Giambattista Vico no pasa por ser un filósofo excesivamente conocido entre el gran público, y en términos generales su extensa obra ha sido poco estudiada y poco traducida a otros idiomas, eso si exceptuamos su Scienza Nuova, una obra concebida en los albores de la ideología iluminista y la ideología moderna de la Ilustración. Estamos hablando, naturalmente de la antesala de la revolución francesa, del proceso de formación del fermento ideológico que impulsaría el cambio histórico en el que, desde hace más de 200 años, nos hayamos inmersos. Esta obra, a la que nos referiremos repetidamente a lo largo de este artículo, podríamos entenderla, a grandes rasgos, como un intento de concebir un ensayo o reflexión sobre la morfología de la civilización europea de su tiempo, hasta las primeras décadas del siglo XVIII, mediante un análisis profundo del lenguaje, de los mitos, de las leyes y de las costumbres de la humanidad con una intención muy concreta que no es otra que la de trazar una relación entre el hombre y su pasado.
Muchos podrían considerar la obra de este pensador napolitano como una especie de anacronismo inserto en una época que era totalmente contraria a los designios de la misma. Una época en la que la noción de progreso y la idea de «ir hacia delante» prevalecía sobre cualquier otra consideración, y más si hablamos de la necesidad de religarse con el pasado, aunque entre los autores de la Ilustración era común tomar a los clásicos como referentes en la elaboración de sus teorías político-filosóficas. Es posible que el propio Vico fuese consciente de la escasa trascendencia y eco que su obra pudo tener entre sus coetáneos, y hay una clara manifestación de esa frustración en su Autobiografía, escrita y publicada ya en plena madurez, donde queda el reflejo de la soledad y el infortunio, todo ello pese haber batallado y confrontado sus ideas a las corrientes cartesianas, resorte fundamental a nivel ideológico de la revolución científica a lo largo del siglo XVII, el atomismo, epicureísmo u otras muchas tendencias en boga durante aquella época. No en vano, en aquel tiempo vemos desarrollarse distintas polémicas desde Bacon a Descartes en el terreno científico y metodológico, las teorías políticas de Hobbes, el empirismo de Locke o la metafísica de Spinoza. Todo ello en un contexto de renovación y renacimiento de la cultura en los territorios transalpinos de la época. Tampoco debemos ignorar que durante esta época, aunque ideológicamente va cuajando la noción de progreso y muchas ideas que vertebrarán el liberalismo político, se incrementa el interés por el pasado a través del impulso de la arqueología o la aparición de las historias de las artes, de la cultura o del devenir de las naciones, y que en ese contexto también se plantean problemas de orden filosófico acerca de la naturaleza humana o la libertad desde distintas perspectivas, también aquella religiosa.
A grandes rasgos este era el ambiente que se respiraba en la época de Vico, y en la que desarrolló su obra. De hecho, él era un miembro activo de la comunidad cultural e intelectual de la ciudad de Nápoles, de donde era oriundo, y en aquellos momentos, en los que toda la península itálica se convertía en receptora de las nuevas corrientes modernas del pensamiento europeo, Giambattista Vico permanecía receloso y crítico frente a las mismas.
La crítica que a menudo argüía nuestro autor la hacía desde el conservadurismo cultural, y ya hablaba del «extravío» del hombre frente al surgimiento de un nuevo horizonte en el que el hombre es presa fácil ante las «sordas necesidades» o la «ciega fortuna» y frente a todos los autores y corrientes mencionadas Vico habla de «una natural inocencia de la simplicidad de la naturaleza humana», mientras que frente a Spinoza, Locke o Hobbes apela a la Divina Providencia y a las máximas civiles del catolicismo. Acusó al propio Descartes de elaborar su física en torno a un modelo y sistema similar a aquel de los epicúreos y una forma cómoda de moral frente al cristianismo y sus sagrados preceptos respecto a la vida civil, cuya existencia estaría también en peligro con las teorías iusnaturalistas de Hobbes, Locke o Spinoza.
