El 12 de octubre es, sin lugar a dudas, una de las fechas marcadas a fuego en el devenir de la Patria, es la fecha que da inicio al mayor proceso de integración de la historia, por un lado, con el descubrimiento del continente americano y la incorporación de los territorios que lo componen, y que en lo sucesivo identificaremos como Hispanoamérica, a la cultura, la historia y el propio devenir de aquello que se ha venido llamando «Occidente», aunque sea una idea muy diferente a la del «Occidente posmoderno o colectivo» actual, que no es sino fruto de una degeneración, consecuencia directa de la sumisión de Europa al yugo globalista y estadounidense, además de otras fuerzas que actúan en las sombras con un origen común por todos conocidas. Podríamos hablar de un «Occidente cristiano», al que los territorios ultramarinos, que serán en los sucesivo territorios españoles, con el mismo estatus que aquellos peninsulares, y que alcanzarán un nivel de desarrollo a todos los niveles (político, social, económico, intelectual e incluso espiritual) muy superior al de las colonias anglosajonas de norteamérica. Por otro lado, la conversión de la Hispanidad en un fenómeno universal, a través de la participación, fundamental, del factor religioso, de la evangelización, desde un primer momento, y en consecuencia, en paralelo a la conversión religiosa, ese proceso de civilización al que nos hemos referido, y que ha venido a completar un proceso metahistórico que comenzó en las montañas asturianas y cántabras, con los restos de la aristocracia goda y los pueblos astures y cántabros, escasamente romanizados, pero todos ellos imbuidos en la idea de recuperar el reino perdido, en la unidad hispánica embrionaria que se vio afirmada en los sucesivos concilios toledanos, y de ahí, del fenómeno histórico fundacional de la Reconquista, a expandir las fronteras más allá del Océano, en un proceso de catarsis histórica sin precedentes. Como ya decía el mencionado Elías de Tejada a lo largo de su obra, España se replicó a sí misma en el Nuevo Mundo como la «Nueva Roma» que era, muy lejos del afán depredador y destructivo de las potencias anglosajona, francesa y holandesa, y del colonialismo europeo decimonónico, de impronta liberal-capitalista. La España de las esencias, la España de hidalgos, santos y mártires de la que con tanta pasión escribió Elías de Tejada.
No vamos a descubrir nada nuevo en este sentido, y más en estos tiempos en los que la desmitificación de la leyenda negra antiespañola, afortunadamente, ha sumado a los esfuerzos de autores tradicionalistas como Francisco Elías de Tejada, o incluso de formación liberal pero con una obra muy apreciable, como Sánchez Albornoz, la participación de otros historiadores como Elvira Roca Barea, Iván Vélez o Marcelo Gullo entre otros muchos, todos desarrollando una gran labor revisionista en torno a los equívocos, siempre interesados, y la propaganda que ha tratado de ensuciar y vilipendiar la obra hispánica en el mundo. En este sentido es mejor remitir a nuestros lectores a los autores originales, cuyas contribuciones, insistimos, son estimables y de gran valor académico y, por qué no decirlo, también para pertrechar un patriotismo sano, un orgullo por las raíces de nuestra cultura, por nuestras tradiciones y por los hitos históricos que protagonizaron aquellos que nos precedieron, y que antepusieron el deber a los pusilánimes deseos individuales, que buscaron en el heroísmo y en lo sagrado un lugar en los altares sagrados de la Patria.
