Justicia y Espiritualidad
El pensamiento político de Mahmud Ahmadineyad
Sepehr Hekmat y Alí Reza Jalali
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2016 |
Páginas: 194
ISBN: 978-1535009638
El libro que les vamos a presentar a continuación constituye una novedad editorial en lengua castellana de primer orden, y ello se debe a varios motivos:
En primer lugar al hecho de que no existe ninguna otra publicación en nuestra lengua sobre aspecto alguno de la biografía de Mahmud Ahmadineyad, el ex-presidente de la República Islámica de Irán entre los años 2005 y 2013, un periodo de 8 años que es el que abarca «Justicia y Espiritualidad», el libro que hoy presentamos a nuestros lectores.
En segundo lugar «Justicia y Espiritualidad» no es solamente una biografía del ex-presidente iraní, sino que además nos cuenta una porción de la historia iraní reciente, aquella que nos conduce, desde el año 1979, hasta el 2013. Es la historia del país medio-oriental de las últimas décadas, pero no solamente de los aspectos políticos de esta nación, sino que también concurren otros elementos, como la historia social, religiosa y del propio sistema, original y complejo, que nació con la Revolución de los Ayatolás. Asimismo también se incluye un análisis geopolítico del Irán actual, de todo el potencial que atesora esta nación tan desconocida para los europeos occidentales.
En tercer y último lugar, señalar que este libro es tan necesario como oportuno, y más ahora que la figura de Mahmud Ahmadineyad vuelve a sonar con fuerza en el panorama internacional con el anuncio de su posible presentación a las elecciones presidenciales de 2017. Y es que profundizar en la personalidad, el gobierno y el recorrido vital de Ahmadineyad implica sumergirse también en una porción de la historia del país asiático, en la realidad de su sistema, no tan hermético ni tan inaccesible como cierta propaganda interesada nos ha hecho creer.
Irán es un país peculiar desde muchos puntos de vista, con una historia milenaria tras de sí y una serie de elementos característicos a los que debe su identidad actual. Un país con una extensión territorial de 1.645.258 km² y una población de unos 65 millones de habitantes, un elevado porcentaje de ésta menor de 25 años, y con una esperanza de vida de 70 años, en unos niveles muy similares a aquellas de las sociedades europeas.
Se trata de un país que despliega sus fronteras, de forma inequívocamente ortogonal, y de norte a sur, desde las fronteras con Rusia al norte y el mar Caspio, el Océano Índico al sur, controlando el Golfo Pérsico a través del Estrecho de Ormuz, o bien al Oeste, con Irak, Turquía, Armenia y Azerbaiyán y al Este con Pakistán, Afganistán y Turkmenistán y con la India o China como grandes potencias regionales. Al margen de las cuestiones geográficas también debemos contar con el potencial de recursos como el petróleo y el gas natural, con importantes yacimientos en diversas partes del territorio iraní, muy importantes dentro de cualquier análisis geopolítico.
Asimismo debemos considerar otros elementos fundamentales dentro de este contexto, y que son la variedad etnocultural y la estratificación derivada de ésta a lo largo de los siglos, y que conoce distintas cumbres en el devenir histórico de esta nación, como son la etapa de los Aqueménidas (648 a.C - 330 a.C) o aquella de los Medos (758 a.C- 550 a.C).
Paralelamente podemos señalar otra peculiaridad, ésta de orden religioso, que es la que nos remite a la Shia, que desde hace 500 años constituye uno de los factores aglutinantes de la nación irania, y de hecho es la nación chiita más grande del mundo. Al mismo tiempo vemos la existencia de una pluralidad etno-religiosa que goza de gran autonomía y es respetada en sus particularidades, se trata de un principio que define la fortaleza que caracteriza al país en su unidad. Y es que no podemos olvidar que el territorio que conforma la actual nación persa está rodeada por un sistema de cadenas montañosas entorno a un altiplano, y las condiciones de la orografía del país han convertido al país, a lo largo de los siglos, en una tierra de encrucijada con el paso de árabes, mongoles, turcos, indios, chinos o rusos, y con anterioridad también fue tierra de paso para las tropas de Alejandro Magno. Tampoco podemos obviar que en los siglos centrales de la Era Moderna Irán formaría parte de la conocida como Ruta de la Seda, que convertiría las tierras persas en parte esencial del comercio euroasiático.
