La izquierda contra el Pueblo
Desmontando a la izquierda sistémica
Carlos X. Blanco
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 102
ISBN: 978-1-961928-08-4
Dentro de nuestro catálogo de obras los discursos alternativos y poco convencionales, podríamos decir que no funcionales al actual orden de cosas, se han convertido en parte de nuestra identidad, la punta de lanza de nuestra actividad editorial y de nuestro permanente inconformismo. Las posturas críticas y activas, que no renuncian a principios eternos e imperecederos, que no renuncian a lo fundamental ni se someten a la «demanda de los nuevos tiempos», es uno de nuestros pilares, una base desde la que hemos mostrado a nuestros lectores una gran variedad de discursos e itinerarios, siempre atrevidos y originales. En este caso, el prolífico autor asturiano Carlos X Blanco, de quien ya hemos reseñado algunas de sus obras, profundiza en esta línea para mostrarnos un enfoque diferente a través de La izquierda contra el pueblo: desmontando a la izquierda sistémica, una obra de título sugerente y rompedor que nos lleva a una crítica contundente y descarnada de la izquierda dominante en el mundo occidental, en las democracias liberales de nuestro entorno, esa izquierda sistémica que es completamente funcional a los intereses del neoliberalismo, cuyos posicionamientos no están destinados a reivindicaciones que tengan como sujeto al pueblo trabajador y sus intereses.

Carlos X. Blanco, autor de la obra.
Es una crítica contra una izquierda desnaturalizada, que finalmente se ha visto doblegada por aquellas ideas y principios que, en teoría, decía combatir. Así las izquierdas occidentales del presente se adscriben al mismo ideario que las derechas, defienden el mismo modelo antropológico del neoliberalismo, en el que prima el individualismo de una sociedad atomizada con el predominio de lo particular frente a lo colectivo, en la que se mercantilizan todos los órdenes de la vida, al tiempo que se renuncia a grandes valores comunitarios y de arraigo como la familia, la comunidad nacional y otros valores orgánicos y tradicionales que han servido como principios aglutinantes. Según Carlos Blanco, en afinidad con el modelo marxista, esta izquierda ha renunciado a la dialéctica de clases, al discurso revolucionario y anti-imperialista que la izquierda erigió frente al liberal-capitalismo y sus formas de opresión. Una izquierda acomodaticia y aburguesada que es plenamente funcional a los intereses del capitalismo, y que además de renunciar a su identidad originaria ejerce una función activa en la defensa del que, en teoría, era su enemigo sempiterno.
El dominio de esta corriente de izquierda ha llegado a extremos paroxísticos durante las últimas décadas, y en España lo podemos ver a través de organizaciones políticas como Podemos, Sumar y el resto de marcas blancas que componen una nutrida red de formaciones que proponen un mismo discurso y parten de las mismas premisas. Las leyes feministas o la extensión de las ideologías de género como parte de esas «luchas identitarias» han aportado nuevos sujetos a la pretendida lucha de la izquierda, que ahora se ocupa de «otorgar derechos» a minorías que pretenden ver reconocidas sus «subjetividades», su «forma de sentir», lo que se traduce en desvaríos que podrían resultar cómicos a la par de vergonzantes, que sin duda lo son, sino fuese por el potencial destructivo que acarrean a través de la acción de ingenierías sociales promovidas por lobbies y también a nivel institucional, porque todas estas ideologías anejas a la izquierda (y también a la derecha) están totalmente institucionalizadas, que emanan directamente de los poderes públicos, especialmente a través de los gobiernos de susodicha orientación, destinando enormes cantidades de dinero público para financiarlas y promoverlas. Sin duda es el reflejo de una sociedad en descomposición, sin rumbo, totalmente desnortada y a merced de la vorágine destructiva de este orden neoliberal y poscapitalista.
Esta izquierda dominada por lo irracional y el absurdo siente una aversión casi instintiva a todo lo que pueda relacionarse con la Patria, con los valores comunitarios y estructuras básicas de toda civilización como la familia, y se dedica a «deconstruirlos», haciendo que su pervivencia en los siglos aparezca como una anormalidad, como el fruto de una opresión que debe desaparecer por el bien de todos. Esa izquierda es especialmente perniciosa en España, donde la alienación con discursos separatistas, fundados en falsedades históricas y en un evidente principio de insolidaridad y enfrentamiento amenaza con balcanizar a una de las naciones más antiguas de Europa.