Semblanza del ideal hispánico
Pocos pueblos pueden presumir de una historia y unas realizaciones de la envergadura de la historia española. Todos los pueblos, en sus caracteres esenciales y en la articulación de su ser profundo poseen unos rasgos forjados en los siglos, acumulados y objetivados en base a una serie de componentes, de experiencias propias que conforman lo peculiar y único de los pueblos. Y el vehículo que sirve para la maduración del carácter de los pueblos no es otro que la Tradición, que Elías de Tejada, autor por el que sentimos una gran devoción, define perfectamente con la siguiente afirmación: «La nación es un segmento de la tradición, un eslabón de la cadena del alma de un pueblo (…) No se trata de formas distintas de un ser, sino de una misma esencia. Los pueblos se forman de modo paulatino, cuando el devenir anejo a la sucesión de los tiempos va haciendo a los hombres copartícipes de las mismas alegrías y tristezas, de iguales esperanzas e idénticos desengaños. Cada tristeza o alegría de un período histórico favorable o trágico es un momento nacional; el substratum de todos esos instantes tristes o alegres es la tradición. El pueblo, la comunidad nacional, aparece como base última de la Tradición, como su realización, integrando esos grandes momentos nacionales, convertidos en perennes, y como tales nuestra historia particular ha conocido grandes hitos como los ya conocidos, la Reconquista, que forja el sentido primigenio de nuestro ser histórico o la Conquista de América. Pero hay una fuerza en esta génesis que es más poderosa que la lengua, la raza o la ubicación geográfica, factores que son importantes indudablemente, pero que deben su síntesis más perfecta en la trama espiritual. Y es que la pertenencia de un individuo a un grupo humano concreto depende de una serie de lazos culturales, de raza, pero también afectivos y espirituales.
La Tradición española es el producto de la integración de un conjunto de tradiciones regionales, cuya gestación se dio a lo largo de los siglos medievales y que sería perfectamente remontable a etapas anteriores, hasta llegar a Roma y el advenimiento de la Cristiandad. Fue sobre esta herencia sobre la que se forjó la identidad de los pueblos hispánicos, a partir de factores variados: de raza, geográficos, religiosos, políticos administrativos, por la acción de culturas antiguas etc. La invasión musulmana, como bien sabemos, actuó como catalizador histórico de la unidad.
Y el resultado de este proceso lo vemos reflejado en los diferentes y múltiples perfiles que nos muestra el cuerpo hispánico, donde concurren diferentes carácteres, diferentes formas de ser y concebir la vida. Ahí tenemos al tipo humano predominante en el sur, cuna de antiguas culturas que bebieron tempranamente del mundo clásico, como la legendaria Tartessos, de poderosa vitalidad, vinculado a la tierra que concibe el espíritu religioso peculiar, una forma pagana de culto a la naturaleza, que se materializa en multitud de santos y vírgenes, con el culto devocional, colorido, que actúa desde el individualismo anárquico, que nos legaron grandes conquistadores como Jiménez Quesada, Pedro de Valdivia o Hernán Cortés. Los vascos representan la antítesis respecto al hombre español del sur, un pueblo antiquísimo, anclado en su raíz geográfica, y que según Elías de Tejada «carece de historia» por su situación de aislamiento respecto a los diferentes movimientos de pueblos, conquistas y el propio proceso de romanización que vive el orbe peninsular, así como a visigodos y árabes. Montañeses que han permanecido petrificados en la historia, en un estado de pureza étnica, raza campesina y marinera y fruto de ello tenemos a grandes marineros vascos como Juan de Lezcano, Juan Sebastián Elcano, Juan de Garay o el famoso Blas de Lezo, defensor de Cartagena de Indias, gran almirante y héroe inmortal de las gestas hispánicas. Julio Caro Baroja destacaba en sus estudios antropológicos una fuerte tendencia al colectivismo y al gregarismo, ancestral en sus costumbres. En el caso de los pueblos galaicos y del Cantábrico hallamos la influencia celta y germana, que se mantuvo al margen del invasor sarraceno, y donde el elemento celta y pagano prevaleció en su cosmovisión, en una relación de adoración y temor con la naturaleza, no como la visión del español del sur, de manera embriagadora y dionisiaca, sino más fría e íntima y dominada por la superstición. No olvidemos que el espíritu de la Reconquista nace de estas tierras, bajo el incipiente reino asturiano, entre los restos de la antigua monarquía visigoda, que desde la mítica figura de Don Pelayo y los simbólicos hechos de Covadonga da inicio al proceso metahistórico de la Reconquista. En el caso catalán, implica una serie de particularidades lingüísticas y de carácter, expresado a través del carácter más reflexivo , la constancia y la laboriosidad. El pueblo catalán no ha ofrecido gestas heroicas en el terreno militar, sino el esfuerzo constante y la laboriosidad, no en vano Elías de Tejada considera Cataluña como cuna de las libertades burguesas y donde el liberalismo ha prosperado con más fuerza.
