El reino de la cantidad y los signos de los tiempos
René Guénon
Editorial: Paidós
Año: 1997 |
Páginas: 248
ISBN: 978-8449304194
Esta obra fue publicada por René Guénon en 1945, una fecha histórica de gran trascendencia para el desarrollo de la segunda mitad del pasado siglo. Sin lugar a dudas, estamos hablando de un desarrollo de aquellos puntos que ya se esbozaron en La crisis del mundo moderno (1927), de tal manera que si en esta última obra Guénon nos ofrece una panorámica general de la civilización moderna y nos advierte de modo profético sobre el signo descendente de la humanidad de los últimos tiempos, y nos expone de una forma un tanto esquemática algunos de los elementos clave de su pensamiento (el antagonismo Oriente vs Occidente, ciencia sagrada vs ciencia profana o los perniciosos efectos derivados de una civilización que solo conoce la dimensión material), en El reino de la cantidad y los signos de los tiempos nos encontramos con un desglose y desarrollo de estos elementos en su máxima expresión y profundidad. El desorden y el caos característico de este periodo, del Kali-yuga, debe encontrar su lugar en el orden universal. La civilización occidental, como la anomalía que representa en la historia de las civilizaciones, es una consecuencia directa de las condiciones extremas de la edad oscura. Como nos indica parte del título de la obra, «el signo de los tiempos» nos revela que las actuales circunstancias están más allá de la propia voluntad humana y forma parte de la elevación y primacía del mundo de las contingencias. Sin embargo, y como ya hemos señalado, todos los hechos que tienen lugar en el plano humano tienen una legitimación cósmica e histórica en otro plano más elevado.
Esta obra hay que situarla en un contexto histórico muy determinado, y en el que tanto el Guénon ya islamizado y su obra se ubican. Dentro del orbe cristiano de posguerra encontramos las líneas de un nuevo «humanismo cristiano» que se traza claramente a través de la obra de Jacques Maritain bajo la idea de la necesidad de una reforma moral, y en el que se encuentra ya el germen de lo que en los años 60 cristalizará bajo el Concilio Vaticano II y la desconsagración del propio Cristianismo y sus raíces antimodernas, el liberal-capitalismo configura un Nuevo Orden Mundial en Yalta y se refunda en los denominados «derechos humanos» y la ONU como sucesora de la extinta Sociedad de Naciones. En 1945, y ante las consecuencias materiales y humanas de la destrucción de la guerra, René Guénon se alinea con la idea de la necesidad imperante de una transformación espiritual, pero la misma se encuentra más allá del ciclo presente. No obstante, la civilización de la industria, la técnica, el trabajo y la nivelación por el rasero más bajo, es una realidad que trasciende las propias contingencias inmediatas y nos sitúa en un espectro espacio-temporal mucho mayor en lo que se refiere a la historia de la civilización occidental. Nuestra época es definida por el autor francés como «el reino de la cantidad», y se encuentra en relación directa con el ciclo descendente que vive la humanidad, en el que la cualidad deja paso a la cantidad, privada de cualquier forma de distinción. Desde la perspectiva del sistema de analogías guenoniano se trata del punto más bajo de la existencia y que probablemente ya no pueda ser rebasado en lo que constituye una imagen inversa al punto más elevado, como el reflejo de la destrucción absoluta.
En este sentido, urge la transformación radical de nuestro modelo de civilización, y aunque solamente la naturaleza inexorable de los ciclos conseguirá revertir su rumbo, es necesario que una élite intelectual, de hombres espiritualmente cualificados, ponga los cimientos del nuevo mundo que debe venir con el siguiente ciclo. En ningún caso se trata de ninguna obra de rectificación o restauración de la mentalidad moderna occidental y su mundo crepuscular. En este contexto también entra en juego la conocida antítesis entre Oriente y Occidente, entre Mundo Tradicional y Mundo Moderno. A tal respecto Guénon toma muy en cuenta a autores musulmanes como Avicena y Sorahvardî, donde ya se prefiguran muchos de los aspectos de esta antítesis a nivel místico-esotérico.
