La sociedad tradicional y sus enemigos
José Miguel Gambra
Editorial: Guillermo Escolar Editor
Año: 2019 |
Páginas: 237
ISBN: 978-8417134693
Nuestras generaciones han nacido en el seno de la sociedad moderna, y con la excepción de aquellos que vivieron el régimen franquista, con sus diferentes familias políticas y sus diferentes connotaciones ideológicas en función de la preeminencia de unas u otras a lo largo de su extensa existencia, todos hemos nacido, crecido y, en general, vivido bajo el actual régimen político demoliberal fundado en 1978. En consecuencia, las últimas generaciones se han caracterizado por un contacto con el ámbito de la política un tanto tangencial, limitado a los comicios electorales que se celebran cada cuatro años, muchos se consideran representados en sus intereses por el sistema de partidos y valoran su libertad en términos exclusivamente cuantitativos, de riqueza material o bien orientada hacia cuestiones de orden hedonista y banal. Esta generación es la que más frecuentemente ha utilizado aquello de «Yo soy un ciudadano del mundo» o ha desechado con una mezcla de indiferencia y repulsión cualquier idea de Patria o Comunidad. También estamos ante una generación cuyos anhelos y preocupaciones dentro del orden espiritual es prácticamente inexistente, salvo honrosas excepciones, que prefiere cualquier sucedáneo de ínfima calidad, como aquellas doctrinas del New Age en lugar de grandes tradiciones espirituales que gocen de un arraigo prolongado en el ámbito de civilización en el que nos encuadramos y que, guste más o menos, es la civilización cristiana en su vertiente católica. En este sentido ni el régimen franquista ni el posterior fundado en 1978, podrían ser considerados como dos vertientes de la Modernidad y su forma de entender la política, frente a otro modelo de sociedad muy diferente, como es aquella que nos propone José Miguel Gambra en Los enemigos de la sociedad tradicional.
Este hombre moderno, nacido en el seno de las democracias constitucionales y parlamentarias, que como bien señala José Miguel Gambra confunde el progreso material, y más concretamente tecnológico, con aquel moral o político, es un gran desconocedor de la sociedad tradicional y de los principios antropológicos, político-ideológicos y vitales que la caracterizan. La Tradición aparece a ojos de nuestros contemporáneos como algo viejo y trasnochado, petrificado y estático, esclerotizado y atrapado en otro tiempo que no guarda relación con el presente. Desde la perspectiva liberal, el Tradicionalista tiene que ser, sin más remedio, una persona que vive al margen de todo, en su burbuja, y que es incapaz de comprender los hechos del presente porque carece de toda noción de progreso y su mente se halla anegada en mil prejuicios. El Tradicionalista es al mismo tiempo alguien que prefiere la ignorancia y el oscurantismo, una rara pieza de museo que en nuestros días más que una reliquia, ya que el moderno no profesa ninguna veneración por lo que le ha precedido, es un ser despreciable cuya mentalidad hay que desterrar de la sociedad para evitar que cualquier idea o principio que subrepticiamente asocian a éste se propague.
Lejos de todos estos prejuicios y falsedades difundidas desde hace algo más de dos siglos por el liberalismo, el Tradicionalismo español o hispánico conforma una realidad mucho más compleja y profunda con ramificaciones en su desarrollo que ocupan buena parte de nuestra historia contemporánea en los dos últimos siglos. Sin embargo, el ensayo de José Miguel Gambra, Los enemigos de la sociedad tradicional, toma como referencia el discurso aristotélico-tomista como base fundamental de su discurso, y lo desarrolla en relación a todas las materias de orden sociopolítico que atañen a la sociedad tradicional, y que podríamos englobar bajo la etiqueta de pensamiento clásico, tal y como hace nuestro autor. En términos generales podríamos decir que José Miguel Gambra actualiza los fundamentos teóricos del tradicionalismo español a través del pensamiento de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, que otros pensadores carlistas de primera hora, como Vázquez de Mella, por ejemplo, no tuvieron en cuenta, probablemente por el escaso conocimiento que existía fuera del ámbito eclesiástico sobre sus ideas.
Lo más fundamental es la dicotomía planteada ya de inicio, y a partir de la introducción, entre dos modelos de Modernidad en clara confrontación entre sí, como son el modelo liberal a través de sus diversas manifestaciones políticas, que degeneran todas ellas, como se expone a lo largo del libro, en formas de despotismo; y por otro lado tenemos los totalitarismos, que comprenden aquellas corrientes político-ideológicas que parten del pensamiento hegeliano y que, según el autor, tendrían su máxima expresión en los totalitarismos del siglo XX (Fascismo y Comunismo) reduciendo a los individuos a la más absoluta servidumbre.
Frente a estas dos expresiones de la Modernidad a través del mundo de las ideologías, tenemos el mundo de la Tradición, que no es sino una cadena de legados y herencias engendrados por la acumulación de experiencias de sucesivas generaciones. Lejos de lo que aseveran los prejuicios modernos, este proceso es dinámico e implica un progreso, en la medida que las generaciones precedentes nutren a las que les suceden con sus experiencias y conocimientos, que a su vez, en una cadena que se pierde en la noche de los tiempos, es el producto de innumerables generaciones. Mediante este proceso se genera un patrimonio común en el que se reúnen todo tipo de conocimientos, desde aquellos espirituales y trascendentes, pasando por otros de raíz más inmanente y material como aquellos culturales y científicos etc.