Castilla aparece como la artífice de la unidad, como el motor de la Reconquista desde su ambición guerrera, viril y solar, incapaz de adaptarse a la condición servil de los subyugados, jugando un papel a la altura de la misma Roma. Una tierra dura por su carácter de frontera, con los ásperos paisajes mesetarios, lo que forja ese sentido belicoso que tomará el testigo de asturianos y leoneses. Para Elías de Tejada Castilla es España, y el Imperio Español será antes un Imperio Castellano, en este pueblo hispano se funden la vía ascética y mística, dos ramas supremas de la espiritualidad castellana: la ascética, dominio de sí mismo, y la mística como entrega a Dios. Un pueblo destinado para la suprahistoria. El hidalgo aparece como el tipo humano indisociable de Castilla, del hidalgo, sobrio como Don Quijote, altivo y desprendido, al que no le importa morir por su causa, desde la violencia impositiva y el fanatismo.
Manuel García Morente también traza un retrato interesante del ideal hispánico, mucho más genérico, a través de la figura del caballero cristiano. Esta figura se forjó durante la Reconquista y definió un estilo, el propio del alma española, que aparece ante todo como el paladín de las causas, frente a las injusticias en nombre de valores absolutos, eternos e imperecederos. Su ideal moral implica un imperativo de realización inmediata y completa, a partir del cual pretende someter la realidad, y que establece a partir de sus propias convicciones y al amparo de la ley de Dios. Su misión y la naturaleza de sus convicciones son netamente espirituales, y prefiere ver rebajadas sus condiciones de existencia antes caer en la adulación de las cosas materiales. Prefiere la austeridad y es tosco en sus formas, de gran generosidad, a veces excesiva, delata un desprecio absoluto por todo lo material. El arrojo y la temeridad se combinan perfectamente con su grandeza de corazón y tenacidad, capaces de superar todo obstáculo. Es auténtico, ajeno al artificio y a la falsedad de conveniencia, y siempre trata de afirmar su personalidad. El caballero hispánico piensa en lo que cree y cree en lo que piensa, sin las vacilaciones e incertidumbres que muchas veces atenazan al hombre moderno. Una seguridad en sí mismo que implica sumisión al Destino y desprecio por la muerte, lo cual nace de la conciencia de los efectos de la propia obra y del espíritu religioso, de las implacables leyes divinas. Pese a todo el caballero hispánico quiere ser el creador y protagonista de su Destino y lo quiere todo o nada, no es amigo de las componendas ni los pactos, que tan característicos son de las hipócritas y falsas democracias burguesas, lo importante es no sucumbir a la mediocridad y vulgaridad general, al estándar, y buscar lo absoluto a través de la acción heroica. Es una personalidad pródiga y multifacética la que caracteriza al caballero español que nos describe García Morente, paradójicamente liberal durante la mayor parte de su vida y convertido a última hora, en la que concurre la fiereza e inquebrantable voluntad del conquistador, del guerrero y el héroe, forjador de imperios en una vocación espiritual permanente, en una búsqueda del absoluto, anhelo de eternidad, de perennidad y al mismo tiempo consciente de lo efímero de la existencia.
Como bien lo define también Ramiro de Maeztu, la hispanidad representa una concepción totalmente espiritual del hombre, una cosmovisión que choca frontalmente con la cosmovisión del mundo anglosajón, de su moral utilitarista y su visión mercantilista del mundo, la misma que ha forjado la modernidad. Por ese motivo, cuando afirmamos que el espíritu moderno y sus creaciones más triunfantes, el liberal-capitalismo, son completamente ajenas al alma hispánica, su antítesis más profunda.
