Después del virus
El renacimiento de un mundo multipolar
Boris Nad
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2022 |
Páginas: 380
ISBN: 979-8362187439
La caída del castillo de naipes
Hace ya casi 3 años que el mundo se vio sacudido por la llamada «pandemia del COVID-19», acontecimiento que marcó el fin del mundo anterior, el de las viejas coyunturas y una cierta «estabilidad» bajo un orden internacional prefijado bajo los criterios y normas dictados por la potencia hegemónica: Estados Unidos, quien marcaba los derroteros de la política internacional y se presentaba como el referente mundial en lo que se refiere a los valores de la democracia liberal y prácticamente un «estandarte moral» cuya primacía y liderazgo eran indiscutibles. Ese es el mundo que dejamos atrás a raíz del citado acontecimiento que sacudió nuestras vidas de una vez y para siempre en aquellos fatídicos días de marzo del 2020.
Comienza entonces un nuevo mundo, un paradigma en construcción que se abre paso en la vorágine de acontecimientos para enfrentarnos a un futuro incierto y, por qué no, apasionante, en el que, como nos apunta Boris Nad, «vuelve la historia», «vuelve la geopolítica», el choque entre grandes bloques geopolíticos y de civilización. No obstante, y como nos apunta el autor serbo-croata en su libro Después del virus: el renacimiento de un mundo multipolar no pretende convertirse en una suerte de guía mágica o libro premonitorio acerca de los acontecimientos que están por venir, como tampoco tiene la intención de pontificar sobre este «nuevo mundo» de cuya construcción estamos siendo testigos y protagonistas en este ciclo histórico. El libro de Boris Nad viene a ser un conjunto de hipótesis, interpretaciones e ideas que sirve para marcar orientaciones o abrir posibles caminos en los tiempos venideros, lo cual significa, inevitablemente, que es un «libro abierto», nos apunta las posibilidades de un mundo por hacer, en el que todavía no se ha dicho la última palabra.

Boris Nad
En la génesis y estructura de la obra hay que tener en cuenta que los capítulos en torno a los cuales se articula el libro son, originalmente, parte de una selección de artículos que Boris Nad escribió para el diario serbio Pečat entre los años 2017 y 2022, con lo cual debemos pensar que cada apartado del libro responde a unas ideas íntimamente ligadas a un tiempo, a una atmósfera muy determinada y al propio desarrollo de los acontecimientos, lo cual no implica que haya lugar a la dispersión ni que éstos puedan escapar a un horizonte común, pues es evidente desde la primera línea del prólogo, cuál es la intención de la obra y el planteamiento de la misma, que se despliegan a lo largo de 7 bloques que responden a una orientación común, donde confluyen de forma unitaria y coherente todos los temas planteados por el autor.
Una visión desde el mundo eslavo
A los que sigáis nuestra trayectoria el nombre de Boris Nad ya os resultará familiar, y el carácter polifacético de su actividad como escritor es bien conocido, su habilidad en el desarrollo de géneros como la literatura o el ensayo, en los que se mueve sin dificultad alguna, y sus originales análisis del mundo actual, tanto en lo literario como lo ensayístico, su crítica a la modernidad desde la perspectiva del mito, algo que se refleja perfectamente en Una historia de Agartha (2017) o bien en El retorno del mito (2018). En esta ocasión, Nad nos ofrece una perspectiva nueva dentro de enfoque de la crítica a la modernidad, del mundo alineado con los postulados occidentales, con su rampante atlantismo y su ideal de civilización en contraste con una nueva realidad en ciernes, que todavía no ha tomado su forma definitiva. Tampoco conviene olvidar, y es algo importante para nosotros como parte del orbe Occidental, los orígenes del autor, radicados en la antigua Yugoslavia, en el Este, en una zona particularmente castigada en las últimas décadas por la guerra y los tejemanejes de las grandes potencias occidentales encuadradas en la OTAN. Estamos hablando de una perspectiva muy diferente a la de cualquier analista al uso procedente del llamado Occidente, al margen de las habituales intoxicaciones propagandísticas y la falsa superioridad moral con la que se suelen adornar los discursos desde este lado. De modo que la «incorrección política» está presente a lo largo de las páginas de esta obra, como también lo están —hay que decirlo— en todo el material que venimos publicando desde nuestros comienzos.