En este contexto también se hablaba ya de la imposibilidad de dar cabida al espíritu dentro de las teorías mecanicistas de la ciencia moderna en general, y del método cartesiano en particular, contribuyendo a destruir las formas de vida morales y sociales de su tiempo, en un argumento que era de uso común entre aquellos que se resistían al «avance» del «Siglo de las luces». Estos son los aspectos que algunos teóricos y estudiosos de la obra de Vico definen como el «arcaísmo» característico de su pensamiento, y frente al método racional-mecanicista de pensamiento el autor italiano apelaba a la elocuencia, a la retórica, la fantasía o el ingenio como verdadera facultad capaz de producir metáforas.
En especial, el interés de Vico era trazar una visión de conjunto de la situación de las ciencias, de las relaciones entre éstas y los avances técnicos recientes para tratar de poner sobre aviso de los peligros que entrañaba la aplicación del método analítico cartesiano, pero al mismo tiempo también se oponía a los empiristas y a las teorías de Bacon, es decir, tanto al experimentalismo como al deductivismo. Por un lado el racionalismo cartesiano le parecía impío e infecundo, además de negar que pudiese darse una relación objetiva entre éste y el mundo real según las relaciones matemáticas y geométricas trazadas por el pensador francés. Frente a la obra inconmensurable de Dios, los físicos jamás serían capaces de teorizar las claves que precedieron a la creación del universo o el complejo de la naturaleza humana. Del mismo modo la pretensión del empirismo y la fe baconiana en el poder del saber humano, que debía triunfar sobre la tierra, es considerado por Vico como otra forma impía de saber, además de desconocer el sentido finito e imperfecto de la naturaleza humana. Las leyes del universo, del mundo y la creación permanecen, según Vico, como un misterio indescifrable, frente al cual la ciencia solamente puede dar cuenta de las limitaciones de la naturaleza humana.
¿Y cuál era la alternativa que Giambattista Vico oponía a la ciencia y saber modernos? A priori, y por lo descrito hasta el momento, podríamos aventurarnos a pensar que más allá de la incomunicabilidad de los aspectos más trascendentales del saber y la vida humana, el hombre estaría exonerado de todo conocimiento de lo real en los planteamientos de Vico, pero no es así; de hecho, frente al racionalismo y sus formas mecanicistas oponía una concepción gnóstico-cabalística que tomaba como leivmotiv los motivos de la Tradición Hermética y el vitalismo de orden platónico expresado en el Timeo, además del acceso a diversas fuentes desde Paracelso a Agrippa, el neoplatonismo y, evidentemente, la cábala. Tampoco están exentas las corrientes y temáticas relacionadas con los Rosacruz, el simbolismo místico o las alegorías cristianas. En este caso todos los recursos ideológicos a los que recurría Vico en su cruzada contra el racionalismo eran formas de conocimiento que se movían entre lo mágico y lo oculto, precisamente lo que los filósofos y pensadores del naciente Iluminismo concebían como superstición y metafísica, considerada en su acepción negativa y profana, y frente a las cuales erigieron su caballo de batalla. Pero esta tendencia hacia lo arcaico que muestra Vico no se define solamente por su oposición al racionalismo o la actitud escéptica frente a los pretendidos avances de la modernidad, dado que tampoco mostró interés en el estudio del pasado y la sistematización de un método histórico en el mismo sentido que se planteaba con el alumbramiento de las primeras etapas de la ciencia arqueológica, Vico careció de un interés completo por el interés que nuevas metodologías y perspectivas daban del pasado material de la humanidad. De hecho, se le acusado de cierta tendencia al anacronismo, y no en vano el propio Vico afirmaría en 1729 que desde hacía 20 años se había negado a leer más libros, y voluntariamente decidió acabar aislándose de su tiempo, y al que algunos querrían ubicarlo en un «ángulo muerto de la historia», de espaldas a los problemas y nuevas tendencias intelectuales y filosóficas de su tiempo.