Mos Maiorum, VII (Verano 2024)
Revista sobre Tradición, postmodernidad, filosofía y geopolítica
Hipérbola Janus
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 172
ISBN: 978-1-961928-17-6
Polémica entre México y España
Quizás sí merezca nuestra atención en este momento, y especialmente por ser un hecho de actualidad, los recientes desencuentros entre España y México a raíz de las declaraciones de su presidenta, Claudia Sheinbaum, cuyos orígenes, «curiosamente», no vienen a ser representativos de los de la mayor parte de la población mexicana (indígenas, mestizos y europeos), sino de la minoría de origen hebreo, que vistos los acontecimientos en el Próximo Oriente, no están como dar dar lecciones de dignidad, ética o moral precisamente. La reclamación de un «perdón», la idea de una pretendida «deuda histórica» con los antiguos territorios del otrora Virreinato de Nueva España se antoja tanto ridícula como ofensiva en relación a la realidad histórica. Este hecho, que es posterior a la independencia mexicana, y que se ha ido gestando a la sombra de la traición de las propias élites y oligarquías mexicanas a su propio pueblo, no hacen más que evidenciar el sometimiento de éstas a los intereses y propaganda del vecino del norte, de Estados Unidos, y detrás de las soflamas presidenciales de la presidenta mexicana, no hay un discurso «anti-imperialista» sino, más bien, «vendepatrias». Esa misma élite viene practicando, casi desde el mismo momento de la independencia respecto a España, una política antihispánica y anticatólica.
De hecho, para autores como Marcelo Gullo el catolicismo ha sido una especie de «escudo protector» frente a la acción disolvente representada por Estados Unidos y el mundo anglosajón, y desde los tiempos de Benito Juárez se ha promovido en México una suerte de «nacionalismo liberal anticatólico» instigado por los vecinos del Norte. Ya desde el mismo momento de la proclamación de independencia de México, comienza la injerencia de poderes extranjeros a través de la acción de sus centros de inteligencia de la época, con espías y agentes de Estados Unidos y Gran Bretaña, con la evidente intención de controlar la política mexicana y con un odio exacerbado contra toda forma de hispanismo y la desacreditación de la herencia española y su conquista de México (véase el caso de Joel Robert Poinsett). Estas maniobras buscaban precisamente medidas de tipo político, económico y geopolítico para limitar el territorio mexicano que se extendía a Texas, Nuevo México y California etc, lo que supuso finalmente la pérdida del 50% de su territorio, controlar a su clase política y limitar su desarrollo productivo e industrial en beneficio de EE.UU.
La guerra entre Estados Unidos y México (1846-1848) supuso la derrota de los segundos, y tras el Tratado de Guadalupe Hidalgo perdieron un total de 2,7 millones de km2, lo que suponía el 60% del territorio heredado de España, lo que supuso un notable espaldarazo a la economía estadounidense con grandes reservas de oro y petróleo que encumbraron su crecimiento económico en detrimento de México. Con lo cual es evidente que si tienen que reclamar a alguien «el oro robado» debería ser a sus vecinos del Norte, y no a España, que solamente generó riqueza y construyó un modelo de civilización que ha servido de base e identidad al pueblo mexicano. Posteriormente, también se dieron políticas de «descatolicización» a través de sucesivos gobiernos, como el de Juan Álvarez (1855-1863) con la implementación de medidas laicistas destinadas a desarraigar el catolicismo de las masas populares, que también afectó al régimen de tierras comunales de muchos pueblos indios, en lo que era una medida nuevamente instigada por Estados Unidos. A partir de entonces, México se convirtió en una colonia en manos de las decisiones de Washington y gobernados por sus esbirros liberales, como fue el caso, entre otros, de Benito Juárez, o la acción de rapiña emprendida por los franceses con la rocambolesca experiencia de Maximiliano I de Austria como emperador de México. La llamada «revolución mexicana» también siguió la misma dirección de las políticas estadounidenses, destinadas a destruir la herencia española y católica en el país, y fruto de esta beligerancia contra el catolicismo tuvo lugar el genocidio de los cristeros, equiparable al de la Vendee durante los años de la Revolución Francesa, en las que las víctimas fueron, nuevamente, las masas campesinas que profesaban la fe religiosa, profundamente arraigada en el país. El gobierno de Plutarco Elías Calles (1877-1945) fue el ejecutor de estas políticas criminales, instigadas, debemos insistir, por el vecino del Norte, que provocó un balance de víctimas, entre los años 1926 y 1929 de entre 70.000 y 90.000 víctimas entre combatientes y civiles, y supuso el exilio de al menos 200.000 personas del país.