La historia no finalizó: acaba de empezar
La geopolítica es el hilo conductor, la columna vertebral de la obra, el estudio de las nuevas dinámicas que se derivan a partir de la aplicación de sus métodos y herramientas de trabajo, el propio desarrollo de los bloques de civilización que vemos forjarse en estos días, el devenir de las relaciones internacionales, cómo se recomponen y reorganizan ante los novedosos escenarios que se vienen planteando, y todo ello bajo una visión que trasciende cualquier forma de exclusivismo o visión lastrada de esta realidad, muy al contrario la perspectiva de nuestro autor es «trans-civilizacional». Esto implica, sobre todo, asumir que el mundo occidental y su modelo de civilización consolidado a lo largo de los últimos 300 años no representa ninguna universalidad ni es extrapolable a otros modelos de civilización. Esta «anomalía», como diría el propio René Guénon, que representa el mundo occidental, no posee el monopolio ni en lo político, ni en lo económico, ni en lo social ni mucho menos en lo moral. El propio subtítulo de la obra «El renacimiento de un mundo multipolar» nos revela la imposibilidad de mantener ese criterio en un futuro inmediato y nos anuncia el final abrupto de un modelo de civilización que algunos, como Francis Fukuyama, habían considerado capaz de marcar el fin de la propia historia. Esta idea en torno a Occidente es una de las tesis fundamentales, y bien fundamentada, cuyo desarrollo abarca la totalidad del libro.
Soberbia occidental e imperialismo depredador
De modo que es ese principio de «exclusividad» el que ha marcado las relaciones entre Occidente y el resto del mundo sin dialéctica alguna más allá de aquella de la imposición y el subyugamiento. Ese mundo occidental, soberbio y seguro de sí mismo, apuntalado sobre teorías mesiánicas de supremacía anglosajona bien interiorizadas por los Estados Unidos desde tiempos de los «padres fundadores» tampoco representa el principio de orden ni una forma de sociedad o civilización replicable en ninguna parte del mundo más allá de la Europa vasalla y sometida, subsumida en ese Occidente, que no es sino una máscara del imperialismo estadounidense en el mundo. Y cabe preguntarse, ¿por qué no recuperar Europa y dejar de ser «Occidente»? Dejar de pertenecer a esa «humanidad globalizada», sometida a la tecnología, la digitalización y la tecnocracia transnacional decretada por Davos y los gerifaltes del globalismo. Tomar nuevamente el pulso de la historia y recuperar el tiempo perdido, la identidad robada y constituir un bloque civilizatorio más en ese mundo multipolar que parece dibujarse en el horizonte de la geopolítica mundial.
El Imperialismo de Occidente (Estados Unidos) es uniformizador y destructivo, no entiende de la existencia de diferencias, y solo pretende nivelar ignorando todo criterio y principio cualitativo, el que caracteriza a toda realidad particular, a todo pueblo y nación, en su desarrollo histórico, el cual ha configurado su naturaleza particular y diferenciado respecto a otros pueblos y naciones. Por ese motivo más que hablar de Occidente como civilización, Boris Nad nos propone hablar de un paradigma ideológico impuesto por la fuerza, y cuyas raíces podemos situar en el mismo proceso de la Ilustración. Y el veredicto o condena contra el «Occidente colectivo», que son los términos en los que Boris Nad se refiere a Estados Unidos y sus vasallos, no depende del juicio de sus antagonistas, sino que es la propia historia la que dicta sentencia a través del caos sistémico de guerras, catástrofes, injusticias y toda clase de atropellos contra el propio orden internacional. Era previsible que tal sistema terminase por colapsar presa de sus propias contradicciones, de lo monstruoso y anómalo de sus acciones y el «espíritu» que lo alimenta.
Como decíamos al inicio, parafraseando al propio autor, al final se impone la lógica de la historia, y la «anomalía» del Occidente colectivo, de su ficticia superioridad y destino unívoco viene a ser contrarrestado por la implacable lógica del nuevo ciclo histórico que se abre ante nosotros. El mundo es, por naturaleza, multipolar y son innumerables las civilizaciones que se vienen sucediendo en el curso de la historia, cada una de ellas engendrando nuevas realidades, haciendo sus propias contribuciones al orden del mundo, desde sus tradiciones y pueblos particulares. ¿Por qué habría de gozar Occidente de un privilegio frente a otras muchas civilizaciones, ubicadas en otras latitudes, con otros valores y otras formas de ver el mundo? Por ese motivo nuestro enfoque en el análisis de los acontecimientos futuros debe cambiar radicalmente, los fundamentos del viejo orden carecen de todo sentido. Por otro lado, esa lógica y retorno a la historia implica recuperar un mayor dinamismo en la dialéctica entre poderes, naciones y civilizaciones frente al Occidente hegemónico. El mundo ya no es un callejón sin salida unidireccional.
