Todos hemos sido «asaltados» en nuestros hogares por individuos pertenecientes a esta congregación sectaria y pseudorreligiosa en alguna ocasión en nuestras vidas. Las situaciones y experiencias en este sentido darían como para escribir un libro, y al evocarlas no es infrecuente hacerlo con cierta ironía o sarcasmo, incidiendo siempre en situaciones surrealistas o incluso irritantes, en las cuales un par de integrantes del mencionado grupo hacen uso de toda clase de artimañas, a cual más delirante, para conseguir la adhesión del incauto de turno a sus filas. En cualquier caso, las estrategias del grupo han variado ostensiblemente en los últimos años, y ahora en lugar de predicar casa por casa han recurrido al buzoneo, probablemente después de tomar conciencia de la tortura que suponen sus visitas.
No obstante, cuando profundizamos un poco en esta organización, pretendidamente «religiosa», podemos hallar importantes matices que nos llevan a cuestiones mucho más oscuras, que nada tienen que ver con lo que podría referirse al sano ejercicio de la fe o a una mera rama del cristianismo, con su propia interpretación del mensaje Crístico. Para ilustrar esta idea trataremos de describir someramente sus orígenes, los entresijos de su doctrina y cuál ha sido el devenir de la organización desde su fundación hasta nuestros días.
En cierto modo, nos sentimos muy cercanos a autores como Evola y Guénon, que en su día ya advirtieron de los peligros de los sucedáneos de espiritualidad que una era moderna totalmente desconsagrada como en la que vivimos ofrecía. No hablamos ya de las creencias espiritistas o la teosofía, como hiciera el pensador francés en sus extensas y minuciosas críticas a este tipo de doctrinas en las que se destacaba la amalgama de ideas pretendidamente espirituales e investidas por una retórica cientifista moderna sin ninguna correspondencia lógica ni real entre teoría, doctrina y práctica. Del mismo modo el autor romano, Julius Evola, nos ponía en guardia frente a las mixtificaciones pseudorreligiosas de nuestro tiempo, incluyendo las mismas categorías que el propio Guénon, y destacando el papel de ciertas corrientes científicas —o que aspiraban a serlo, como el psicoanálisis— con sus consiguientes peligros en lo que a la liberación de fuerzas oscuras, inferiores e incontroladas se refiere, lo cual, en última instancia, solamente contribuía a dañar la psique humana y a debilitar interiormente al hombre moderno.
Los orígenes: plagios, mentiras y estafas
Los Testigos de Jehová toman su nombre directamente del siguiente pasaje bíblico:
«Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí».
– Isaías, 43-10
Sin embargo, los Testigos de Jehová no dieron esta denominación al grupo hasta fechas bastante tardías. No sería hasta la celebración de una convención internacional acontecida en la población de Columbus (Ohio), en el año 1931, cuando asumieron el nombre por el cual son conocidos en la actualidad. Con anterioridad, a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX, concretamente desde su fundación en 1872, se hicieron llamar simplemente cristianos, para ir cambiando sucesivamente de nombre. Entre aquellos nombres o denominaciones más llamativas estaban, por ejemplo, aquella de «ruselitas», en alusión al ministerio de su fundador Charles T. Rusell, «La Aurora del Milenio» o simplemente «estudiantes de la Biblia», que es una descripción bajo la que se presentan a menudo en sus acciones proselitistas incluso a día de hoy.
Merece la pena detenerse en ciertas consideraciones acerca del fundador, Charles T. Rusell, porque son muy reveladoras en relación al espíritu que inspiró a su organización. Teniendo en cuenta que asumió la función de pastor y dirigente con tan solo 20 años en el momento de su fundación, es obvio que su formación religiosa y doctrinal era más bien pobre, y de hecho su trayectoria en ese sentido era de lo más común, sin destacar en absoluto en cuestiones de índole intelectual. Es más, según él, como arguyó en su momento, que se había dedicado a «estudiar» las religiones orientales, tras lo cual maduraría una serie de teorías y doctrinas escatológicas que le llevaron a la conclusión de que el fin del mundo y el advenimiento de Cristo era un proceso que se había desencadenado ya en 1874. Y, de hecho, las predicciones de tal fenómeno y de un hipotético apocalipsis se han sucedido desde entonces hasta nuestros días. El propio Rusell desarrolló sus teorías a lo largo de una extensa obra donde explicaba los planes de la acción divina sobre el mundo y la manera en la cual éstos iban a suceder. Y no solamente libros, sino que la acción proselitista se extendía a diversos panfletos o un periódico bajo el título The Watch Tower and Herald of Christ’s Presence, conocida en los países de habla hispana como Atalaya, que precisamente daría el nombre a la poderosa Sociedad Watchtower, que se erige como el centro dirigente de la secta a nivel mundial. Consiguió millares de seguidores, traducciones en una treintena de idiomas y un éxito de ventas considerable, eso siempre según el testimonio de los miembros de la secta. Aunque es obvio que, a estas alturas, la expansión global de la secta es más que evidente con más de 8 millones de seguidores, especialmente en Suramérica.