Esta izquierda, huelga decirlo, está totalmente alineada con los dictados del mercado global, y sus líderes apelan a los mismos argumentos que la propia derecha, defendiendo al entramado financiero y a sus multinacionales y en lugar de ofrecer resistencia e intentar paliar las injusticias y velar por los intereses del pueblo trabajador, y perfectamente integrada entre las élites del capitalismo defienden su status quo y todas las implementaciones destinadas a reforzar su poder y a perpetuarse en el tiempo. De hecho, esta izquierda emplea una jerga y formas de propaganda muy particulares, como nuestro autor se encarga de demostrar a través de este brillante ensayo, empleando el calificativo «fascista» para atacar a quienes presentan cualquier forma de resistencia al orden dominante. El término, que ha perdido todo su significado, sirve a modo de arma arrojadiza y acusatoria para todo aquel que se atreve a proponer una alternativa frente a las formas de injusticia, explotación y desarraigo impuestas por ese capitalismo transnacional, enemigo de las Patrias y de los pueblos.
¿Y cuáles son los efectos de todos estos procesos? Pues los que podemos apreciar en todas las democracias liberales del Occidente, con una izquierda y una derecha indistinguibles, que prescinden de todo principio ideológico, carcasas vacías y cajas de resonancia del discurso hegemónico de un sistema que no permite ninguna forma de disidencia más allá de declaraciones pomposas fuera de toda realidad en ocasiones, o burdas formas de propaganda enlatada para el consumo de la turba. No en vano, Klaus Schwab, el presidente del Foro de Davos y principal promotor de la destructiva Agenda 2030, decía que las elecciones ya no eran necesarias porque la Inteligencia Artificial era capaz de adelantarse a los resultados de las mismas. Es la confirmación de una farsa en la que la izquierda sirve como aliado necesario, participando como legitimador de una superestructura, si hubiera que emplear terminología marxista, como complemento necesario a ese capitalismo financiero depredador que subyuga a las naciones a través de la deuda y la usura indiscriminada.
Es la izquierda fucsia o arco iris, como la denominan tanto Carlos Blanco como Diego Fusaro en el desarrollo del prólogo magistral que precede a la obra. Podría decirse que el Capitalismo global ha fagocitado los valores que decía defender la izquierda clásica para transformarlos y ponerlos a su servicio, generando lo que Diego Fusaro denomina como un «neoliberalismo progresista», una sinergia de fuerzas desarrollado a lo largo de los años 60 y amparado en el espíritu sesentayochista y el movimiento contracultural, el de la Nueva Izquierda posmarxista que bajo la pretendida reivindicación de «derechos inalienables» comienza esa operación de desregulación que conduce a la aceptación de los valores propiamente liberales desde el desarrollo de la ecología, el feminismo, los LGBT y la pretendida «liberación sexual».
La deriva de tales posicionamientos, el abandono del pueblo y la aceptación inequívoca del liberal-capitalismo y el cúmulo de injusticias que de éste se derivan hacen de esta izquierda un peligroso instrumento nihilista y destructivo. En el plano de la geopolítica lo vemos a través de la defensa de las maniobras de Estados Unidos y su imperialismo agresivo, y de sus organizaciones pantalla como la propia OTAN, a la que se encuentran sometidos los países europeos, a modo de hinterland del Imperio transoceánico e instrumento de los intereses de Washington, como se está viendo a través del conflicto de Ucrania.
Para finalizar solamente podemos destacar y agradecer que tanto Carlos Blanco como Diego Fusaro hayan puesto a nuestra disposición sus valiosos conocimientos y buen hacer en esta obra, de una actualidad y vigencia indudable, que esperamos que sirva a modo de reflexión, y también de explicación, para muchas de las derivas erráticas que vemos en la política de nuestros días. Hay que empezar a entender, y es algo que siempre hemos destacado, que las falsas antítesis con las que nos confunde el sistema liberal-capitalista únicamente buscan redundar en la confusión y en los enfrentamientos estériles para que no tomemos conciencia de la realidad de las cosas, y de la necesidad de deshacerse de complejos y retomar cierto espíritu revolucionario, que parece ser la única vía para conquistar nuestra libertad.