Los «estados-civilización» entran en juego
La ausencia de certidumbres y las nuevas realidades geopolíticas que se abren a nuestro paso hace que nuevos figurantes y actores tomen mayor protagonismo, que se generen nuevas convergencias y entendimientos, diferentes órdenes que se superponen y que describen un itinerario por el que nuestro autor, Boris Nad, se desplaza con total comodidad. Los acontecimientos se desarrollan a un ritmo vertiginoso, y se han visto acelerados por varios hechos que han ocupado un lugar central en nuestras vidas durante los últimos años, la denominada «pandemia del COVID-19», la «emergencia climática» y el gran reseteo decretado por Davos y las élites occidentales y el conflicto de Ucrania, todos ellos con sus implicaciones geopolíticas fundamentales. Estados Unidos, Europa, Rusia y China figuran como los sujetos históricos y geopolíticos fundamentales, ellos nos sirven para construir este nuevo relato del mundo multipolar, en el que emergen los «estados-civilización» que integran la enorme masa continental de Eurasia, con infinitos recursos materiales y humanos, con proyectos de de gran envergadura como la Nueva Ruta de la Seda, y el nada desdeñable papel de los BRICS, las economías en desarrollo que ya muestran un enorme potencial y se postulan como nuevos actores geopolíticos para aportar mayor pluralidad a esta nueva multipolaridad.
Entre las muchas reflexiones que nos motiva este panorama es la evidente relación que se deriva de la unipolaridad (Occidente) y la modernidad, de cómo ambos conceptos corren en paralelo y representan una misma realidad única, coincidente y confluyente, en la que se viene a confirmar la derrota de un proyecto histórico, que ya habíamos apuntado que arranca de la Ilustración, que vino a sistematizar los valores político-ideológicos de la pujante burguesía liberal, materializados a partir de la Revolución Francesa de 1789 y pertrechada en las sucesivas revoluciones burguesas decimonónicas. Para cualquier persona corriente, ciudadano de cualquier país occidental, esta es una realidad difícil de digerir, especialmente en la medida que su entorno, sus nociones básicas de cómo funciona el mundo, procedían de la unipolaridad. El reconocimiento de esta nueva realidad no puede esperar, hay transformaciones dramáticas que ya se están imponiendo, y que parecen augurar cambios trascendentales y nada halagüeños para nosotros, los que vivimos bajo ese Occidente, y que nos golpeará en aquello que más se valora en nuestro modelo de civilización: la dimensión material, el demonio de la economía del que nos hablaba Julius Evola, que siempre ha servido de parámetro para calibrar el grado de prosperidad de cualquier sociedad «avanzada» y «moderna».
Testimoniando los acontecimientos
Por todo lo que hemos apuntado hasta el momento, la tarea de Boris Nad es muy compleja y para nada fácil, y es que tratar de diseccionar algo que todavía no ha llegado a su plenitud, y que se encuentra en ciernes, en pleno proceso de configuración, es una tarea arriesgada, en la que las trayectorias delineadas pueden operar un cambio de rumbo en cualquier momento. Se trata de un juego de intuiciones, de tomar conciencia y tratar de ser certero, aunque, como dijimos, este libro no es una guía mágica ni pretende pontificar o aventurar juicios categóricos. Tomar como referencia los antagonismos entre Occidente y «el resto», que es el punto de partida de la obra, y que Boris Nad apunta ya desde el prefacio, sirve como punto de arranque del libro.
El mundo en transición, el que pone fin a un ciclo y abre otro diferente, es el que estamos viviendo, por eso la obra de Boris Nad es presente y futuro, se inserta en la encrucijada de dos mundos, sirve de puente y nos revela la propia provisionalidad de los tiempos que corren, la incertidumbre y los cambios dramáticos. No trata de adherirse a ningún discurso tranquilizador, ni a las vanas esperanzas de quienes creen que esto es un bache, una crisis, y que luego todo continuará igual. Es un discurso realista, con datos y hechos contrastados, que perfila las líneas de un hipotético futuro que está a la vuelta de la esquina. Con lo cual es un libro cuyo final todavía está por escribir. Pero todavía podemos apuntar un elemento más, y es la crudeza de su relato, sin ambages ni medias tintas, bien pertrechado en las fuentes, principalmente periodísticas, y muchas de ellas entre periodistas que viven en el llamado Occidente. En este caso, también conviene apuntar la censura de los «verificadores de la verdad», de los apóstoles mediáticos del orden orwelliano, de un auténtico Ministerio de la Verdad, que hablan de «desinformación» y «bulos», que en los últimos tiempos tratan de censurar cualquier información alternativa que rompa con la narrativa impuesta por las élites. Son las primeras manifestaciones de la dictadura tecnocrática que va ganando terreno en un Occidente desquiciado, y cuyo resultado lo vemos materializado en la prohibición de ciertos medios de comunicación, libros (y esto lo hemos sufrido directamente) y autores que no se adecúan a las «verdades» oficiales. ¿Dónde quedan los sacrosantos valores de la democracia liberal? ¿El «Estado de derecho» y «libertades» que garantiza Occidente, el faro moral de la humanidad moderna? A todo esto podemos añadir las sanciones económicas y bloqueos que Occidente impone a aquellos que no se someten a las directrices marcadas por los Estados Unidos y que Europa debe aplicar aunque sea claramente en su propio perjuicio.
