El pensamiento esotérico de Leonardo da Vinci
Paul Vulliaud
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 110
ISBN: 978-1-961928-07-7
Quizás no haya personaje más icónico del Renacimiento que Leonardo da Vinci, el misterio que le rodea como paradigma de humanista renacentista ha cautivado a decenas de generaciones desde la consumación de su obra hasta nuestros días. No es extraño entrar en una librería y encontrarse con un buen número de títulos que abordan su figura, tanto en el arte como en la historia y, especialmente, en la literatura, en la novela histórica, con multitud de trabajos en los que el aura de misterio y grandiosidad envuelven por completo a nuestro protagonista. En El pensamiento esotérico de Leonardo da Vinci asistimos no solamente a una nueva perspectiva de la obra de Leonardo (pese a ser un libro publicado originalmente en 1910), en la que se arroja luz sobre aspectos a priori no tan espectaculares ni vistosos ampliamente tratados en otras obras, sino que también asistimos a una desmitificación necesaria del personaje, a despojar al genio para descubrir al artista en ciertas tendencias mucho más sutiles que nos remiten a las corrientes esotéricas que experimentaron un auge inusitado durante el siglo XVI, como veremos a continuación. Paul Vulliaud, nuestro autor, es, sin lugar a dudas, un hombre de su época, con afinidades por el arte, con notables escritos sobre lingüística y el estudio de los textos sagrados del Cristianismo y el judaísmo, que nos transmite una imagen de Leonardo en la que no es tan protagonista el genio, el «adelantado a su tiempo», como el artista que se sirve del misterio y los códigos simbólicos para revelar grandes verdades espirituales de una manera sutil y coherente, de acuerdo con una serie de conocimientos muchas veces olvidados, opacados por esa visión cientifista, circunscrita más a los bocetos e ingenios de los que habló en sus escritos nuestro autor florentino, más allá de su obra artística, injustamente olvidada en detrimento del «Leonardo científico».
Advertimos a nuestros lectores que el uso del concepto «esotérico/esoterismo» que vamos a hacer a continuación, no se corresponde con el uso más ortodoxo que podríamos encontrar en las obras de René Guénon, Julius Evola o Frithof Schuon.
El autor
Paul Vulliaud, nacido como Alexandre Paul Alcide Vulliaud el 5 de febrero de 1875 en Lyon, falleció el 3 de noviembre de 1950 en Épinay-sur-Seine (Seine), y sus principales ocupaciones fueron las de escritor, traductor y pintor. Católico, apasionado tanto por la cultura helénica como por la hebrea, fue autor de traducciones y comentarios de la Biblia hebrea, del Zohar, así como de obras de Dante, Shakespeare y Salomón ibn Gabirol.
Tras estudiar en el Lycée Ampère y luego en la Escuela de Bellas Artes de Lyon, se trasladó a París donde trabajó durante un tiempo en la librería de Émile Nourry. Más tarde, ocupó un puesto como archivero en el periódico Journal des Débats hasta 1939.
En 1907 fundó la revista Les entretiens idéalistes en la que participaron Henri Clouard, Vaillant-Couturier, Joseph Serre y Léon Bloy.
En 1923, Paul Vulliaud publicó La Kabbale Juive, donde argumenta a favor de la antigüedad del Zohar y la Cábala, diferenciando la cábala judía de la cábala cristiana. Según él, «Las razones de investigación relacionadas con el esoterismo judío son numerosas. La ciencia de las religiones, la arqueología israelita, la historia de la filosofía, el origen del cristianismo y el estudio de las sectas religiosas contemporáneas están interesadas en ello».
En 1936, publica La Clé Traditionnelle des Evangiles, donde traza la polémica secular entre helenistas, hebraístas y arameístas sobre el idioma del Nuevo Testamento. Aboga por la redacción semítica, sin decidir entre el hebreo y el arameo. No es hasta 1952, en La Fin du Monde, después de los descubrimientos de los Manuscritos de Qumrán, que desarrolla la tesis de que el hebreo sería el idioma original del Nuevo Testamento.
