando el papel decisivo de los mass media en todo este proceso de control mental, como un auténtico brazo armado de los gobiernos al servicio del Nuevo Orden Mundial y su siniestra Agenda. Y de ahí deriva precisamente la situación que estamos viviendo en torno a los «bulos» y las «fake news», utilizadas como excusa para uniformar y aplacar toda crítica, acusando de «desinformación» a quienes en el ejercicio de una teórica libertad de expresión hacen lo propio. De ahí que se imponga la necesidad de encajar toda realidad en el relato oficial, construido ex profeso para desvincular al hombre de toda realidad, y de ahí la teoría de los metaversos o centrar el foco en asuntos anecdóticos o de escasa importancia, que en el caso de nuestra democracia liberal al amparo de la dictadura del Régimen del 78, ha proporcionado notables beneficios a los líderes partitocráticos.
Y lo más curioso del asunto está en que mencionemos a un filósofo como Marcuse, desde un discurso pretendidamente «anti-autoritario», enemigo de la represión y de la violencia en cualquiera de sus formas, cuando la generación sobre la que influyó preparó las bases de las múltiples ingenierías sociales con las que se debilita y destruye a las sociedades europeas actuales.
En este sentido, hubo otro pensador más reciente que recogió el testigo de Marcuse, como fue el caso de Hans-Georg Gadamer (1900-2002), discípulo de Heidegger, que mantiene una postura especialmente crítica con la acción de los mass media sobre la masa, destacando la capacidad de éstos para hacer apáticos a los individuos, de domesticarlos y adormecer su capacidad de juicio y del gusto, de hacerlas pasivas y poco receptivas al diálogo y al hábito de pensar, además de su capacidad de lanzar mensajes al subconsciente. Estas consideraciones condujeron al filósofo alemán a definir la televisión como «la cadena de esclavos a la cual está vinculada la humanidad actual».
El contexto del mundo en el que se concibieron los discursos distópicos de Huxley y Orwell, pese a la clarividencia y agudo juicio de sus autores, no tenía en cuenta elementos que hoy se antojan indispensables para juzgar los tiempos actuales. Nos referimos a la aparición de internet, una herramienta tecnológica, de uso masivo y quizás con una doble vertiente, pues al mismo tiempo que permite identificarnos, entregar nuestros datos y opiniones voluntariamente, con la posibilidad de elaborar estudios de mercado y perfiles específicos, como herramienta de control, también hace posible estrechar vínculos y construir redes que pueden ser utilizadas en contra del propio sistema, algo que ya apuntamos en un artículo precedente.
Pero profundizando más en el ámbito de la manipulación mental, es obvio que se han trabajado desde hace décadas técnicas de manipulación relacionadas con la llamada «programación neurolingüística», utilizadas en los comicios electorales, relacionados con técnicas específicas de los discursos y de las propias campañas de mercadotecnia. En este sentido son famosas las técnicas desarrolladas por el psiquiatra estadounidense Milton Erickson (1901-1980), en cuya obra desvela el uso de «trucos» relacionados con el lenguaje corporal, sugestiones, y otras técnicas de control mental. La programación neurolingüística (PNL) fue desarrollada a partir de 1975, con objetivos pretendidamente «terapéuticos» por el psicólogo Richard Bandler y el lingüista John Grinder. El nombre de la disciplina deriva de una conexión entre los procesos neurológicos, el lenguaje y los esquemas de comportamiento aprendidos de la experiencia, cuya síntesis podría alcanzar resultados específicos, y útiles, en la vida psicológica de los individuos. La técnica desarrollada por ambos autores, Bandler y Grinder, se basa en una programación de la realidad mediante la programación de la realidad a través de la introducción de información en los tres canales perceptibles principales: el visual, el auditivo y el cinestésico (piel, emociones etc). La idea era que el hombre crea su imagen del mundo a través de estos tres canales de entrada, aunque el principal medio para inducir a la programación es el lenguaje: el poder de las palabras es fundamental para generar esa «alucinación» perceptiva.