Desde un principio, Charles T. Rusell, dada su mediocridad intelectual y el poco bagaje cultural del que era poseedor, estuvo bajo sospecha y corrieron rumores sobre su sistema de pensamiento, que era en realidad un plagio en toda regla de un autor que le precedió, y que sobrevoló al grupo recién formado durante sus primeros años. Porque además el propio Rusell tenía antecedentes bien conocidos como estafador, tales como sus artimañas facciosas para conseguir fondos para su «iglesia», como fue la estafa del «trigo milagroso», que vendía a 60 dólares, cuando el precio normal era de 1 dólar, bajo la premisa de unas supuestas propiedades milagrosas. En 1913 ideó otra estafa a partir de una medicina que decía que podía curar el cáncer, con unas propiedades igualmente extraordinarias. Todas estas habilidades para el engaño y la manipulación fueron puestas desde un principio al servicio de la organización.
Del mismo modo, y pese a la consideración que se otorgó a sí mismo como pastor, nunca perteneció a ninguna iglesia, ni fue oficiado como tal, y muchísimo menos tuvo una influencia más allá de un nutrido grupo de seguidores locales, que en un principio cayeron bajo el hechizo de sus mentiras y falta de escrúpulos. De hecho, su falta de erudición y conocimientos teológicos fueron puestos en evidencia tras la denuncia del Pastor Ross, que demostró su profunda ignorancia en teología, su desconocimiento del hebreo o del latín de los cuales presumía el propio Rusell ante sus acólitos. Llegó a desautorizar a todos los teólogos, padres de la Iglesia y figuras clave en la interpretación de las Sagradas Escrituras afirmando que él era el único que las había entendido y tenía la clave para su correcta interpretación.
Rusell fue acusado también de llevar una vida licenciosa e inmoral, al tiempo que destacaba por sus habilidades para embaucar a aquellas personas más vulnerables y, mediante un discurso pseudorreligioso, era capaz de hacer dinero por cualquiera de las vías fraudulentas que hemos expuesto anteriormente. Son bien conocidos sus escarceos amorosos y sus actos adúlteros, algo que bajo las premisas morales de la época suponía un desprestigio social notable.
En resumen, el fundador de los Testigos de Jehová era cualquier cosa menos un dechado de virtudes, una persona honesta, culta y capaz de mostrar respeto alguno por la exégesis cristiana o por cualquier principio espiritual verdadero, digno y dentro de una ortodoxia.
En lo posterior, tras la muerte de Rusell en 1916, solamente han habido dos sucesores al frente de la secta hasta nuestros días: Joseph F. Rutherford, del cual se sabe poco más allá de su carácter huraño y misterioso y su gusto por la buena vida colmada de lujos y grandes dispendios, además de su oportunismo para hacerse con el poder dentro de la Sociedad tras la muerte del fundador. A éste le sucedió Nathan H. Knorr en lo que fueron los tres primeros pastores de la organización, y a los que podemos considerar como sistematizadores de la doctrina, aunque ésta ha ido variando con cada presidente. En lo sucesivo encontramos a Frederick W. Franz, Milton G. Henschel, Don Alden Adams y actualmente, como último presidente, Robert Ciranko. Al margen de estas figuras visibles, resulta desconocida para el conjunto de los militantes del grupo la cúpula que elige a los dirigentes de la organización. Los militantes deben contribuir a la llamada «obra mundial» con un porcentaje considerable de sus ingresos y tienen prohibido inmiscuirse en otros asuntos.