Su obra fue considerada esotérica o marginal, apenas citada por Gershom Scholem o Charles Mopsik. François Secret considera a Paul Vulliaud como «su iniciador» y publica dos textos inéditos en la década de 1980.
Fue retomada por Bernard Dubourg, quien se basa en los trabajos de Vulliaud para afirmar a su vez que el hebreo era el idioma original del Nuevo Testamento, fundamentando su tesis en un cierto uso de la Cábala judía. Los trabajos de Dubourg no han tenido una recepción mejor en el mundo científico.
La biblioteca de Vulliaud, cedida por su viuda a la Alianza Israelita Universal, contiene correspondencia con el abad Henri Bremond.
El esoterismo en la Francia del siglo XIX-XX
La cuestión del esoterismo cristiano en la Francia del siglo XIX, que es donde podríamos enmarcar la línea seguida por Paul Vulliaud, y que constituye el telón de fondo de las interpretaciones del autor en El pensamiento esotérico de Leonardo da Vinci, comprende un espectro amplio de movimientos, figuras y corrientes. En este contexto vemos entrelazarse multitud de doctrinas que hacen converger la teología cristiana con lo oculto y el esoterismo.
A lo largo del siglo XIX vemos cómo una serie de pensadores y autores se prestan a la reinterpretación de las Sagradas Escrituras y las profecías, buscando revelaciones ocultas y significados más profundos. Lo vemos en figuras tan prominentes del pensamiento contrarrevolucionario decimonónico como Joseph de Maistre hasta autores especializados en las corrientes mágicas y ocultas como Eliphas Lévi o el hermetismo de Giuliano Kremmerz, hasta llegar a Léon Bloy o Pierre-Michel Vintras, todos ellos contribuyendo desde sus visiones y enfoques particulares en su conformación.
Esta época estuvo marcada por la presencia de profetas, visionarios y ocultistas que intentaron decodificar los signos de los tiempos y especularon sobre eventos cósmicos vinculados a la renovación del mundo. De ahí surgieron intensos debates sobre la parusía y la interpretación de profecías bíblicas que llegaron a formularse tanto en el interior de los círculos esotéricos como en otros ámbitos intelectuales más convencionales.
De modo que en el esoterismo cristiano de la Francia de los siglos XIX y comienzos del XX vemos confluir filosofía, teología y misticismo, que sirvieron para articular interpretaciones novedosas y en ocasiones controvertidas sobre la fe, el conocimiento oculto y el destino final de la humanidad.
Podemos ubicar este fenómeno, que hemos descrito en sus líneas generales, en el propio movimiento romántico de la primera mitad del siglo XIX, en el retorno a los valores cristianos tradicionales que representan una reacción frente al impacto de la Revolución Francesa de 1789, que implica la emancipación de la pujante burguesía al amparo de los corrosivos valores individualistas, materialistas y claramente anti-espirituales que tratan de mercantilizar el mundo y someterlo a la sociedad del dinero. Este intento de retornar a los valores cristianos vivió su impulso a través de dos vías: por un lado la exégesis teológica y la revalorización de los valores cristianos y, por otro lado, la integración dentro de las corrientes científicas de antiguas ciencias y saberes como la cábala y la astrología, al tiempo que el desarrollo material y la ciencia positivista incorporaba otros nuevos como el magnetismo o la hipnosis etc. en un claro intento de conciliar fe y razón. No debemos olvidar que nos encontramos en un contexto histórico muy diferente a aquel prerrevolucionario, en el que los valores burgueses y liberales construyen otro modelo de sociedad, en el que las certezas tradicionales y muchos elementos orgánicos quedan totalmente destruidos.