Cibergeopolítica, organizaciones y alma rusa
Leonid Savin
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2015 |
Páginas: 214
ISBN: 978-1518696251
Esta técnica se ha venido difundiendo desde los años 70 hasta el presente en diferentes sectores, como la psicoterapia o la mercadotecnia y en general en el ámbito empresarial. No olvidemos el famoso coaching, y terapias de tipo motivacional por el estilo, hasta alcanzar a la propia política y a su inescindible aparato mediático (televisión, prensa etc). Es evidente que su uso ha trascendido esa dimensión «terapéutica» y «curativa» para ser instrumentalizada con propósitos más siniestros, que venimos describiendo en este artículo, y cuya intención no es otra que la de someter las mentes de la masa. El ejemplo más paradigmático, hemos de insistir en ello, fue la Plandemia.
Obviamente, este tipo de condicionamientos que nos señala la Programación Neurolingüística, no nacieron de la forma inocente y altruista de los orígenes, sino que viene a ser una parte esencial de una serie de investigaciones que se iniciaron durante los años 50 y 60, por parte de psiquiatras y otros especialistas y financiadas por la CIA y que recibieron el nombre de Proyecto MK-ULTRA. En este sentido, Huxley, en su función visionaria, hablaba de la posibilidad de inducir al individuo a creer en cualquier doctrina, convirtiendo al individuo en un ser moldeable hasta extremos hasta entonces inconcebibles.
Este proyecto, enmarcado en un conjunto de investigaciones que se estaban desarrollando en ambos bandos, también en la parte soviética, por parte de rusos, chinos y coreanos, en torno al «control mental», no tenía, obviamente, como propósito ningún tipo de fin humanitarismo ni terapéutico, sino la posibilidad de dañar al bloque geopolítico opuesto, en pruebas que contaron, a modo de conejillos de indias, con prostitutas, enfermos mentales y personas comunes e incluía el uso de radiaciones, hipnosis e incluso la administración de drogas psicotrópicas como el LSD. No vamos a relatar el largo historial que la CIA y Estados Unidos tiene en susodichos experimentos, con notables perjuicios contra terceros países, puesto que supondría otro artículo en sí mismo. También se habla de prisioneros de la guerra de Corea y de otras guerras anglosionistas, junto a centros de internamiento como Guantánamo, donde se usaron conejillos de indias para estos experimentos.
Una de las consecuencias de estos experimentos e investigaciones los encontramos también en la estrategia del Shock Economy, elaborada por el autor liberal y premio nobel de economía Milton Friedman (1912-2006) que proponía la explotación de los momentos de crisis y traumas colectivos para ir implementando medidas radicales de ingeniería social y económica. Y es que el propio Friedman era consciente de que solamente en momentos dramáticos y de urgencia era posible inducir cambios a nivel colectivo, de tal modo que lo que se consideraba hasta entonces imposible se hacía posible. En este sentido, y vuelve a ser inevitable, debemos dirigir nuestra mirada, una vez más, a la Plandemia y la aceleración que ha venido protagonizando la Agenda 2030 en los últimos tiempos. Pero los efectos de las doctrinas de Friedman ya se dejaron sentir mucho antes con los golpes de Estado y torturas perpetradas frente a aquellos países y personas relevantes que se oponían a la Agenda liberal, o neoliberal, que desde los años 60-70 pudieran representar algún tipo de oposición o forma de resistencia al avance implacable del globalismo y sus adláteres.
Friedman ha sido el fundador de la Escuela de Chicago y sus directrices y teorías económicas han sido utilizadas tanto por la Reserva Federal estadounidense como por el Banco Central Europeo, así como durante los años 80 ejerció una notable influencia en los gobiernos de Ronald Reagan (1911-2004) y Margaret Thatcher (1925-2013), así como también conviene destacar su influencia anterior, a comienzos de los años 70, sobre las reformas de corte liberal del gobierno de Pinochet en Chile. Quizás haya alguna relación entre estas teorías y las continuas crisis económicas y el creciente control de las economías nacionales por parte de organizaciones transnacionales a través de la deuda, de esa deuda que el propio George Soros (1930) querría que fuese a perpetuidad.
