Mos Maiorum, VII (Verano 2024)
Revista sobre Tradición, postmodernidad, filosofía y geopolítica
Hipérbola Janus
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 172
ISBN: 978-1-961928-17-6
Nos dirigimos nuevamente a nuestros estimados lectores para anunciar una nueva entrega de Mos Maiorum, en esta ocasión con unos cambios estructurales significativos. Hasta ahora habíamos dividido la revista en dos apartados claramente diferenciados, priorizando los escritos dedicados a la Tradición, entendida en un sentido amplio, en su vertiente atemporal pero también en sus desarrollos históricos, en sus autores, tanto de la Tradición perenne como, por ejemplo, del tradicionalismo católico e hispánico o bien, a través de sus mitos, símbolos y doctrinas espirituales. Del mismo modo, un segundo bloque estaba consagrado a la filosofía, la geopolítica o la historia, a la indagación crítica, siempre desde un enfoque alternativo, de las vicisitudes del mundo moderno en todas sus manifestaciones, y con un carácter siempre revisionista.
En esta ocasión, considerando la madurez del proyecto, el camino recorrido y, sobre todo, las demandas de vosotros, nuestros lectores, hemos decidido dar un paso más y preparar números de contenido temático, concentrando las buenas ideas de los excelentes colaboradores con los que tenemos el placer de trabajar, para ofreceros aquellos temas que consideramos fundamentales en el mundo de hoy, en este punto de encrucijada en el que nos hallamos, y en el que hay que abordar cuestiones fundamentales que informan nuestro mundo de cara, sin subterfugios ni dando rodeos.
Contra el liberalismo
El liberalismo nos ha parecido que era el tema más adecuado para iniciar esta batalla cultural que venimos dando desde nuestro primer número; en ese sentido el título del dossier no responde al azar, y es toda una declaración de intenciones. «Contra el liberalismo», y siempre puede haber quien se pregunte, «¿Y por qué contra el liberalismo?», «¿Por qué no contra otras ideologías?», o bien, «¿Por qué no contra todas las ideologías?». Hemos de decir que las dos últimas son preguntas pertinentes, mientras que la primera requiere de una explicación y puede que incluso de una justificación. El liberalismo ha sido la ideología dominante durante los últimos 250-300 años, y ha moldeado el mundo en el que vivimos, nuestra sociedad, nuestra forma de vida, nuestra historia más reciente, e incluso nuestra antropología del Ser, nuestra cosmovisión, pese a cuando no nos adscribimos a ella, de algún modo somos deudores, aunque sea inconscientemente, del legado que esta ideología representa.
Algunos pensaréis que quizás seamos algo radicales al llevar este tema a cierto extremo al posicionarnos en contra, y no limitarnos a un mero revisionismo, o a una «depuración» de su contenido, como cuando llevas al coche a la ITV o le haces una «puesta a punto» ante un viaje planificado… Pero es que con el liberalismo ya estamos hablando de mercancía averiada, de un subproducto nocivo y de un enorme potencial destructivo. Hablar de liberalismo, de su triunfo e imposición en el mundo, en ese «Occidente colectivo» del que tanto se viene hablando, supone la renuncia y abdicación en muchos valores, perennes y eternos si se nos permite la expresión, cuya continuidad venía cimentando la propia evolución histórica de los pueblos, y que veíamos reflejada en la poderosa y sólida arquitectura del mundo tradicional, en la acción de los cuerpos intermedios, las sociedades históricas y la representación de las personas jurídicas y colectivas a través de multitud de instituciones. Todo este mundo, donde regían los principios del derecho natural de impronta tomista, bajo las monarquías tradicionales y un principio orgánico de representación, dio paso a otro tipo de estructuras que trasladaron el foco central de su antropología de la colectividad y sus problemas concretos al individuo, que no la persona, y sus intereses materiales, a la avidez por la ganancia, a la instrumentalización del cuerpo social, la destrucción de la identidad de los pueblos y la asunción de una concepción abstracta, racional y mundana del hecho comunitario, reducido en su totalidad a una mera ley positiva y contractual, dependiente de la voluntad, de la subjetividad del hombre, del legislador, reducido todo a formalismos vacíos y esclerotizados, carentes del dinamismo y la sana vivacidad del mundo de la Tradición.
Pero el liberalismo entraña mucho más, es un fenómeno complejo, una cosmovisión de la vida que no se limita solamente a los aspectos políticos y sociales o a la economía a través del capitalismo y la justificación de aberrantes formas de explotación en todos los terrenos, sino que recibe toda su fuerza y carácter de su concepción antropológica, que es la que determina todas las prolongaciones en los distintos ámbitos, se trata de esa idea errada del hombre, como dice Alain de Benoist, que concibe al hombre autónomo, atomizado, desligado de toda raigambre que pueda ligarlo a una Patria, a una comunidad o a cualquier principio que implique continuidad en el tiempo, que pueda dotar de identidad sus realizaciones individuales y colectivas. Es el hombre sin rostro, estandarizable, reducible a un número, intercambiable, que carece de particularidades y que consagra al interés individual, siempre material y egoísta, todas sus acciones. Es el hombre que nos describe Ayn Rand, Friedrich Hayek o cualquiera de los epígonos intelectuales del liberalismo, que no concibe los vínculos sociales, y la solidaridad entre compatriotas sino como una amenaza contra la libertad, una libertad que el liberal entiende en negativo, siempre como un despojarse de algo, como una forma errática que se mueve en lo efímero y lo banal, en un fluir constante sin pausa ni freno, es el hombre fugaz evoliano, un hombre indefinido, moralmente anestesiado, incapaz de adquirir compromisos, no solo ético-morales, sino en los aspectos más ordinarios de la vida cotidiana, espiritualmente limitado y caracterizado por la total falta de escrúpulos. Un tipo humano desviado, envilecido e incapaz de contactar con una dimensión verdaderamente espiritual del Ser. Y es por todos estos motivos, y muchos más, por lo que consideramos que el liberalismo es el enemigo de los pueblos, el artífice de los procesos disolutivos típicos de la modernidad, emisarios de esa «cultura de la cancelación» que vivimos en nuestros días, y de ahí que no podamos permanecer impasibles ante éste, ni mucho menos ser ambivalentes, moderados o permanecer timoratos. Esto es lo que representa el liberalismo en términos generales, sirva lo expuesto a modo de esbozo.
Más allá de estas consideraciones generales, debemos agradecer el esfuerzo y dedicación de nuestros articulistas, cuyos conocimientos e inestimable labor incrementa la calidad de nuestras publicaciones número tras número, y así contamos con un elenco de autores que queremos mencionar en una relación ordenada en función de su aparición en el presente número: Diego Fusaro, Daniele Perra, Robert Steuckers, Frédéric Kisters, David Lara Miguez, Carlos X Blanco, Guillermo Mas Arellano, Frank G. Rubio, Michele Ruzzai, Silvano Lorenzoni, Pietro Missiaggia, Carlos Andrés Gómez Rodas y Claudio Mutti. A todos ellos nuestra gratitud infinita, por ayudar a pertrechar nuestras trincheras, por contribuir con su prestigio y buenas ideas, a un frente común, a esa batalla cultural de la que hablábamos al principio, que nos hace ser diferentes a una editorial convencional, y que nos permite sin miedo alguno posicionarnos ante los problemas de nuestra época, y no precisamente con el discurso dominante y hegemónico.