¿Occidente morirá matando?
Cuando un orden está próximo a su disolución, éste incrementa su agresividad y voluntad de imposición, arremete contra las voces discordantes y, de algún modo, trata de «morir matando», defendiéndose con uñas y dientes frente a lo que percibe como su ocaso y derrumbamiento final. Pero todos los intentos por revertir la situación serán vanos, no se puede cambiar el rumbo de la historia, y todo orden de civilización, como toda creación humana, tiene una fecha de caducidad, como bien advierte Boris Nad al citar a Heráclito con aquello de que «nadie se baña dos veces en el mismo río». Y es que el tiempo es irreversible, al menos hasta el día de hoy, y un ciclo histórico sucede a otro.
¿Qué hay entonces de la famosa Agenda 2030 y el «Gran Reinicio», que el globalismo occidental y posmoderno nos ha vendido como la panacea? Un mundo digitalizado, de control social extremo e invasivo en la intimidad de las personas, con una clara voluntad de deconstruir el capitalismo basado en el consumo y la economía de mercado, con una serie de propósitos tan oscuros como siniestros. Esta es la Agenda del mundo unipolar, del espacio que se circunscribe a los límites del orbe occidental, y por tanto nada tiene que ver con el multipolarismo que se vislumbra, y que es poco probable que acepte tales imposiciones.
En última instancia hay que agradecer a Boris Nad el uso de un lenguaje claro y directo, dirigido a todos los públicos, sin hacer uso ni abuso de tecnicismos ni de un lenguaje académico, lo cual se refleja en las propias fuentes periodísticas a las que hacíamos alusión con anterioridad. No hay ninguna pretenciosidad por parte del autor, ninguna intención de tomar conclusiones categóricas, sino que nos habla como un observador más, alguien que está siendo testigo de los acontecimientos, tanto como el propio lector, por lo que el sentido común prevalece en todo momento, así como el rigor de la información, con argumentos debidamente pertrechados por las fuentes. Y pese a lo provocadoras que pueden resultar sus tesis, éstas vienen afirmadas y desarrolladas en un tono sobrio y tranquilo, sin aspavientos ni dramatizaciones.
Un futuro por construir
Otra particularidad del texto es la confluencia de los diferentes espectros temporales, del pasado, el presente y el futuro, que se encuentran en permanente dialéctica con los diferentes bloques geopolíticos y la idea de la multipolaridad, van perfilándose en un futuro todavía hipotético que nos sobrecoge, pero al mismo tiempo nos hace tomar conciencia de lo que fue, ha sido y será en el devenir de la historia. Al final, como el hombre del futuro al que se refiere Alain de Benoist, aquel que «tendría tan corta la memoria como amplia la imaginación» y practicaría un romanticismo de acero, el mundo que viene también nos promete riesgo, incertidumbre y, por qué no, aventura. El hombre estabulado y consumista de las sociedades burgueso-capitalistas y occidentales de las últimas décadas ha perdido autenticidad, se ha acostumbrado a una falsa seguridad, a un estado de cosas que venían dadas y por tanto eran naturales y no podían ser de otra manera, a la ausencia de un sacrificio y un sentido de comunidad orgánica, y a la asunción de los degenerados valores del liberalismo, expresión misma del homo-oeconomicus moderno.
En definitiva, hablar de Después del virus: El renacimiento de un mundo multipolar implica ante todo una toma de contacto con una realidad cambiante, la voluntad de discernir en medio del caos, con la voluntad muy humana, de reconocer vías y directrices, así como el interés que toda mente inquieta experimenta en los tiempos en los que todo parece derrumbarse a nuestro alrededor.