Una voluntad metahistórica
Tal día como hoy, 12 de octubre, tenía lugar el descubrimiento de América, un hito en el cual, queramos o no, se inserta la culminación de un proceso histórico fulgurante, que no es otro que el de la historia de España, que desde los últimos restos de la aristocracia visigoda y resistente en las accidentadas montañas asturianas en el siglo VIII, terminan culminando con el descubrimiento y la conquista de los inmensos territorios americanos, en una historia, o metahistoria, como diría el tradicionalista Francisco Elías de Tejada, de la que pocas naciones modernas pueden presumir. Además conviene recordar que un 12 de octubre, pero de 2014, nació este proyecto editorial, Hipérbola Janus, que también pretende impregnarse de la épica y el lirismo profundo que evoca en las almas hispánicas la construcción del Imperio español y los ecos de una grandeza pasada que, desgraciadamente, parece haber caído en el olvido.
Hablar de Hispanidad supone echarle un pulso íntimo y profundo a la propia historia española, implica un complejo itinerario espiritual e histórico que ha ido configurando a lo largo de los siglos una de las más singulares expresiones de civilización que el mundo haya conocido. Y no se trata de una abstracción ni de un simple mito construido a imagen de esos mitos nacionalistas modernos, sino que define un Ser profundo, un carácter, una forma de ver el mundo, y una cosmovisión, que si bien algunos podrán encontrar exagerado retrotraer a los tiempos de la Hispania romana, si podemos evocar claramente sus huellas en los concilios toledanos, en una continuidad viva que hunde sus raíces en los cimientos visigóticos, donde se forja la unidad religiosa y política, que se proyecta en la Reconquista, y finalmente concluye, o encuentra su expresión más sublime, en el advenimiento del Imperio Católico Universal.
Pero no vamos a dedicarnos a engrosar nuestro escrito con nostalgias esclerotizantes ni constructos doctrinales destinados a sostener viejas aspiraciones imperiales. Más bien debemos hablar de categorías históricas y morales, nacidas de la fidelidad a un destino común, el de un pueblo forjado en el antagonismo, que supo mantenerse fiel a su idiosincrasia y a una cosmovisión en la que, como ya hemos dicho, ha cimentado su identidad. Desde los primeros reinos cristianos hasta el Siglo de Oro no solo construyó una potencia, sino que más allá de esta, fue una idea activa, un principio ordenador del mundo, y una forma peculiar de entender la relación entre el hombre y lo divino.

En diciembre de 1585, durante la Guerra de Flandes, los tercios españoles sitiados en Empel descubrieron milagrosamente una imagen de la Inmaculada Concepción, tras lo cual el viento cambió y las aguas heladas del Mosa les permitieron vencer al enemigo. Desde entonces, el hecho se recuerda como «El milagro de Empel» y la Virgen fue proclamada patrona de los tercios y de la Infantería española.
Como hemos dicho, el germen fundacional de la Hispanidad en ciernes lo podemos encontrar en los Concilios toledanos, donde la monarquía visigoda, bajo la inspiración de la Iglesia, establece un modelo de cristiandad orgánica, una unidad política amparada en la ortodoxia religiosa, en la que se delinean los rasgos que siglos más tarde definirán a España: la primacía del bien común, la concepción sagrada del poder, el equilibrio entre la ley divina y la humana y la conciencia de ser portadores de una misión histórica.
Con la invasión islámica esta conciencia no desaparece, sino que se interioriza y se transforma en forma de resistencia. Durante los ocho siglos de la Reconquista, no solo se lucha por recuperar los territorios perdidos, sino por restaurar el orden espiritual periclitado. La Reconquista es una guerra prolongada por la recuperación de la fe y la unidad. En ella templó España su carácter, construyendo en su seno un espíritu de austeridad, fidelidad y sacrificio, un carácter que se proyectará en el devenir de los siglos en las empresas ultramarinas.
El 12 de octubre de 1492 se consuma la unidad política y religiosa con los Reyes Católicos, y España culmina un proceso interno para arrojarse sobre la apertura de un ciclo universal. Y con el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo se produce la expansión de una cosmovisión que trasciende lo meramente económico y material, a través de una fe religiosa, de una lengua y una concepción del hombre. Es la España que se replica a sí misma, cual Roma, allende los mares, adquiriendo la Hispanidad esa dimensión planetaria y universal pero sin perder su raíz peninsular.