Ya en esta época, con el Shah Ismail I tendrá lugar la unificación de Irán en sus fronteras actuales tras llevar a cabo una obra política de unificación entre 1509 y 1524. A la unificación política debemos añadir otro momento fundamental que fue la construcción del edificio imperial y la imposición de la Shia como religión de Estado. Esto último sucederá con Abbas el Grande (1587-1629), y esto sucede en una época de enfrentamientos con otros imperios fronterizos, como aquel de los Otomanos, que disputan el territorio al imperio persa, que recibe en aquella época el apoyo de ingleses y portugueses. En los siglos sucesivos, Irán debe contener el empuje de dos imperios que se encuentran en plena fase de apogeo, como son el Otomano y el Ruso, que tratan de fragmentarlo a Irán en dos siglos de inestabilidad con la sucesión de varias dinastías. Será en el siglo XIX, cuando el imperio británico comienza a tomar una extensión planetaria, cuando un nuevo competidor se unirá a turcos y rusos, para entonces es evidente que la tradicional vocación imperial persa ha acabado agotándose.
Desde el siglo XIX en adelante las rivalidades entre Rusia y Gran Bretaña incrementan notablemente la presión sobre el territorio iraní, buscando claramente la fragmentación política de su territorio y la autoridad de la casa real persa reinante. Hay un claro objetivo de balcanizar el territorio para debilitarlo, junto con las exigencias británicas de democratización del régimen, que no son otra cosa que las exigencias de occidentalización que condicionarían al régimen iraní a lo largo del siglo XX, hasta el advenimiento de la Revolución Islámica de 1979. En esos momentos el régimen iraní se plegaría a esas exigencias promulgando una constitución en 1906, concretamente un 30 de diciembre, que dará vida a un texto constitucional inspirado en el ejemplo de la constitución belga de 1831, lo cual, en lugar de beneficiar o fortalecer al Estado, aceleraría, de forma indefectible, su disolución. Las consecuencias inmediatas las vemos reflejadas en los acuerdos de San Petersburgo de agosto de 1907, en los que rusos y británicos acuerdan repartirse el territorio del altiplano iránico. El acuerdo reservaba unas mínimas parcelas de autoridad al régimen persa en la zona central del país, mientras que las extensiones del norte y sur del país eran repartidas entre las potencias europeas, aunque el acuerdo no entraría en vigor, oficialmente, hasta el final de la Primera Guerra mundial. De hecho fue con el estallido de la Gran Guerra (1914-1918) cuando las tierras iranias adquieren una nueva importancia estratégica, y es que desde allí rusos y británicos pueden llevar a cabo operaciones militares contra el Imperio Otomano. De modo que la neutralidad declarada por el régimen de Teherán el 1 de septiembre de 1914 será solamente virtual, debido a que durante todo el transcurso de la guerra el país estará sometido a las maniobras y las intrigas de los ejércitos y las cancillerías de rusos, británicos, alemanes y turcos.
La estabilidad no llegará a tierras persas hasta el golpe de Estado que tiene lugar en el año 1921, perpetrado por Reza Jan y por el filobritánico Seyyed Ziaeddin Tabatabai, hijo del ulema constitucionalista Seyyed Muhammad Tabatabai. Sin embargo, la política de Reza Jan tratará de buscar, alternando éxitos y fracasos, una política equidistante respecto a Londres y Moscú, aunque siempre tratando de mantener los vínculos y las relaciones, más o menos estrechas, con ambas potencias. Lo más relevante de esta dinastía, dado que será una tendencia que se prolongará a través de sus sucesores, serán una serie de reformas que inciden en la occidentalización del país, y que tendrá como contrapartida la humillación y erosionamiento de las antiguas tradiciones persas populares. Al mismo tiempo, y tras ser ordenado Shah, Reza Jan también emprenderá una serie de proyectos de modernización de las infraestructuras y redes públicas centradas fundamentalmente en las redes viarias y ferroviarias que permitirán la comunicación con ambos extremos del país, del Mar Caspio en el Norte con el Golfo Pérsico en el Sur, la Banca Nacional Irania o la Universidad de Teherán, obras, todas ellas, que se extenderán desde mediados de los años 20 hasta comienzos de los años 40.
Con la entrada en los años 30, el régimen persa incrementará sus contactos con otras grandes potencias europeas, especialmente con Alemania, que además se convertirá en el socio comercial más importante, y de la cual dependerá la totalidad de la economía nacional. Pero esta situación no implica que la presión de los británicos se aminore o desaparezca, sino que con el concurso de otras potencias europeas, Gran Bretaña presiona al régimen de Teherán para que le sean otorgadas nuevas y renovadas prerrogativas a la Anglo-Iranian Oil Company con la extensión de las mencionadas concesiones a un periodo de 60 años. Los métodos que emplean los británicos son la amenaza de bloqueo de todas las cuentas y finanzas iraníes, propiedad del patrimonio imperial del Shah, en bancos de Londres y el bloqueo naval de la marina inglesa. A partir de 1937 comienzan a atisbarse también los deseos de construir una política de entendimiento regional, y de ésta nacen tratados de amistad y colaboración con Turquía, Irak, Afganistán y un matrimonio dinástico del hijo Muhammad Reza con Fawza de Egipto que revierte en forma de alianza política con Egipto.