Por otro lado, la Tradición implica el enraizamiento en un modelo muy particular y concreto, ajeno a cualquier forma de abstracción, tan característica de los tiempos presentes, que vemos reflejada en la naturaleza de los propios regímenes y cosmovisiones emanadas de la Revolución Francesa. Hablamos de conceptos como aquellos de la «humanidad» o la «voluntad general», que tras generalizaciones absurdas pretenden ocultar la pluralidad de sujetos particulares y colectividades que existen en el mundo, y que la Comunidad Política como tal depende en su organización interna de aspectos concretos dentro de un determinado contexto histórico, religioso y socio-cultural. No existe ningún modelo universalmente válido, como pretende el liberalismo, que pueda servir de base a una Comunidad humana como se pretende a través de la democracia de libre mercado, cuyas deficiencias, limitaciones y falsificaciones son brillantemente expuestas por José Miguel Gambra.
De modo que aquello que queda muy claro en esta obra desde su comienzo es una dicotomía entre dos realidades radicalmente antitéticas: la modernidad con su doble vertiente (liberal y totalitaria) y el mundo de la Tradición, que como hemos advertido, y es necesario insistir, representa una realidad viva y dinámica cuyo mantenimiento e impulso depende de la vitalidad de la organización social, de su capacidad para gestionar los frutos que les han sido entregados y aquellos que ella misma pueda aportar en el devenir de los tiempos.
Conviene destacar que el pensamiento clásico a través de la doctrina aristotélica y el posterior revisionismo y actualización en pleno medievo por parte de Santo Tomás de Aquino, a la luz de la Revelación, sirven de base para pertrechar todos los aspectos de la sociedad tradicional que aborda José Miguel Gambra, y que conforma la matriz fundamental de la antropología tradicional. Entre los conceptos que se derivan de los principios aristotélico-tomistas el más destacable es el «bien común» en sus variantes complementarias y debidamente jerarquizadas del «bien común inmanente» y el «bien común trascendente», que deben regir toda organización política en sus fines y objetivos para concebir el equilibrio y armonía que resulta del todo ausente e inexistente en las sociedades modernas donde el liberalismo ha triunfado de forma absoluta.
La dicotomía entre la Modernidad en sus diferentes variantes, y especialmente en aquella liberal con su individualismo, artificiosidad y conflictos permanentes, con aquel modelo tradicional, amparado en los hechos naturales y espontáneos que genera el propio devenir histórico y la maduración de sus procesos seculares, constituyen uno de los principales atractivos de este libro. Y vemos con mayor claridad el abismo que separa ambos modelos a través del análisis de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, la definición del Patriotismo en contraste con el nacionalismo, o lo que en nuestra opinión es uno de los aspectos más destacables del libro: el papel de la sociedad civil, de los denominados cuerpos intermedios y la complejidad que entraña el modelo político tradicional, su potencial orgánico y la vía alternativa frente a los modelos de sociedad que las ideologías modernas han engendrado, y en las que el individuo aislado o el papel fagocitador del Estado o la burocracia sin rostro, fría y anónima, ha operado sobre los individuos neutralizando formas de organización que, en nuestro caso particular, como españoles, han sido particularmente importantes.
Este último aspecto es especialmente interesante, especialmente en la medida que los mass media y el aparato propagandístico vinculado al liberalismo, a través del cual acostumbra a construir eso que llaman «opinión pública», se han dedicado a vender de manera sistemática que «la democracia es el mejor de los sistemas posibles», haciéndonos creer que no existe otro modelo de comunidad política posible o deseable, y que más allá de las democracias de libre mercado la alternativa son las dictaduras y la opresión más ominosa. La degradación del ámbito rural y de los municipios, donde los auténticos lazos orgánicos se forjan hasta constituir un tejido social fuerte e impenetrable ante cualquier idea subversiva o disolutoria, es un rasgo típico de los modelos liberales, que prefieren el desarraigo de los entornos urbanos, donde es más fácil construir su modelo antropológico de individuos aislados ajenos a cualquier forma de tradición o patriotismo que les haga sentirse cerca de aquellos con los que comparte un pasado y una historia comunes.
El papel de la Iglesia católica y su misión salvífica y universal, y su autoridad dentro de la comunidad política, también constituye uno de los temas fundamentales de nuestra obra. Y al margen de las ya mencionadas relaciones con el Estado, y su capacidad de armonización en el ámbito de las competencias entre autoridades, destaca el énfasis en aspectos como la doctrina social de la Iglesia, o las cualidades morales y de prudencia que ésta aporta también al orden político. Asimismo, es obvio que la Iglesia reivindicada con Gambra debe lidiar con el llamado «liberalismo católico», que constituye un asunto problemático dentro de la Iglesia moderna y determina sus descensos hasta culminar en aquel más profundo, y que viene representado por el Concilio Vaticano II, que supone la abdicación de la Iglesia ante la Modernidad.
Pese a la época de anarquía y desorden en que vivimos, al triunfo de grupos de poder oligárquico con intereses espurios, que someten a los pueblos a sus intereses, generalmente usurocráticos, José Miguel Gambra lanza una visión bastante esperanzadora y de fortalecimiento en los principios, tanto en lo religioso-espiritual como en lo político, que podemos reconocer a lo largo de toda su obra, donde todos las ideas son expresadas de forma clara y sencilla, al nivel de cualquier neófito en la materia.
Conviene destacar, y no es un detalle menor ni anecdótico, que nuestro autor es hijo de uno de los más destacados representantes del tradicionalismo español: Don Rafael Gambra Ciudad, que junto a Francisco Elías de Tejada y Spínola, representa, en nuestra opinión, la cumbre del pensamiento tradicionalista español de las últimas décadas.