Falsos profetas y falsas doctrinas
Respecto a las creencias es evidente que están basadas en concepciones erróneas y en las interpretaciones erráticas e inexactas de su fundador, que quedó en evidencia en muchos momentos a lo largo de los primeros años de existencia de la organización. Negando, por un lado, a los grandes Doctores de la Iglesia o a los grandes intérpretes del discurso cristiano que le habían precedido, y, por otro lado, atribuyéndose el estatus de único intérprete válido de la Biblia pretendía atacar las mismas bases del Cristianismo.
A nivel doctrinal una de las consignas de los Testigos de Jehová es la negación absoluta de los dogmas cristianos como tal, empezando por aquel de la Trinidad o del Espíritu Santo, niegan que estén inspirados por un principio divino y se oponen al misterio que este principio entraña dentro de la exégesis cristiana. En su lugar pretenden imponer un criterio interpretativo de los pasajes bíblicos desde una perspectiva racionalista-positivista, tan característica del siglo XIX, y que caracterizó a otras sectas milenaristas creadas en esa época o a los propios teosofistas, que mezclaban conceptos pretendidamente metafísicos con otros de naturaleza racionalista desvirtuando la ortodoxia de todo principio verdaderamente trascendente. Además, dentro de la cadena de negaciones y sujección del credo cristiano a la razón, de la negación del concepto trinitario de Dios, y con éste de la deidad de Cristo, desconocen el principio de la fe, básico en las creencias cristianas. Es más, sobre la Santa Trinidad hay unanimidad en todas las iglesias cristianas, desde la protestante (de la que procedía el propio Rusell), pasando por la ortodoxa o la católica. Del mismo modo, conviene insistir en el absurdo que suponía que un profano se arrogase la negación de los sacramentos y enseñanzas básicas de la Iglesia, incidiendo especialmente en los contenidos del Antiguo Testamento, que eran objeto de las mismas interpretaciones erradas.
Del mismo modo, como hemos apuntado, se niega la propia divinidad de Cristo mientras adoptó su forma de hombre en la tierra, y arguyen que su sufrimiento y la sangre derramada fueron en vano, negando toda la obra redentora que encarna el sentido teleológico de la historia en clave cristiana, y con éste relativizan su importancia en el contexto de una doble naturaleza divina y terrenal. Llegan incluso a afirmar que el Jesús humano y terrenal debía morir y permanecer muerto por toda la eternidad. Paralelamente niegan su resurrección bajo apariencia corporal y física y nos remiten a una resurrección espiritual. A esta nueva negación, fácilmente refutable por innumerables pasajes de la biblia, donde el propio Cristo afirma su corporeidad y el sentido e interpretación de sus enseñanzas, los Testigos de Jehová recurren al Génesis para hablar de una condena tácita del hombre en los tiempos del Paraíso adánico, con la caída del primer hombre el resto de la humanidad ha nacido depravada y hundida en el pecado.
En lo que se refiere a la doctrina de la Salvación defendida por Rusell y sus sucesores hay una serie de ideas y contradicciones que hacen difícil establecer una interpretación mínimamente coherente. Se entiende que la salvación puede obtenerse a partir de distintas vías: se trata de alcanzar un principio de perfección adánica, y a partir de ahí transmutar la naturaleza humana a una forma «espiritual», lo que implica una consagración absoluta a Dios y sus leyes durante lo que se concibe como la «era del Evangelio», pero el modelo de salvación que no alcance ese pretendido principio adánico será de naturaleza inferior, no espiritual. En fin, se trata de una serie de interpretaciones totalmente gratuitas, sin remitirse a los textos bíblicos y que entiende de distintas formas de salvación frente al Fin del Mundo, y distintas formas de afrontarlo. En el Nuevo Testamento no se habla de distintos tipos de salvación, ni de categorías dentro de la misma, ni de la posibilidad de justificación sin regeneración frente a la idea de Salvación.
Son muchos más los conceptos erráticos, fruto de una «teología torcida» y de una lectura mal asimilada de las fuentes bíblicas las que han degenerado en las doctrinas de los Testigos de Jehová, y desde su fundador y en lo sucesivo han ido perpetuándose a través de sus prédicas y escritos. Necesitaríamos un espacio mayor para comentar con más detalle las interpretaciones que esta secta potencialmente destructiva y prevaricadora ha hecho del discurso cristiano, el cual, obviamente, no es interpretable a gusto del consumidor ni puede ser objeto de un reduccionismo tan falaz y mediocre en manos de cualquier prevaricador.