René Guénon destaca que el individualismo responde a una forma puramente moderna en base a la cual se funda la falsa concepción antropológica de nuestros días, desde una perspectiva meramente cuantitativa. Durante los tres primeros capítulos del libro la cosmología guenoniana está planteada en torno los principios aristotélico-tomistas y vienen completados por los datos proporcionados por las actualizaciones hindúes e islámicas. El proceso que sigue al descenso del centro originario, de la unidad primigenia, nos conduce hacia la multiplicidad y actúa a través de dos polos: es necesario distinguir la unidad del principio de las unidades aritméticas y cuantitativas, las multiplicidades de lo alto de las multiplicidades de lo bajo y aplicar a las dos parejas de conceptos la noción de analogía inversa. En los dos puntos extremos se halla la unidad metafísica que encierra en sí misma las multiplicidades principales y las unidades cuantitativas y aritméticas en las multiplicidades de lo bajo. Aquellas multiplicidades de lo alto se encuentran cualificadas frente a aquellas de lo bajo que son puramente cuantitativas.
El descenso cíclico se efectúa desde la cualidad pura a la cantidad pura, la primera está «más allá» y la segunda «más acá», es lo que Guénon concibe como esencia y substancia. Todo ser es la consecuencia de la unión de estos dos principios cosmológicos, de modo que toda acción se concibe desde la actuación de un principio activo (esencia) sobre uno pasivo (substancia). De modo que en el ámbito de los arquetipos ontológicos toda acción y explicación debe partir desde lo alto hacia lo bajo, desde la esencia hacia la substancia. Guénon cree que las condiciones especiales de nuestro mundo vienen satisfechas por la materia signata quantitate de Santo Tomás de Aquino, y la relación de la cantidad con la substancia se encuentra en la condición de nuestro mundo sensible e individual, y actúa sobre todo los modos de existencia que la contienen.
Entre todos los modos de la cantidad, aquel que más se refiere a la medida y se encuentra en relación directa con el proceso de manifestación es la extensión, que se encuentra cualitativamente definido por unas tendencias de dirección. De tal manera resulta que la dirección se corresponde con la naturaleza cualitativa del espacio frente a la extensión que se refiere a aquella naturaleza cuantitativa. Podríamos aplicar exactamente las mismas categorías en lo que respecta al tiempo, cuya esencia es todavía más cualitativa que el espacio dado que determina los fenómenos mentales. Mientras el espacio contiene cuerpos, el tiempo contiene acontecimientos. De aquí nace la concepción guenoniana del tiempo, integrado por ciclos cualitativamente diferentes mientras que los hechos que contiene al mismo tiempo se encuentran determinados por una cualidad que los define.
El hombre moderno se encuentra inmerso en un proceso o tendencia en la que se reduce progresivamente a la uniformidad, acrecentando la separación y suprimiendo toda distinción cualitativa. La cantidad pura es la base inalcanzable hacia la que nuestro mundo tiende cada vez más a ensimismarse, pero también hacia el vértice representado por la unidad esencial o cualidad pura que en el estado actual se encuentra ausente, pero que con el avance del ciclo hacia su final y la exasperación de sus características también se acerca. En virtud del principio de los indiscernibles, se da la imposibilidad de ser diferentes, solo números, o de nuestra irreductibilidad a entia rationis similares a las partes supuestas como homogéneas del espacio y del tiempo. De todos modos, Guénon infiere la imposibilidad y lo irrealizable que es el hecho de la uniformidad, ya que supone despojar por completo a los hombres de todo atributo de cualidad y convertirlos en simples máquinas, las cuales aparecen como el producto genuino del mundo moderno, la expresión más evidente del predominio de la cantidad sobre la cualidad, y con ella del nivelamiento democrático y el igualitarismo.
En cualquier caso la manifiesta tendencia a la uniformidad del mundo moderno comporta la presencia cada vez más acusada de lo artificial, y la constitución de una ciencia totalmente cuantitativa y ajena a las ciencias sagradas o tradicionales, con sus aplicaciones en el ámbito de la industria. Con el impulso de las empresas materiales que se deriva de ésta el hombre transforma el mundo y presupone una serie de modificaciones naturales que pone en contraste la función de los antiguos oficios, con su carácter esotérico y sagrado respecto a la moderna industria sin alma y totalmente profana. De ahí que en la modernidad la industria condicione la actividad profesional de los individuos en su desempeño y la posibilidad de cambiarla a placer, lo cual delata un creciente desorden en lo que se refiere al ejercicio de las funciones de acuerdo con la propia naturaleza de los individuos en el orden social, llegando a provocar alteraciones cósmicas por las rigurosas correspondencias que existen entre todas las cosas. René Guénon también denuncia el carácter inhumano del trabajo industrial en el que concurre el anonimato infrahumano de grandes masas humanas. En este terreno resulta interesante la diferenciación entre el anonimato del arte tradicional y aquel que afecta a la industria contemporánea. Mientras el artista tradicional se ha desembarazado de la forma y el nombre alcanzando un estado supraindividual, el trabajador moderno es una unidad numérica anónima e intercambiable. De acuerdo con la ley de la analogía inversa, tan utilizada por Guénon a lo largo de su obra, la uniformidad a la que hacemos alusión aparece como una parodia siniestra y satánica de la fusión de los seres en la unidad.
