Mos Maiorum, V (Invierno 2023)
Revista sobre Tradición, postmodernidad, filosofía y geopolítica
Hipérbola Janus
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2023 |
Páginas: 132
ISBN: 979-8373170383
A estas alturas, comenzando el año 2023, nadie puede poner en duda que las transformaciones radicales que se han venido sucediendo en los últimos tres años no obedecen a la casualidad, y que la espiral de hechos catastróficos que amenazan nuestra estabilidad, ya no solo como miembros de naciones particulares o como parte de un modelo de civilización, sino como meros sujetos individuales, no son el fruto del azar. Podemos decir que en el mundo actual, la casualidad, como la espontaneidad o la sucesión natural de los acontecimientos es algo que podemos excluir por completo sin necesidad de adherirnos a interpretaciones o teorías providencialistas o teleológicas de la historia. La falsificación de la realidad no obedece a una tendencia actual, como tampoco estuvo ausente en las sociedades del pasado. El «control del relato o de la narrativa», la «posverdad» o el «metaverso» se han convertido en conceptos e ideas recurrentes en nuestros días, y pretenden establecer los límites de la verdad y de la mentira, construir una lógica a medida que los poderes fácticos se encargan de «normalizar» en el pretendido beneficio de un bien común totalmente ficticio.
El control social sobre la masa es un fenómeno que viene de lejos, que quizás adquirió rasgos más precisos con el advenimiento de la llamada «sociedad de masas», con el fin del sufragio censitario y la inclusión de las masas en los circuitos electorales y políticos de las democracias burguesas decimonónicas, o de las democracias liberales sin más, lo que el historiador de la cultura George L. Mosse denominó como «nacionalización de las masas». A partir de ese momento, los métodos de control social deben orientarse hacia el moldeamiento y construcción del individuo-ciudadano bajo las premisas de un orden y una antropología liberal, ya no hablamos del campesino del «Antiguo Régimen» al que hay que contener frente al malestar generado por las malas cosechas, «crisis de subsistencias», o por una subida desproporcionada de los impuestos. A partir de ahora, y especialmente en lo sucesivo, estas democracias liberales, que terminarán por asumir el discurso de los derechos humanos tras la segunda posguerra mundial, y que hasta hace poco más de una década nos hablaban del garantismo del «Estado de Derecho» y del «Imperio de la ley» ante cualquier tipo de arbitrariedad que pudiera perpetrarse desde el propio poder.
Es evidente que todas las componendas y discursos panfletarios de los que la democracia liberal ha hecho proselitismo durante décadas, y que coincide en su máximo apogeo y esplendor con la desintegración de la URSS y el discurso de Fukuyama con el triunfo absoluto e incontestable del modelo liberal y el «Fin de la historia», se han esfumado en menos de un lustro, todo ello al tiempo que las instancias de poder se muestran cada vez más despiadadas e implacables en la implementación de una Agenda impuesta desde arriba y cuyos objetivos se han tratado de enmascarar de manera más o menos sutil desde los mass media pero que entre los jerifaltes de los poderes globales, en el Foro de Davos o a través de siniestras figuras como las de Klaus Schwab o Yuval Noah Harari, que nos hablan abiertamente del proyecto poshumanista que subyace bajo todos los cambios acelerados y catastróficos a los que nos vemos abocados desde hace unos años.
El papel de la tecnología, la digitalización que le viene asociada, la amenaza creciente de un proyecto orwelliano de «gobernanza mundial» articulados en torno a una tecnocracia global, anónima, fría y ajena a los pueblos y patrias, la destrucción de libertades y derechos individuales y colectivos o la incertidumbre sobre eventos dentro del orden geopolítico que ya no podemos controlar, y sobre los que no conocemos información ni datos certeros incrementan la desesperanza, la angustia y el nihilismo, aunque éste último no es un problema actual, sino que viene presentándose de forma cada vez más acusada desde hace varios siglos, y en Nietzsche tenemos el diagnóstico más certero de tal fenómeno.
La pregunta obvia y directa ante tales circunstancias históricas sería preguntarse por nuestro destino, por aquello que nos aguarda en un futuro más o menos lejano, enfrentarse al abismo y tratar de superarlo si fuera posible, o bien resignarse, como hace la inmensa mayoría, a lo que ese destino pretendidamente planificado nos aboca. Otra alternativa sería volver a mirar dentro de nosotros mismos, cultivar el interior y utilizar la dinámica de los tiempos actuales en clave terapéutica, si se puede decir así, para recuperar ese centro perdido, para seguir siendo humanos, pertrecharnos en los últimos resquicios de tradicionalidad a los que todavía podamos asirnos, y operar transformaciones a nivel interior, ontológico, que nos permitan superar ese abismo y desviar el camino que parece conducirnos, irremisiblemente, hacia ese poshumanismo del ser anti-humano, artificial, digitalizado y servil, para el que la historia sí habrá terminado al convertirse en objeto, al ser intercambiable y una simple pieza en el engranaje de un futuro en el que se pretende fusionar lo humano con la máquina en el momento más crucial de nuestra historia.