En otras cuestiones de ámbito más mundano, como son los símbolos nacionales, el reconocimiento de autoridades o cualquier otra instancia similar, éstos no son reconocidos por los Testigos de Jehová, ya que son considerados como satánicos, de modo que rehúsan participar en cualquier tipo de acto cívico o religioso que no sea organizado por la propia secta. Mención aparte merece el asunto de las transfusiones de sangre, una de las muchas normas y restricciones del grupo. Se trata de una medida que se impuso bajo el ministerio de Knorr durante la década de los años 40, pues según este dirigente el acto de trasvasar sangre de un cuerpo a otro entrañaría un principio antibíblico. Las únicas referencias en este sentido las encontramos en el Antiguo Testamento, y están totalmente descontextualizadas respecto a las transfusiones de la medicina contemporánea. Al parecer, y en virtud de la interpretación del Levítico, Génesis y Deuteronomio llegan a identificar lo que es el alma y el amor hacia Dios con la sangre, como parte integral y fundamental de la expresión de la misma. De modo que los Testigos interpretan que si se cede la sangre a otra persona se está renunciando a la propia alma, lo cual es incompatible con amar a Dios en la medida que esa sangre, como fundamento inalienable del alma humana, al salir del propio cuerpo rompe con esa unidad fundamental necesaria para la salvación. Es una interpretación totalmente absurda y ridícula, en la que, al margen de contravenir fuentes bíblicas, establece una interpretación materialista y sin sentido alguno del alma, un principio inmaterial, al confundirlo con otro material y biológico como es la sangre. Bajo estas creencias totalmente delirantes no son pocos los miembros de la secta que han muerto ante la negativa a recibir una transfusión de sangre.
Actividades de la organización
Son bien conocidas las publicaciones de los Testigos de Jehová, traducidas en multitud de idiomas y con un volumen de producción a nivel de ejemplares y distribución a escala mundial considerable. Hablamos de revistas como Atalaya o Despertad, o bien de libros que, según fuentes propias de la organización, llevan muchos decenios alcanzando más de tres millones de ejemplares anuales. El propósito de la producción de este volumen de propaganda no es otro que el de asegurar una homogeneidad y unidad interna en lo que se refiere al criterio y doctrina de la organización y, evidentemente, para mantener una estructura financiera potente en vistas de una actividad proselitista cada vez mayor.
De hecho los dictámenes que vertebran las políticas internas de la organización son establecidas desde Nueva York para el resto del mundo, concretamente desde Brooklyn, allí donde reside la élite mundial de la secta, desconocida por las comunidades de militantes y adheridos, que aceptan sin posibilidad de crítica u oposición las decisiones que la cúpula del poder toma, ejerciendo una disciplina férrea, autoritaria y sin lugar a pluralidad alguna. Y no es que el hecho de que una organización de naturaleza religiosa o espiritual no deba poseer un centro de autoridad, desde donde emanan las Verdades eternas, pero es que en este caso estamos hablando de una empresa con sus dividendos, accionistas y actividades financieras, respecto a las cuales la comunidad de militantes son una parte esencial.
Paralelamente las actividades literarias de la organización también han procurado una acumulación de riqueza a la misma, que posee un notable poder financiero y son conocidas sus inversiones inmobiliarias, nutridas por la venta de libros, panfletos y revistas, que durante cerca de 140 años, desde su fundación, han generado un volumen de negocio que conforma el principal interés de esta organización. De hecho, sus seguidores son debidamente instruidos en nociones de mercadotecnia para mejorar sus habilidades como vendedores. No en vano aquellos militantes que son capaces de vender una mayor cantidad de libros y generar mayor volumen de negocio son los mejor considerados en la estructura de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract Society.