No obstante, y como ya hemos visto, las diferencias no pueden ser nunca eliminadas, y la misma tendencia uniformadora delata la ilusión de la ciencia, que solamente aspira a conseguir aproximaciones teóricas e hipótesis por la inevitable imperfección en sus métodos de observación y medida. La cantidad pura es inalcanzable, no se puede realizar ningún experimento ni constatar dato alguno, y de aquí deviene la idea de lo convencional e irreal de la ciencia en el pensamiento de René Guénon. En el terreno de la historia, como ya hemos apuntado respecto a la doctrina de los ciclos, en ninguno de ellos se dan hechos y experiencias idénticas, con lo cual es imposible aplicar o describir leyes en nombre de una pretendida regularidad. Por otro lado, la tendencia a la simplificación en la ciencia moderna en su interpretación de la naturaleza es objeto de crítica guenoniana, y si bien puede tener cierto valor en las especulaciones hipotéticas y construcciones mentales de las matemáticas puras, no es así en las constataciones de hecho. En este sentido la respuesta de Guénon se encomienda nuevamente a los principios aristotélico-tomistas, a aquel de que todo lo que es posible es real en su orden y según su propio modo, además de la complejidad que suponen la infinidad de posibilidades más allá del plano corpóreo de la Manifestación Universal.
La complejidad cualitativa de la esencia lleva a Guénon a pensar que el origen de todas las cosas debe ser extremadamente complejo. Parte de esta simplificación obrada por los modernos se refleja también en la propia simplicidad doctrinal del protestantismo, por ejemplo, totalmente privado del sentido esotérico debe dirigirse a todos los individuos indistintamente. La vulgarización también aparece como otro de los males de nuestro tiempo, con la nueva simplificación y deformación de las doctrinas tradicionales, en las que la penetración del espíritu moderno tiene un efecto corrosivo de negación y destrucción.
El racionalismo y el individualismo son las principales herramientas de la simplificación en una tendencia a reducir las cosas a su condición más inferior. Ignora la naturaleza diferenciada de los seres y lo que esta condición implica en el acceso a determinados conocimientos y verdades tradicionales, que además son inexpresables e incomunicables. Se trata del significado profundo del secreto iniciático, respecto al cual el secreto exterior es solo una imagen o un símbolo.
Otra de las características que se convierten en objeto de crítica por parte de Guénon es la actitud materialista como base y reforzamiento del punto de vista profano o con la idea de la vida ordinaria que reduce al hombre a la modalidad corpórea y solamente valora los efectos del orden sensible, inmanente y material. De aquí deriva el desarrollo de un sistema cerrado, fruto de una desviación monstruosa, que genera una ilusión vinculada a un punto de vista totalmente cuantitativo, y que se refleja muy bien en la función de la moneda, totalmente degenerada. En este sentido, nuestro autor opone la función cualitativa y sagrada que la moneda tuvo en origen y que se conservó desde tiempos antiguos hasta el Medievo, cuyo reflejo estaba, por ejemplo, en las inscripciones religiosas que se acuñaban sobre ella. Las transformaciones asociadas a la moneda son un síntoma de la reducción extrema a lo cuantitativo y la disolución final del mundo moderno. Es el fruto de la ruptura y gradual alejamiento del Principio y de la espiritualidad material y la materialización progresiva del ambiente cósmico.
Como consecuencia de este proceso de materialización se ha alcanzado un punto de materialidad que constituye el último término y límite inalcanzable de un estado irrealizable, es lo que René Guénon concibe como el proceso de solidificación. El mencionado proceso ha afectado al hombre incluso en su constitución biológica y psíquica profunda, y con éste ha perdido su capacidad, normal y natural, en estado de potencia, que le permitían superar los límites del mundo sensible. La expansión y difusión de la concepción materialista ha suscitado reacciones y cambios en el ambiente cósmico general debido a la actitud del hombre respecto a su posición de centralidad en el mundo en el que vive. De todos modos, el mundo tradicional tiene sus propios mecanismos defensivos que hacen la Realidad inaccesible a los ojos del profano y el materialista, y permanece vedado al espíritu moderno.