Imagen de la obra de Salvador Dalí «El descubrimiento de América por Cristóbal Colón» (1958-1959).
Esta España no se entiende sin ese trasfondo teológico que desde los visigodos hasta el Imperio se concibe a sí misma como un instrumentum Dei, como un pueblo al que la Providencia ha confiado una misión histórica: la de custodiar la fe católica y difundirla por el mundo. Es a partir de esta autoconciencia espiritual como se constituye el núcleo de su fuerza creadora, es así como encarna una «misión de servicio», consagrada a un ideal más elevado, plenamente espiritual, que, como vendría a considerar Elías de Tejada, sería un intento de encarnar en la historia el orden de la cristiandad, dentro de una lógica totalmente medieval, que guiaba la mentalidad castellana que gestó el Imperio.
Ramiro de Maeztu y Manuel García Morente: dos casos peculiares
Una de las grandes paradojas de este artículo es que vamos a mostrar la visión de dos autores de trayectoria peculiar.
Mos Maiorum, IX (Verano 2025)
Revista sobre Tradición, postmodernidad, filosofía y geopolítica
Hipérbola Janus
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 296
ISBN: 978-1-961928-33-6
Por un lado Ramiro de Maeztu (1874-1936), que en sus orígenes fue un intelectual de filiaciones liberales, anglófilo y de tendencias modernas. Perteneció a la generación del 98, y fue testigo de los momentos más oscuros de la historia española contemporánea, profesó una fe ilimitada en el progreso y la democracia parlamentaria, así como en las ideas regeneracionistas tan en boga e inspiradas por el aragonés Joaquín Costa (1846-1911). Defendía el modelo británico por su «eficiencia y equilibrio» y creía en la europeización de España en clave moderna y liberal. Durante su estancia en Inglaterra como corresponsal terminó desengañándose de sus falaces ideas liberales, y descubrió una sociedad materialista, egoísta y espiritualmente vacía, donde la hipócrita moral burguesa dominaba por doquier. Y su visión moderna y liberal terminó de desintegrarse a raíz de la decadencia moral de Europa, con la I Guerra Mundial, y con el colapso del mito progresista y la democracia liberal. Prueba de ello es su obra La crisis del humanismo (1919), donde ya denuncia los fundamentos del liberalismo y del antropocentrismo moderno, a los que considera responsables de la desintegración de la «cultura occidental». Y a partir de este punto, terminará abandonando su fe en el liberalismo para transformarse en una suerte de pensador tradicional y católico, que verá en la Hispanidad el antídoto frente al nihilismo moderno. Murió fusilado por el bando frentepopulista a comienzos de la Guerra Civil, a causa de sus ideas conservadoras y sus filiaciones religiosas.
En el mar de la nada
Metafísica y nihilismo a prueba en la posmodernidad
Curzio Nitoglia
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2023 |
Páginas: 126
ISBN: 9798394809026
El otro protagonista de nuestro artículo, Manuel García Morente (1886-1942), fue discípulo de José Ortega y Gasset (1883-1955) y catedrático de ética por la Universidad de Madrid en 1912, el catedrático más joven de España en su momento, y su itinerario ideológico fue similar al de Ramiro de Maeztu, aunque tendría un carácter más introspectivo. La formación de García Morente fue racionalista y laica, y se distinguió como miembro de la Generación de 1914. Desde su posición, promovió una pedagogía moderna dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, a través de un modelo ilustrado e iluminista fundamentado en la autonomía moral y la secularización del pensamiento. Durante muchos años, Morente fue anticlerical, liberal y agnóstico, viendo en la religión una superstición incompatible con el rigor filosófico y su adhesión al pensamiento kantiano. Durante la Guerra Civil y el exilio experimentó una crisis espiritual profunda, que se vio acrecentada por la muerte de su mujer y varios familiares, al tiempo que vivía un «hecho extraordinario», una suerte de experiencia mística que transformó su vida por completo y que relata en un famoso texto conocido como El Hecho Extraordinario, que según nos narra su autor, en medio de la desolación absoluta sintió la presencia viva de Cristo como una realidad tangible, lo cual provocó el derrumbamiento de todas las ideas precedentes y su conversión al catolicismo. A su regreso a España en 1940 se convirtió en presbítero, filósofo cristiano y confesor de fe.