Al mismo tiempo las estrategias para captar a nuevos militantes han ido incrementándose con el tiempo, utilizando una variada gama de artimañas, discursos enlatados e incongruentes y vaguedades sin sentido, que mediante una adecuada presentación de la doctrina tienen entre los cristianos su particular «coto de caza» para conseguir nuevos adeptos. Está claro que es mucho más sencillo seducir a aquellas personas que estén mínimamente familiarizadas con la Biblia, y es obvio que les interesa que haya un conocimiento superficial de la misma, porque de otro modo sus vagos y falsos argumentos son fácilmente refutables. En última instancia pretenden que el incauto de turno caiga en las redes de la organización bajo la promesa de una hipotética salvación a la que solamente optará perteneciendo a los Testigos de Jehová, mientras que el resto de la humanidad será pasto de las llamas y la condenación en un próximo Armageddon, eternamente anunciado y nunca alcanzado. De hecho los temas apocalípticos y el anuncio de un fin próximo de los Tiempos ocupan la parte esencial de las enseñanzas clave de reeducación y manipulación a los que son sometidos los nuevos miembros, que son moldeados bajo un único patrón común perfectamente diseñado por la organización.
Conclusiones
En una época desacralizada como en la que vivimos es fácil caer presa de ciertas creencias o tendencias que implican formas de autodestrucción y un daño irreparable para quienes caen en ellas. No es un caso exclusivo de los Testigos de Jehová, pero sí es cierto que, entre la multitud de sectas surgidas en el siglo XIX, una de las más exitosas y que ha gozado de una mayor expansión quizás sea aquella fundada por Charles T. Rusell. Como decíamos, más de ocho millones de personas se declaran seguidores de este grupo sectario y trabajan activamente en todo el mundo en la difusión de su «obra», alimentando un negocio administrado desde un centro único radicado en Estados Unidos. La desvirtuación de las enseñanzas bíblicas, su permanente mixtificación y el uso y abuso de una doctrina bimilenaria que cuenta con millones de seguidores en los cinco continentes, supone una herejía que no es fruto de una mera interpretación errónea o de un grupo de sujetos equivocados o mentalmente enajenados, sino que la propia evolución de la organización delata intereses económicos y materiales que, sustentados en visiones absurdas e interesadas, sirve de base a un auténtico negocio que desangra económica y espiritualmente a quienes se hallan sujetos a su disciplina. De todos modos hay que celebrar que la Federación Rusa haya tomado medidas para frenar las actividades de esta organización en su territorio, prohibiéndola y confiscando todas sus posesiones en Rusia.
El hombre moderno carece de esa visión cósmica, de conjunto, que caracterizó a generaciones precedentes, y es incapaz de comprender la Tradición en su integridad, dado que ésta ha llegado a nuestros días no ya en un estado fragmentario, sino que es prácticamente inexistente, y esa situación nos hace vulnerables ante formas de pseudoespiritualidad tan aberrantes como la que hemos expuesto a lo largo de estas líneas.
Por estos motivos es tan importante preservarse interiormente, y a falta de grandes centros de iniciación, y bajo una perspectiva más evoliana, como es aquella del kshatriya, es necesario no dejarse embaucar por los sucedáneos de espiritualidad que abundan en nuestros días, y por ello hay que adoptar una postura defensiva frente a este tipo de doctrinas, y, al mismo tiempo, hay que contraatacar y desenmascarar este tipo de movimientos y la naturaleza demoníaca e inferior, totalmente profana, que se oculta tras sus propósitos falsamente espirituales.
Julius Evola ya nos previno en su día de la facilidad con la cual el hombre moderno, no habituado al contacto con lo trascendente, puede ser presa de lo irracional y de lo absurdo o de pretendidos fenómenos extraordinarios que serían capaces de seducir las necesidades espirituales de millones de personas. En realidad todas estas formas de pseudoespiritualidad son la consecuencia de un tiempo de caos y disolución, en el que la falsificación de conceptos de trasfondo religioso-espiritual son el mejor vehículo para propagar tal confusión. Tampoco es un hecho casual que la propia decadencia de la Iglesia Católica, que para René Guénon sería la doctrina más adecuada para que Occidente retornase a un orden tradicional de acuerdo con su idiosincrasia como civilización, esté naufragando desde hace décadas y ya con el Concilio Vaticano II abdicase ante la Modernidad. Y es que la práctica religiosa en Occidente se ha convertido en una mera liturgia social. En ese sentido se han enfatizado cuestiones de orden moral y devocional, que tendrían que ver más con el orden burgués impuesto por el liberalismo moderno que con las características de una religión tradicional.