Huelga decir, que la conquista de México se gestó como una liberación frente a la sanguinaria tiranía ejercida por los aztecas sobre multitud de pueblos como los toltecas, olmecas, chichimecas y otros tantos, que vivían sojuzgados y sometidos a ingentes sacrificios humanos, a modo de tributo de sangre, para alimentar a unas élites antropófagas y criminales que sacrificaban a una media de 20.000 personas al año para sus deshumanizados rituales orgiásticos y de sangre en los que sus élites aztecas consumían la carne de hombres, mujeres y niños de todos estos pueblos. La acción de Hernán Cortés únicamente supuso la forja de una alianza con una multitud de pueblos indígenas oprimidos que lograron conquistar Tenochtitlan en 1520, siendo las tropas españolas un 1% de los efectivos que intervinieron en susodicha acción. Por otro lado, en lo sucesivo, España contribuyó de manera decisiva en el desarrollo y la civilización del actual territorio mexicano, y además le dotó de una lengua y una cultura de impronta hispánica, algo que debería ser ampliamente valorado por los propios mexicanos en lugar de dar voz a discursos antihispánicos, negrolegendarios y fundados en la propaganda y mixtificaciones de los anglosajones, quienes, como hemos visto, sí han causado un notable perjuicio a su nación a lo largo de los últimos doscientos años.
Hipérbola Janus cumple 10 años
Pero este 12 de octubre hay otra efemérides, mucho más modesta pero no por ello desdeñable, al menos para nosotros y seguro que también para vosotros, para los que nos seguís desde hace años, los que leéis nuestros artículos en el blog y compráis nuestros libros. Y es que Hipérbola Janus, aquel proyecto que se perfiló durante meses a lo largo del año 2014, conoció su fecha de nacimiento oficial un 12 de octubre, fecha que, obviamente, no obedece a la casualidad ni al azar del destino, sino que fue elegida deliberadamente por el simbolismo y la fuerza que entraña, y porque nos sentimos profundamente españoles, además de tradicionalistas y, cómo conciben algunos que han descrito nuestra labor, también algo eclécticos en ciertos aspectos de nuestro pensamiento, pero siempre en el marco de un horizonte de ideas y doctrinas muy claro y concreto. Han sido 10 años de grandes ilusiones y esperanzas, afortunadamente todavía vigentes y constantemente espoleadas por un espíritu de superación, por un afán quijotesco que no entiende de obstáculos ni de muros insuperables, sino que a merced de un idealismo y una fuerza que se pretenden sobrehumanos, seguimos dando pasos cada vez más seguros hacia un futuro que, aunque incierto, no es por ello menos atractivo y alimenta la intrepidez de nuestros espíritus, siempre decididos a hacer lo que se tiene que hacer, que no es otra cosa que combatir los tiempos oscuros, los caminos errados y el Mal Absoluto, concebido en términos religiosos, espirituales o puramente ideológicos, igual nos da, considerando la posibilidad de abordar todos los frentes posibles contra esa lacra que, genéricamente, concebimos como la «Modernidad».
A lo largo de estos años hemos dado cabida a discursos muy variados, todos formando parte del ámbito disidente, que desde la geopolítica a la literatura nos han permitido ofrecer a nuestros fans y lectores desde la obra de Julius Evola, Attilio Mordini o Moeller van den Bruck, Carlo Terracciano entre otros clásicos, y otros autores vivos y cuya influencia viene siendo creciente en las trincheras contrarias al Nuevo Orden Mundial como Aleksandr Duguin, Claudio Mutti, Boris Nad, Gianluca Marletta o Carlos Blanco. Todos ellos, y otros tantos que no hemos mencionado, son parte de la gran familia de Hipérbola Janus, a ellos debemos nuestros contenidos y son parte de este proyecto que espera cumplir varias décadas más, si el cuerpo nos lo permite.