Ramiro de Maeztu y Manuel García Morente respectivamente. Trayectorias paralelas, de la adhesión al liberalismo y la modernidad a su rechazo total.
Estos antecedentes no dejan de llamarnos la atención, y confirman el fracaso del proyecto ilustrado. Las trayectorias de ambos autores, aunque similares en múltiples aspectos, difieren en el tono, con un Maeztu más profético y político frente a un Morente más místico y confesional. Sin embargo, ambos convergen en un punto: y es que encarnan el tránsito de la modernidad a la tradición, del liberalismo enemigo del espíritu y la patria, de la identidad y los pueblos, a la Tradición bajo la cosmovisión hispánica, con unos componentes fuertemente religiosos y un común rechazo a la modernidad.
El alma hispánica como estilo espiritual
Manuel García Morente traza un intento filosófico y metahistórico de penetrar en el núcleo de la identidad hispánica, y a lo largo de sus escritos, como sucede con Idea de la Hispanidad (1938), lo deja meridianamente claro, trascendiendo todo análisis meramente sociológico, cultural o histórico. Hay una intuición implícita recorriendo sus páginas, y habla más allá de la raza y de la lengua, así como de la propia geografía, para definir la esencia de lo hispánico, como un estilo de vida colectiva, un ethos, una visión del mundo encarnada en formas históricas diversas pero unificadas por una continuidad espiritual. España no como un dato puramente empírico, como una construcción físico-histórica determinada por el devenir de los hechos, sino desde una dimensión ontológica.
Edén, Resurrección y Tierra de los vivientes
Consideraciones sobre el Origen y el Fin del estado humano
Gianluca Marletta
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2019 |
Páginas: 174
ISBN: 978-1093524345
España se convierte en una nación particular, en un sujeto activo de su propia historia y portador de un destino particular. Los diferentes episodios históricos de los que es objeto (romanización, Reconquista, construcción del Imperio y resistencia frente al comunismo en el siglo XX) contribuyen a forjar el sentido y carácter de lo español. En todos aquellos hechos que afronta, imprime su sello espiritual que deviene en un tipo humano particular: el ser hispánico. Podemos hablar de una suerte de ascetismo histórico, que más que la suma cuantitativa de hechos que compone su historia, adquiere su pleno significado por la actitud con la que los afronta, es un modo de responder al mundo, desde un camino de purificación que orienta a un pueblo hacia su vocación, no ya en la historia, sino en la metahistoria.
Monarquía, Aristocracia y Ética elitista
Antología de artículos evolianos 1929-1974
Julius Evola
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2022 |
Páginas: 316
ISBN: 979-8846898066
De ahí que España se defina en su ethos particular como un estilo, como una forma espiritual de ser y estar en el mundo, con su obrar mismo en el devenir de los siglos. Es un concepto profundamente aristocrático y espiritual y, como decimos, y es importante insistir, no define la materia de sus actos, sino su forma. De tal manera que, entre el Cid Campeador o Don Pelayo y cualquier otra figura española contemporánea puede no existir una continuidad material, pero sí hay una continuidad en el estilo, que es lo que imprime la huella hispánica, desde el arte al heroísmo, en la forma de vivir como en la de morir.

Imagen pictórica que representa la Batalla de las Navas de Tolosa, librada un 16 de julio de 1212, una victoria clave contra el invasor sarraceno en la que participaron los ejércitos cristianos e hispánicos liderados por Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra.
Y por eso la concepción de la hispanidad de García Morente se mueve en un ámbito más metafísico, a través de todo un estilo histórico que define una imagen ideal del hombre español, un arquetipo moral, que vendría a ser —como nos señala García Morente— el caballero cristiano, una figura que encarna al mismo tiempo la acción heroica y la vida interior, la dignidad del combate y la humildad ante Dios. Es la tensión entre la gloria y el sacrificio la que arde en el alma hispánica. Pero el estilo hispánico no se limita a una mera estética o a un carácter, sino que detrás hay toda una ontología práctica y una ética encarnada en la historia, un ideal de vida que en los siglos ha dado unos frutos inmanentes, constatables y físicos, ha erigido reinos e imperios, órdenes religiosas y culturales, gestas atemporales y ha sido una fuente de resistencia frente a la disolución moderna.