Este mundo moderno cerrado en sí mismo, incompatible con toda existencia real avanza sobre un terreno cada vez más precario, porque la realidad en sus estratos más bajos es también la más inestable y las fisuras delatan un equilibrio frágil a punto de romperse. Estos síntomas también se dejan ver en las ciencias, con su convencionalismo y la condicionalidad de sus hipótesis. Hay un peligro implícito en el cientifismo y su dogmatismo, que se refleja especialmente en las teorías evolucionistas, en las que Julius Evola veía el reflejo de la civilización del trabajo propias del advenimiento de las últimas castas en el poder. La misma idea de la civilización nacida de la barbarie, la religión de la superstición o el hombre de la bestia, o la forma espiritual del instinto y de la líbido freudiana representan perfectamente esa línea involutiva descrita por el Maestro Romano. Para Guénon la mentalidad científica representa una verdadera mitología en el peor sentido de la palabra. Más allá de la teoría evolucionista se podría recurrir a innumerables ejemplos que también afectarían a la propia física moderna, con la sucesión incesante de hipótesis, que se refutan, entremezclan y combinan generando inquietantes contradicciones.
La materialización del orden suprasensible también ha desembocado en diferentes formas de neoespiritualismo, que han supuesto la irrupción de influencias psíquicas propias del mundo profano. y que el tradicionalista francés ya trató en sus dos obras anteriores: El teosofismo: historia de una pseudorreligión (1921) y El error espiritista (1923). En esta ocasión Guénon nos ofrece un recorrido por la historia de la mitologización científica de la concepción de todas las fuerzas físicas como fluidos, desde el magnetismo como precursor del neoespiritualismo y sus influencias en todas las escuelas y sus respectivas manifestaciones.
René Guénon también recapitula sobre las diferencias cualitativas del tiempo, los cambios del ambiente cósmico y humano y la concepción uniforme y simplificadora del mundo del hombre. Éste reclama las modificaciones continuas y no es consciente de los resultados de los cataclismos que nos señalan los puntos críticos del ciclo actual. En épocas anteriores las posibilidades de un orden de lo alto se reflejaban sobre el dominio corpóreo y tenían la capacidad de transfigurarlo. Hay múltiples barreras que nos impiden una comprensión plena de este proceso y que desfigura esos orígenes remontables más allá de los límites de la edad oscura, que se corresponde con los grandes cataclismos, como aquel de la Atlántida. De cualquier modo, toda vuelta atrás es completamente inútil y su estudio solamente sirve a los intereses vanidosos del hombre moderno, cuyo mundo también terminará desapareciendo a su vez. Las mismas consideraciones que Guénon establece respecto a la historia son aplicables a la geografía moderna, cuyo nacimiento e institucionalización es un producto de la mentalidad racionalista moderna. Todas las ciencias modernas han sido separadas de los orígenes de su objeto de estudio, por lo cual podemos encontrar una historia y una geografía sagrada y tradicional que los modernos ignoran por completo con su propio valor simbólico en correspondencia con una realidad superior.
La solidificación del mundo puede ser representada mediante el paso gradual de la esfera con todas sus implicaciones simbólicas, que expresan las dos formas extremas de la manifestación. En las conclusiones finales de Guénon esta relación es fundamental. Se puede decir que en el curso total del ciclo el círculo se transforma en cuadrado y al paraíso terrestre le sucede la Jerusalén celeste. Debido a que la metafísica guenoniana de la posibilidad universal excluye la repetición el ciclo no está nunca realmente cerrado, y sus dos extremos no deben unirse sino corresponderse. El árbol de la vida, que se encuentra en el centro del paraíso terrestre y de la Jerusalén celeste, señala que estos son estados de una misma cosa. El cuadrado representa el cumplimiento de las posibilidades de este ciclo para que establezca su correspondencia con las realidades de orden superior. Por eso la solidificación del mundo tiene un doble sentido, pernicioso y siniestro como consecuencia del movimiento hacia la cantidad y la materialidad, que a su vez se transforma en el germen del ciclo futuro. Con el fin de que suponga una restauración del orden primordial, es necesaria la intervención inmediata de un principio trascendente, sin el cual nada puede ser salvado y el cosmos se desvanecerá en el caos. Esta intervención produce la convulsión final, y hace reaparecer el paraíso terrestre en el mundo visible. En el caso de su cumplimiento hablaremos ya de un nuevo cielo y de una nueva tierra, porque estaremos en el inicio de un nuevo Manvantara y de otra nueva humanidad.