Los Wandervögel, nacido como un grupo juvenil y contestatario a finales del siglo XIX, fundamentaba su doctrina y cosmovisión en la revuelta contra la sociedad capitalista y liberal surgida de la segunda revolución industrial, en un gran movimiento que no solamente afirmaba el protagonismo y liderazgo de la juventud ante los nuevos avatares históricos, sino que también representaba una concepción del mundo, una cosmovisión que bebía de diversas fuentes. Mientras que por un lado se enfrentaba a la modernidad como tal, a la sociedad del lucro y del dinero, al politiqueo barato de los parlamentos y sus peroratas vacías, también se oponía a la sociedad de los padres y los abuelos, y en esa rebelión existía una voluntad de regeneración.
Nacida como una organización estudiantil, con un fuerte apego hacia el mundo rural y la naturaleza, y con reminiscencias claramente románticas, los Wandervögel evocaron en sus inicios fuerzas mucho más profundas. En este sentido, es especialmente sintomática la celebración del Solsticio de verano que venía precedido de marchas, ascensiones a montañas, cantos y lecturas en torno a un fuego que ascendía en medio de la noche. El calor de la hoguera parecía envolver a los jóvenes, transportándolos a un mágico letargo en el que los problemas del «yo» parecían relativizarse o incluso desaparecer. Una de las imágenes icónicas del movimiento juvenil era un joven desnudo, sobre una roca, envuelto por el aura del sol, en una obra que pertenecía al artista Fidus. La juventud alemana había tomado como expresión de su espíritu y del renacer «pagano» la imagen impresa en este cuadro.
La existencia de rituales, las actitudes y los rasgos distintivos de la juventud que se encuadraba bajo este movimiento tenían algo que iba más allá de un mero romanticismo contemplativo, de la búsqueda de un «yo» irracional o de un simple evasionismo. Como decíamos con anterioridad, había una voluntad de regeneración, de perennidad y, sobre todo, de eternizar el pasado, mediante la negación de la modernidad y sus inmortales valores y la afirmación de principios culturales y metahistóricos que trascendían por mucho la mentalidad racionalista y mecanicista de su época.
Con anterioridad, e incluso con posterioridad, otras generaciones marcaron otras épocas, se levantaron contra los tiempos que les venían legados y asumieron la batuta de su propio momento histórico para forjar, con mayor o menor fortuna, un tiempo nuevo. Esta ha sido la suerte y el destino sobre el que cada generación debería ser fundada, para dar una nueva forma y perspectiva a los valores acumulados en el devenir de los siglos. A los ciclos ascendentes suceden otros descendentes, y como el hombre y sus creaciones están sujetas en parte a lo finito y a una inevitable decrepitud, es necesario regenerarse y purificarse para tomar nuevos impulsos, para que lo Primordial no fenezca.
Sin embargo, parece que en los últimos decenios la juventud ha dejado de ejercer esa función de regeneración y purificación, de encarnación de valores de transformación, para sumirse en el desencanto y dar rienda suelta a los impulsos autodestructivos y vacíos. La juventud es hoy día una forma de negación, donde predominan los valores hedonistas, el irracionalismo, el conformismo y el aburguesamiento sobre la voluntad de potencia y superación.