La Reconquista tiene una particular importancia en el planteamiento de García Morente, y no solo por su extensa duración, sino porque durante ese tiempo maduran y se consolidan las principales características espirituales de la hispanidad gracias a un antagonismo que recorre dos vertientes: la resistencia frente a una cosmovisión contraria (la islámica) y la afirmación de una identidad propia profundamente cristiana. En el fragor de las batallas, tensiones y luchas el caballero cristiano adquiere sus cualidades espirituales, las del Ser hispánico, integrando heroísmo, ascetismo, humildad y grandeza. La idea de milicia permanente, en la que el honor personal queda supeditado al servicio a un ideal superior: la fe católica. Más allá de las victorias militares y del poder terrenal se impone la afirmación de una verdad trascendente. Mientras el ethos de los anglosajones, por ejemplo, tiende al pragmatismo de las leyes, el individualismo y la moral utilitarista, el ethos hispánico se forja en el martirio, el sacrificio y la entrega total. No busca la riqueza ni el placer, sino el cumplimiento de una misión superior, y de ahí el espíritu de cruzada que nunca desaparece de la conciencia española, presente en gestas como Lepanto o la propia Conquista de América o en el heroísmo inmortal de los Tercios de Flandes. Por eso el caballero cristiano es un asceta en armas.
Toda esta grandeza de espíritu se manifiesta a través de la resistencia frente a lo injusto, la nobleza del gesto o la preferencia del sacrificio frente a la humillación. Una actitud vertical que no admite ni la vileza ni la claudicación. Es una dignidad la hispánica que no se agota en el gesto épico, y que vemos prolongarse en el decoro, la mesura o el sufrimiento sin queja. Una dignidad que arraiga en fuentes estoicas y cristianas, en lo que es uno de los rasgos más característicos del ser español.
El alma hispánica se encuentra mediatizada por esta permanente vocación trascendente, y no se conforma con el orden puramente inmanente, ni con la utilidad ni la técnica. Toda su historia es una búsqueda de sentido, una voluntad de salvar el mundo desde una posición de inferioridad material. De ahí una propensión natural hacia la mística activa, el sacrificio y el idealismo, y es por ello que Francisco Elías de Tejada nos habló de España como un país de «santos, hidalgos y mártires», también bajo la figura arquetípica de Don Quijote, expresión representativa de ese heroísmo trágico que nutre nuestro ethos.
Mos Maiorum, I (Verano, 2019)
Revista sobre Tradición, postmodernidad, filosofía y geopolítica
Hipérbola Janus
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2019 |
Páginas: 100
ISBN: 979-1082748172
Finalmente, el caballero cristiano también simboliza otro punto esencial de la hispanidad: el servicio, la impersonalidad activa que elude todo culto al yo, al individuo emancipado y al éxito personal, y en definitiva a todos esos elementos que caracterizan la modernidad liberal, entregándose con ello a las causas trascendentes: a Dios, a la Patria, a su Rey, etc. en su amor por lo jerárquico y lo sagrado, en su vocación misionera. Del ethos hispánico no se verán prosperar utopías racionalistas ni revoluciones igualitarias de cuño iluminista, por eso el ser hispánico es la antítesis del liberalismo y de las ideologías que animan la modernidad, su Verdad, profunda y ontológica, es vertical, comunitaria y sacrificial, en la que la libertad no supone «emancipación» sino una libertad para el bien, para restaurar el orden del cosmos, para el cumplimiento del deber y el destino.
El caballero cristiano que nos describe García Morente es por ello la figura que encarna un ideal de humanidad diferente, la del ser que lucha, que se sacrifica, que se mantiene fiel a lo alto frente a las contrariedades y dificultades de la historia, y que muere de pie si es necesario. Y lejos de ser un ideal superado, es una llamada permanente, una vocación que sigue latente en el alma profunda del pueblo español, o de lo que queda de este (diríamos nosotros) en esta España desnaturalizada e irreconocible que rige en nuestros días.
La hispanidad de Ramiro de Maeztu
La Defensa de la hispanidad (1934) nos viene a expresar la idea que Ramiro de Maeztu poseía de la hispanidad, la idea de España y lo español como un principio espiritual de orden universal, un instrumento de la Providencia para difundir una concepción del hombre y la sociedad. El eje central de su visión y de toda su obra es que España ha encarnado a lo largo de toda su historia una misión religiosa, en la que los designios divinos hicieron converger el espíritu evangélico con el ideal imperial. En el momento en el que España ha renunciado a esta misión histórica, al sentido profundo de su ser con ello, cuando ha dejado de creer en su misión universal, es cuando comienza a tomar forma la decadencia nacional. La yedra liberal y revolucionaria ahoga el tronco de la encina española, impidiendo que el espíritu católico, que la sostuvo durante siglos, respire.