Hasta el momento hemos destacado el sentido crítico de la obra de Giambattista Vico frente a su tiempo, pero al mismo tiempo también vamos a destacar las aportaciones de su pensamiento, y que podríamos sintetizar en su teoría del verum-factum, que suponía que la verdad no se hallaba, como pretendían los cartesianos, en la evidencia inmediata, ni en la distinción o claridad de las ideas, sino en la conversión de la verdad en hecho. Se trata de un recurso lingüístico y retórico que encuentra sus raíces en los antiguos pueblos itálicos y que se resumía en la siguiente sentencia: «el criterio de verdad de una cosa está en hacerla». La consecuencia es el conocimiento pleno de la realidad, aunque la inteligencia como tal sería un atributo que afectaría al Dios creador y hacedor del universo, mientras que el hombre, como decíamos sería finito e imperfecto en su conocimiento. Según el planteamiento de Vico, para el hombre el universo y el mundo serían una realidad que conocerían consumada, y el hombre sería incapaz de conocer los hechos que precedieron a la construcción del mismo, ni los principios o reglas que lo articulan, en el conjunto de hechos que darían su forma definitiva. De modo que el conocimiento humano sería finito e incapaz de penetrar, más allá de una realidad aparente y exterior, en la esencia y naturaleza de las cosas. De tal forma el hombre construiría artificial y convencionalmente los entes y los sometería a una base o conjunto de reglas que serían fruto de juicios y percepciones limitadas y erróneas de la realidad. El hombre construiría un mundo propio de formas y números que no dirían, en realidad, nada acerca del mundo. Pero lejos de ser algo peyorativo, negativo o que infravalore la condición humana, son el fruto de la capacidad singular de la mente humana para poder trazar un esquema que les permita agotar los límites de su limitada naturaleza. Sin embargo más allá de estas reglas artificialmente constituidas, la teoría del verum-factum actúa sobre la realidad histórica, y comprende el mundo en el que actúa en un contexto que va más allá de los elementos materiales y externos, y es capaz de incidir en motivos, presupuestos, miedos o esperanzas, en el contexto del lenguaje, de los mitos o el conjunto de atributos de la sociedad civil. Y pese a sus limitaciones el hombre de Vico no es un mero ente pasivo, sino que puede llegar a ser consciente de su papel principal y protagonista en el mundo, dentro de esa naturaleza humana es posible hallar aquellos principios universales y eternos que sean capaces de establecer los criterios de una ciencia nueva. Esos principios deben estar en la base del entendimiento humano, y deben ser el elemento que impulse y dé fuerza a los hombres y a las naciones.
Para terminar, cabe destacar el papel de la filología, como vehículo de las verdades que debía expresar la filosofía y ser instrumento en la construcción de las grandes verdades de la ciencia, así como la configuración de un método filológico que incidiera en el desarrollo de de los hechos históricos. Vico habla prácticamente de un proceso de reeducación de la mente, de despojarse de los instrumentos de la ciencia del momento, para quedar en un estado de ignorancia y divina erudición en un proceso de desarrollo orgánico en el cual el hombre se viese realizado a sí mismo a través del instinto, la violencia, la fantasía y la sabiduría poética. Sin embargo, la reflexión de Vico más que atender a un carácter metodológico, es un discurso que encuentra su auténtica raíz en la Providencia y como tal hace una distinción entre historia profana e historia sacra, atendiendo a una estricta separación.
Podríamos indagar en muchos más aspectos de la obra de Giambattista Vico, y muchos han quedado por diseccionar, sin embargo, el formato breve de este artículo nos lo impide. Podemos considerarlo como uno de los pensadores más extraños, desconocidos y, sin embargo, apasionantes del siglo XVIII, aunque vivió a caballo de dos siglos, gozó de una magnífica formación académica e intelectual, consagrado a la jurisprudencia durante la mayor parte de su vida, y en contacto con las grandes corrientes de pensamiento europeo. No en vano, muchos autores que le sucedieron, tales como Hegel, Marx o incluso, aunque fuese indirectamente, los autores de la contrarrevolución liberal bebieron de las reflexiones y teorías del gran pensador napolitano, resistiéndose a integrarse en las corrientes dominantes de su época, a abdicar en las tendencias racionalistas y disolutivas, totalmente destructivas y disgregadoras del alma de los pueblos y tradiciones de una Europa que ya había comenzado su declinar final hacia el advenimiento y triunfo del liberalismo y las ciencias modernas.