Sin embargo, estos intentos por sustraerse de la asfixiante influencia británica a través de las alianzas con Turquía y Egipto no acaban más que incrementando la dependencia y el sometimiento al país europeo. En el caso de Egipto sufre la ocupación británica durante los años 30, eso pese a haber adquirido la independencia formal en el año 1922. En el caso de Irak se había emancipado como antigua colonia anglosajona en 1932, pero a pesar de ello sigue manteniendo unas importantes limitaciones en el terreno económico y militar en detrimento de la influencia británica, todavía presente pese a una teórica independencia.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) la suerte del antiguo imperio persa no será demasiado diferente respecto a la Primera Guerra Mundial, y pese a su declaración de neutralidad volverá a jugar un papel estratégico fundamental debido a su particular ubicación geográfica. Rusos y británicos volverán a considerar vital este espacio Medio-Oriental como una especie de corredor de comunicación fundamental para el transporte de suministros. El país vuelve a ser dividido al ser ocupado en 1941 en su parte Norte por la ocupación soviética y en el Sur por Gran Bretaña. Al mismo tiempo el Shah Reza es obligado a abdicar en el nombre de su hijo Muhammad Reza, en una situación que será «normalizada» o «legalizada» formalmente en enero de 1942 en un Tratado Tripartito entre Londres, Moscú y Teherán.
Durante los años finales de la guerra mundial un nuevo actor irrumpirá para jugar un papel fundamental durante las últimas décadas que precederán a la Revolución Islámica, se trata, obviamente, de Estados Unidos. La integración de Irán en el nuevo escenario de Guerra Fría, así como la explotación de los recursos del país euroasiático se convertirán en un imperativo fundamental para el gobierno americano. No obstante, en 1951, bajo el gobierno del primer ministro Mossadeq, tiene lugar un primer conato de conflicto con la nacionalización del petróleo iraní bajo la Sociedad Nacional del Petróleo Iraní. Ésta acción también afecta a los británicos, que son los que han financiado y construido las infraestructuras petrolíferas en el país. Para solventar esta situación, y evitar que Irán pudiera caer bajo la órbita de la influencia soviética, Estados Unidos y Gran Bretaña acuerdan secretamente defenestrar al incómodo primer ministro iraní, y para ello organizan un golpe de estado que tiene lugar el 29 de agosto de 1953, que acaba por disipar cualquier esperanza de independencia por parte de los iraníes. Entre esa fecha, 1953, y 1979, la función que Irán desempeñará dentro de la región será diseñada y teledirigida en todo momento desde Washington y Londres. En 1955 Irán se unirá, junto a Gran Bretaña, Irak, Turquía y Pakistán al Pacto de Bagdad, y en 1959, tras la salida de Irak, de la alianza, también se sumará a su reedición, al Pacto CENTO (Central Deaty Organisation).
En lo sucesivo hay una serie de transformaciones fundamentales, que entre 1979 y 1991 marcarán el desarrollo de unos nuevos y novedosos derroteros para la nación persa. Este periodo aparece reflejado en el propio libro, en el escrito introductorio de Santiago González, y más extensa y detalladamente en el contenido de la obra, que toma 1979 como fecha de inicio de los cambios que contribuyen a configurar el actual Irán. La historia política de Irán toma como referencia esa fecha pero, sin embargo, la historia religiosa, de gran importancia para la unidad del país chiita más grande del mundo, debe remontarse a los primeros siglos del Medievo, y en ese sentido los autores, Sepehr Hekmat y Ali Reza Jalali, nos relatan las vicisitudes fundamentales, a nivel de doctrina, de fe y de historia, que dan forma definitiva a la doctrina chiíta.
De la misma forma no podemos obviar, en manera alguna, otros aspectos que son tratados en la presente obra, como ocurre en el brillante estudio introductorio que desarrolla Jordi de la Fuente, acerca de la idea de democracia y la parcialidad con la que este concepto es, frecuentemente, definido. Este texto, junto a aquel de Santiago González, nos invitan a una reflexión profunda y fundamentada a la vez que nos previenen de ciertos prejuicios y clichés que podemos tener en nuestra visión de Irán. Lo cierto es que la propaganda y las informaciones de los mass media, queramos o no, han modelado la visión que tenemos de ese lejano país y han contribuido a desfigurar los muchos y variados aspectos políticos, sociales, religiosos y, en sentido más amplio, espirituales, que la República Islámica de Irán nos ofrece.
La lectura de esta obra invita no solo a conocer más en detalle el ideario de un político sobresaliente como ha sido Mahmud Ahmadineyad, sino a adentrarse en un pedazo de historia de Irán desde una perspectiva nunca vista hasta el momento.