La obra de Maeztu, a pesar de tener sus elementos espirituales y metafísicos, que impregnan buena parte de su bibliografía, se mueve en un plano más inmanente, y diagnostica la enfermedad espiritual que aqueja al espíritu nacional, a la modernidad española, que no es otro que la admiración al extranjero, el afrancesamiento del siglo XVIII marca el comienzo del suicidio nacional. En el momento que abandonó su universalidad y empezó a imitar los modelos ilustrados, abandonó la corriente histórica que Dios había trazado en el cumplimiento de su misión como nación católica y civilizadora.
La defensa de la hispanidad se estructura como una refutación integral del mito de la modernidad. Maeztu percibe que el siglo XIX, y su prolongación en el siglo XX, se edifican sobre la traición que representa el liberalismo: la sustitución del eje teológico de la historia por un eje antropocéntrico y profano. Se trata de la subversión del orden cristiano bajo el influjo del «error moderno», que supone la disolución de la unidad espiritual del mundo hispánico.
La Hispanidad que Maeztu nos perfila no alude a un sentido de comunidad étnica ni lingüística, sino a una comunidad de sentido, a una forma de civilización articulada a través de la fe católica y el principio de jerarquía espiritual. El mundo hispánico, compuesto por España y sus proyecciones en América, representa, en su visión, una res publica christiana alternativa frente al modelo liberal anglosajón. A este último, fundamentado en el protestantismo individualista y la ética del éxito, Maeztu responde diciéndonos que la grandeza de España no provino de su poder económico ni de su ciencia técnica, sino de su capacidad de trascender lo temporal hacia lo eterno. La conquista hispánica de América estuvo movida por un impulso espiritual profundo, como un acto teológico, por el deseo de extender el orden cristiano a toda la humanidad, de unificar al mundo bajo el signo de la cruz. Donde el inglés protestante ve la salvación en la prosperidad individual, el español católico ve en el cumplimiento del deber y la fidelidad a un ideal trascendente el sentido último de las cosas. Mientras que el anglosajón busca acumular bienes y capitales, el español busca servir a una causa que lo trasciende. Por eso el liberal-capitalismo anglosajón triunfa en lo visible y muere en lo invisible, mientras que la Hispanidad, aunque decaída materialmente, conserva toda la verdad del alma cristiana.
Benoni
El poder del dinero
Knut Hamsun
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 256
ISBN: 978-1-961928-15-2
Pero más allá de la justificación y retórica religiosa, también hay una crítica política, que es la que nuestro autor dirige al liberalismo por proclamar la autonomía del individuo, destruir los vínculos de obediencia y amor que hacían posible una comunidad fundada en la fe. La democracia moderna, al igualar todo y negar la jerarquía espiritual, supone un sistema que avala la disgregación, convirtiendo a la sociedad en una suma de egoísmos. Y de ahí que la Hispanidad defienda un orden jerárquico, donde cada persona cumple con una función conforme a su vocación y designio divino.
Lo fundamental es la misión universal de la que España es depositaria, y la recuperación de la conciencia de que España no puede volver a ser ella misma mientras no reconozca que su ser histórico consiste en servir a un principio superior, y es por eso por lo que la regeneración nacional no puede venir del parlamentarismo ni de las reformas económicas, sino de una verdadera restauración espiritual. Una España con una misión universal que nada tiene que ver con el nacionalismo de corte chovinista, dado que este ideal está impregnado por una forma de humildad que hace de la Hispanidad un medio, y su grandeza consiste en haber puesto su existencia al servicio de algo que la trasciende. Precisamente es esta actitud la que, según Maeztu, puede redimir al mundo moderno de su extravío.

Mapa de Norteamérica en 1784 en el que se muestra la hegemonía hispánica y la expansión española, que no solo abarcó Centroamérica y Sudamérica en su momento más álgido.
