Desde hace algunas décadas estamos asistiendo a un fenómeno que tiene una extensión planetaria y que ha modificado de forma sustancial y visible nuestro universo lingüístico y mental hasta extremos que podríamos calificar como grotescos sino patéticos en muchos casos. Toda la fenomenología de nuevas destrucciones que se han ido produciendo en las décadas más recientes, y que se suman a otras producidas en el transcurso de los últimos siglos, han exigido una «normalización» de todo un conjunto de aberraciones y diversas maniobras que han pretendido disfrazar o camuflar la realidad bajo eufemismos creados ex-profeso y con una pretensión que va mucho más allá de ese deseo de «reinventar» o «reinterpretar» hechos o estados de cosas naturales. Es evidente que hay un propósito ideológico subyacente y un mensaje subliminal que ha ido calando en las conciencias y mentes más débiles o más proclives a ser sugestionadas.
Este conjunto de neologismos o frases hechas que conforman una auténtica «neolengua», adaptada a las «nuevas realidades» que emergen a nuestro alrededor son por todos conocidas. Los vemos reflejados en los mass media, en sus medios escritos, desde cualquier periódico de tirada más o menos amplia, de ámbito regional, nacional o internacional, como en los grandes medios audiovisuales o incluso a pie de calle en las conversaciones más triviales entre la gente más común. Como ejemplo más recurrente tenemos conceptos como «personas de color», «subsaharianos» o la sustitución de términos como el de «raza» por «etnia» cuando ambos obedecen a significados y matices sustancialmente distintos entre sí. Negar la existencia de razas, y con éstas de diferencias, de pluralidad en las formas de Ser material y espiritualmente en el mundo, porque no olvidemos que a la raza se agregan aspectos de civilización, de cultura y otros ítems ideológicos, materiales y vitales que definen formas específicas y particulares de cada comunidad humana. Aspectos en los que reside la riqueza y pluralidad del ser humano.
En el contexto de las ideologías de género vemos como se han acuñado otros neologismos, como es el término «género» para referirse al «sexo» de las personas, y con ello «deconstruir» los roles femenino y masculino y sustituir sus bases naturales por otras artificiales, como «construcciones sociales» o como categorías que no son fijas, sino que están sujetas al capricho o voluntad del individuo, de modo que pueden ser derribadas y edificadas continuamente, y de hecho Evola ya predijo en su día el advenimiento del «tercer sexo», y la pérdida de identidad de los polos femenino y masculino de la existencia, los que aparecen desdibujados y confundidos, como sometidos a una hibridación donde prima la confusión y el androginismo sobre la claridad, un fenómeno común a todos los contextos relacionados con la neolengua. Como expresión última de este fenómeno asistimos a la existencia del llamado «género neutro», tal y como se empiezan a definir un buen número de individuos que, fruto de las aberraciones más recientes, renuncian al sexo, que en referencia a las corrientes feministas, a interpretaciones delirantes, armadas doctrinal y dialécticamente por el marxismo cultural, donde la denuncia de una hipotética represión histórica, consciente y deliberada del hombre respecto a la mujer, en una relación de opresión y poder, habría subyugado a ésta última. En este caso se verían sustituidas la «lucha de clases» por «la lucha de sexos» en elucubraciones de inspiración moderna creados por corrientes disolutivas de la persona, las cuales buscan la disgregación interior del Ser y de aquellos atributos naturalmente constituidos.
Recientemente hemos asistido a la aparición de otros conceptos como «normalidad alternativa» o «diversidad funcional», que también siembran la confusión y el engaño sobre otras realidades palpables. Estos conceptos se emplean usualmente para designar a personas con enfermedades cromosómicas o discapacidades como el síndrome de down, y que pretenden ahondar en las corrientes absurdas de las doctrinas igualitaristas. Para ello confunden el derecho al trato justo y consideración de la dignidad humana con las capacidades que unas personas puedan tener respecto a otras. Siendo evidente que no todos poseemos las mismas cualidades; ya sean éstas físicas, de carácter, personalidad o capacidad, en individuos perfectamente sanos y sin ninguna disfunción intelectual o física, más evidente es cuando éstas características si se presentan en determinados individuos. Una sociedad moderna como la que tenemos, en la que el éxito o el fracaso se mide en términos materiales, y donde la aspiración a un falso ideal de perfección, fundado sobre el egoísmo, el hedonismo y el no reconocimiento de las jerarquías naturales, fruto de las diferencias naturales existentes entre las personas, son las que han convertido al hombre moderno en un ser avergonzado y acomplejado, inseguro y desequilibrado, en expresión de fugacidad, condenado al permanente no-ser.
El hombre moderno es presa fácil ante tal tipo de construcciones dialécticas, que pese a incurrir en claras y permanentes contradicciones, sumen al pensamiento humano en continuas especulaciones y elucubraciones, en ideas, teorías y opiniones, todas con el mismo valor, las exprese quien las expresa. El pensamiento es sometido a un continuo bombardeo mediático, de estímulos permanentes que nos hacen perder el control del pensamiento como sujeto consciente y órgano rector en la toma de decisiones y en la necesidad de alcanzar un principio de objetividad.
El conocimiento discursivo y la dialéctica hacen al hombre moderno vulnerable, maleable y fácilmente sometible ante el uso de armas como la reinvención del lenguaje, la transvaloración de todos los valores de la que hablaba Nietzsche y que, merced a la instrumentalización del lenguaje, es capaz de reorientar nuestro pensamiento para cambiar conceptos como «bueno» o «malo», de aquello que es «positivo» o «negativo», para asociar los aspectos deseables y de «progreso» a las corrientes disgregadoras asociadas a la neolengua, en las que reina el disfraz y el eufemismo, el relativismo y la voluntad de negar la naturaleza íntima y ancestral de los objetos, acciones o personas.