De este modo, tampoco es muy complicado trazar una vía de conexión entre los experimentos de la CIA en torno al «control mental» desde los primeros años de Guerra Fría, y las teorías del neoliberalismo globalista que se han sistematizado desde esa época hasta nuestros días, y lo peor es que lejos de ser aceptadas libremente, algo imposible por su carácter nocivo y autodestructivo, vienen a imponerse de manera violenta, eliminando toda resistencia. Recordemos que el miedo es una herramienta especialmente poderosa, que permite ablandar las mentes y hacerlas moldeables y receptivas a cualquier discurso, abandonando con ello toda función lógica y racional, generando una suerte de impacto psicológico, una experiencia traumática que hace que el mundo de convicciones e ideas hasta entonces aceptado se rompa en mil pedazos. Ante esa situación, cuando las personas se encuentran en situación de shock, es cuando se muestran más dóciles y serviles ante quienes se presentan como benefactores o autoridad en la que depositar toda la confianza. Y nos podemos imaginar que en sociedades sobresocializadas como las nuestras, es mucho más fácil porque la identidad del individuo demoliberal es especialmente frágil y débil.
Hay indicios que nos invitan a pensar que es posible que Aldous Huxley pudo haber participado del Proyecto MK-ULTRA, tema en el que ahora mismo tampoco podemos profundizar. No obstante, se han proporcionado detalles sobre la participación del novelista inglés en este programa secreto, y con mayores atribuciones que mucho personal militar de alto rango. Huxley ya había colaborado previamente con los servicios secretos británicos y posteriormente con los estadounidenses, a partir de 1937, trasladándose a California, donde residiría por el resto de sus días. Durante esa época empezó a experimentar con drogas psicotrópicas, como la mescalina, influenciado por la sociedad de magia ceremonial Golden Dawn, siendo un gran promotor de las drogas psicodélicas desde entonces. Así lo confirma también el testimonio de otros autores como Aleister Crowley (1875-1947). Las experiencias con estas drogas serían posteriormente relatadas por el propio autor de Un mundo feliz en otra obra, quizás menos conocida, bajo el título de Las puertas de la percepción, publicado en 1954. Incluso se habla de su sometimiento a experimentos relacionados con la esquizofrenia y la alteración de la percepción relacionados con el citado programa bajo la supervisión del psiquiatra Humpry Osmond, para quien trató de conseguir financiación a través de organizaciones globalistas como la Ford Foundation y la Round Table, ésta última una organización pantalla de la propia CIA. Muchas de las conclusiones de estos estudios, experimentos y programas de manipulación a gran escala son relatados con todo lujo de detalles por el periodista y escritor italiano Maurizio Blondet, a través de la obra, publicada por nuestro sello editorial, Complots.
Complots
Tomos I y II
Maurizio Blondet
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2020 |
Páginas: 206
ISBN: 979-8678420046
Los últimos atisbos o señales de esta manipulación masiva en el presente, cuya responsabilidad ya hemos atribuido a los mass media, los tenemos en la Europa occidental del presente, con sus democracias liberales cooptadas por los poderes globalistas y supeditados al cumplimiento de una Agenda. Así, por ejemplo, el tema de la «inmigración»1 masiva y no tan descontrolada como muchos creen, sino más bien planificada, con los enfrentamientos de los que estamos siendo testigos en el Reino Unido en las últimas semanas, también responden a complejas ingenierías sociales de manipulación mental, donde el elemento distópico, ciertamente, no se encuentra ausente. Las autoridades británicas, destruyendo durante décadas toda forma de cohesión social y entregado al experimento multicultural de cuño globalista, han dividido y polarizado su país, como en el resto de la Europa Occidental, utilizando con toda probabilidad las herramientas de las que hemos estado hablando, refinadas técnicas de manipulación y control mental, para convencer a la masa de que renunciar a sus raíces, a su Patria, a su propia idiosincrasia como pueblos, y convertirse en territorios sin identidad, con individuos atomizados e intercambiables, es algo deseable en nombre de un «progreso», totalmente abstracto y vendido como una especie de Arcadia feliz, con esa misma proyección teleológica que ha sido característica del liberalismo desde sus discursos decimonónicos.
Nótese la manipulación del lenguaje en el término que recientemente utiliza la prensa: «migración» o «migrante», prescindiendo de los prefijos in- o e-, para dar a entender de forma indirecta que ni se entra (in-migrante) ni se sale (e-migrante) de ninguna parte porque «no existen fronteras», si no que la gente simplemente se desplaza. ↩︎