La Hispanidad no es una ideología nacionalista, sino una visión universalista fundada en la primacía de lo espiritual sobre lo material, en ella se resuelve la contradicción moderna entre individuo y comunidad, libertad y autoridad, fe y razón. Maeztu ofrece una síntesis católica en la que el orden político, social y cultural se subordinan al fin último del hombre, que es la salvación. Se trata de un pensamiento que enlaza con autores tradicionalistas como Víctor Pradera (1872-1936) y Juan Vázquez de Mella (1861-1928), especialmente en su crítica al liberalismo, de raíz ontológica, en la medida que dice que éste destruye el ser del hombre al negarle su referencia a Dios. Hay un horizonte teológico en el que, frente al positivismo y el relativismo, reintroduce la noción de destino y vocación colectiva. La historia no es fruto del azar, sino de un drama providencial en el que cada nación cumple una función en el plan divino, y la de España fue llevar el cristianismo más allá de los límites de Europa.
El templo del Cristianismo
Para una retórica de la historia
Attilio Mordini
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2017 |
Páginas: 202
ISBN: 978-1542706476
Para Maeztu, el liberalismo representa la culminación de una larga deriva metafísica que comenzó con la Reforma protestante, que se secularizó con la Ilustración y se institucionalizó con la Revolución Francesa. En cada una de estas etapas el hombre fue alejando a Dios del centro de la existencia hasta quedar encerrado en su razón y voluntad. En este contexto la emancipación del hombre no fue una liberación, sino una caída, y la libertad sin verdad desembocó en la anarquía, en el igualitarismo sin jerarquía, en la mediocridad y el egoísmo colectivo. Destruyendo finalmente la civilización al romper el vínculo que unía a los hombres con su destino eterno, abriendo así el camino hacia todas las formas de nihilismo político y moral.
¿Qué es la metafísica?
Entrevista con Bruno Bérard
Bruno Bérard y Annie Cidéron
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 148
ISBN: 978-1-961928-32-9
Aquí Maeztu postula una antropología cristiana clásica: el hombre sólo alcanza su autoafirmación plena en relación con lo divino, y toda filosofía política que niegue esa dependencia se convierte en idolatría. El liberalismo, al absolutizar la razón individual y el contrato social construye la noción de gracia por la autonomía. Ya no se obedece a Dios, sino la ley que el hombre se da a sí mismo. En este desplazamiento se encuentra, según Maeztu, la raíz de todos los males modernos: la democracia, el materialismo, el socialismo e incluso el separatismo. Todos ellos son parte del mismo tronco herético.
Es una crítica que tiene una dimensión histórica concreta, y España es una nación en descomposición, que ha perdido su fe en sí misma en un proceso que tiene su origen en 1812. El liberalismo español, lejos de representar una forma de libertad, rompió la continuidad entre la monarquía católica y el cuerpo político tradicional. Con la promulgación de la Constitución de Cádiz, España abdicó en su destino providencial y se entregó a una idea abstracta de soberanía popular. El resultado fue una serie de guerras civiles, pronunciamientos, divisiones y fracasos que revelan la imposibilidad de injertar un principio ajeno en una tradición viva.
Emil Cioran
Una crítica a la idea del progreso histórico
Daniel Branco
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2018 |
Páginas: 146
ISBN: 978-1722723491
De manera que el liberalismo no solo destruye el orden trascendente del hombre, sino también el orden histórico de continuidad, generando una serie de contrastes y devastaciones en las que el liberalismo desintegra el catolicismo hispánico, la armonía jerárquica que reinaba en el cuerpo político, a la que la lucha y el caos inorgánico de las reyertas de partidos y la inestabilidad política reina por doquier, con la suma de individuos y partidos en pugna. Pero esta crisis, que nuestro autor interpreta en tono casi profético, va más allá, y es el vaticinio de una catástrofe espiritual que afecta a todo el Occidente moderno. La crisis española es un reflejo de una crisis más amplia, que alcanza al mundo cristiano occidental, que ha apostatado de su fe y se ha entregado a la idolatría del progreso. Donde antes se adoraba a Dios, ahora se adora a la máquina, al Estado o a la nación. La técnica sustituye a la teología, la economía a la moral y la propaganda a la verdad. Para Maeztu, el liberalismo es una religión secular basada en el culto al individuo, en la liturgia del mercado y la fe en un progreso indefinido, un orden donde todo es relativo y está sometido al cambio permanente. La tradición se ve con un obstáculo, todo lo que posee raíces se convierte en sospechoso, y el sacrificio en una locura frente a la cobardía burguesa.

En la imagen el gobierno del Sexenio democrático presidido por Francisco Serrano. Una parte de la historia del liberalismo en la España del siglo XIX, marcado por políticas erráticas, revoluciones, disputas partitocráticas y destrucción del ethos tradicional hispánico al servicio de una ideología moderna y antiespañola.
La Defensa de la Hispanidad se convierte así en una rebelión metafísica contra el espíritu del siglo, en la que Maeztu exalta la unidad católica, con la idea de Dios en la cúspide, la sociedad organizada bajo el principio del bien común y el poder subordinado a una verdad moral. Y todo este orden subordinado a una armonía ya perdida, que al ser derribado por el liberalismo, produce el caos.
Conclusión: la Hispanidad como afirmación del ser español
La Hispanidad, entendida a la luz de las concepciones de Manuel García Morente y Ramiro de Maeztu, no puede reducirse a una vaga comunidad cultural ni a un fenómeno de mestizaje étnico o sentimental entre España y América. La Hispanidad representa, antes que nada, una afirmación del espíritu español proyectado en la historia, la encarnación universal de una forma específica de ser y de entender el mundo. España encuentra en lo hispánico una continuidad trascendente en la propia pluralidad y heterogeneidad de su ser original, ibérico, una lógica interna de la que el desarrollo de su historia y la forma de afrontarla es, en su raíz, una categoría espiritual que nada tiene que ver con el caos moderno del multiculturalismo y la destrucción de culturas, identidades y pueblos.
García Morente definió la Hispanidad como un «estilo espiritual», como una orientación de la vida fundada en valores de trascendencia, deber, jerarquía y servicio. En ella se manifiesta una concepción católica del hombre y del mundo, en la que la vida se concibe como ofrenda y sacrificio. Este espíritu formado por siglos de historia peninsular, por la síntesis católica que dio unidad al alma española, fue el que España llevó consigo al descubrimiento y evangelización de América. De modo que no fue América quien dio forma a la Hispanidad, sino España, quien al abrirse a América, proyectó en ella su propio Ser histórico, su vocación universal y su sentido del orden trascendente. La otra parte de la crítica de Maeztu que nos parece especialmente útil es que la Hispanidad representa una concepción orgánica del mundo frente al liberalismo y utilitaria del progreso, cuyo fundamento reside en la irradiación de un principio superior, que está más allá de un «mestizaje» ni de una mera suma de naciones de habla española, sino una unidad moral forjada por una misma fe, por una misma visión de la vida y una misma jerarquía de valores.
La Hispanidad, concebida como el mestizaje de continentes y culturas no supone más que la desviación moderna que despoja a este fenómeno de su núcleo espiritual. El mestizaje fue un hecho histórico que configuró los distintos estratos de la sociedad hispanoamericana y dio aportó una fisonomía particular al continente americano a lo largo de los siglos, pero no es en ningún caso el principio constitutivo de la Hispanidad. La civilización hispánica no surge de la mezcla biológica, sino que es la continuidad de un espíritu que España encarnó y transmitió, y que halló en el Nuevo Mundo una nueva forma de realización. El alma española, con su sentido heroico y religioso de vida, imprimió en sus territorios imperiales de ultramar su sello indeleble, haciendo de la historia hispanoamericana una prolongación del destino de España. En este tránsito histórico, se concreta la esencia de la dimensión universal de lo hispánico, en la que hay que insistir en la idea de comunidad espiritual, que tiene su raíz en la forma de ser español.

La unión entre lo telúrico y lo sagrado, entre la fuerza instintiva de la tierra y la elevación espiritual del templo cristiano. El toro representa el alma ardiente, heroica y sacrificial de España, mientras que el templo encarna el orden espiritual que da medida y sentido a esa fuerza.
La Hispanidad debe concebirse como una categoría permanente de la historia, y no como un simple proyecto del pasado. Hablamos de un testimonio de una civilización que, partiendo de la fe y el honor, supo unir pueblos y culturas bajo un mismo signo espiritual. En su afirmación se halla la continuidad del ser español, la expresión más alta de su identidad, su destino y su legado. Frente a las concepciones modernas que pretenden diluir toda forma de identidad en el flujo indiferenciado de lo global, la Hispanidad se levanta como una afirmación de lo propio, como una fidelidad creadora del espíritu que dio sentido a España y que, al extenderse por el orbe, fundó una de las más elevadas síntesis de la historia humana.