El desarrollo de las citadas corrientes esotéricas y de lo oculto apareció como una especie de «tercera vía», pese a nutrirse tanto de la metodología científica como de la teología cristiana, generando desconfianza y recelo a partes iguales tanto en los círculos científicos como en la Iglesia católica. Pero no solamente era una cuestión de método, sino que entre los primeros autores que comienzan a reinterpretar la doctrina cristiana en función de los propios tiempos, como Joseph de Maistre o Ballanche, se consigue integrar el plan divino en una perspectiva histórica, y con ella una desacralización de la historia. Las profecías anunciaban el advenimiento del reino del Espíritu en tiempos modernos, concebidos como «tiempos de fin de ciclo», en los cuales la Revolución de 1789 no era sino parte de una catarsis necesaria. Los teósofos también reinterpretaron los antiguos textos sagrados y los contextualizaron en una perspectiva milenarista de renovación, de una «palingenesia», término que aparece de forma recurrente en nuestra obra de Paul Vulliaud. Un tiempo de transición, como decíamos, que inevitablemente remueve los cimientos de la civilización anterior, del Antiguo Régimen, con la crisis de valores que supone, y que afecta al terreno de las creencias, en el que tampoco debemos ignorar el descubrimiento de los textos orientales, los Upanishads o el Avesta, el interés por Egipto y sus tradiciones relacionadas con el inframundo, con la inestimable acción divulgadora del mago Eliphas Lévi, alimentaron las especulaciones y favorecieron un sincretismo de símbolos y creencias que desembocó en la idea de una gran revelación divina primordial.
En esta época, y especialmente en la Francia que vive las consecuencias de 1789, se da una notable difusión de los textos platónicos y pitagóricos a través de numerosas traducciones y textos interpretativos en clave esotérica que también ayudan a la difusión de ciertas supersticiones que alcanzan incluso a los primeros socialistas masónicos, como los seguidores de las doctrinas de Saint-Simon, o hace emerger el secreto de antiguas doctrinas cuya transmisión y difusión eran propuestas como alternativas frente al poder dominante, o vías de realización espiritual vedadas en el transcurso de los siglos, como podría ocurrir con las enseñanzas pitagóricas o el desarrollo de la masonería, que también adquiere un importante desarrollo en ciertas tendencias mesiánicas intrínsecas que hablan de transformar el mundo merced al uso de elementos trascendentes y metafísicos, como nos muestra Jacques Etienne Marconis de Nègre, fundador de la denominada masonería «egipcia».
La teorización de las ciencias ocultas en las décadas de 1830-1840, de la mano de Ferdinand Denis, un administrador erudito de la Biblioteca de Sainte-Geneviève, sienta las bases de una corriente que adquirirá un gran desarrollo a lo largo del siglo, como veremos a través de la obra de Allan Kardec, por ejemplo, en la vía del espiritismo. Hay una revalorización de la alquimia, especialmente desde los medios de la ciencia positivista, que impregna estas corrientes, y en los que se ve el uso de un lenguaje codificado que en realidad era parte de una doctrina que encerraba los conocimientos de grandes descubrimientos científicos (según los autores de la época) para los que el pueblo de los siglos precedentes no estaba preparado. Consideraciones impregnadas de prejuicios positivistas, como una vía ascendente hacia el conocimiento.
Paul Vulliaud sigue imbuido en este tipo de corrientes, aunque él parte de los fundamentos del esoterismo cristiano y de los textos sagrados como vía de transmisión y preservación de las grandes verdades reveladas. Participa a principios del siglo XX en la publicación de la revista Les entretiens idéalistes, e incluso se mueve en los ambientes del tradicionalismo católico y en medios esotéricos en los que también participa René Guénon.
Las nuevas exégesis de los textos sagrados que nos ofrece el «esoterismo» decimonónico es el fruto de la crítica histórica y de la expansión del ámbito de las ciencias. El siglo XIX asiste al desarrollo de nuevas disciplinas de estudio en las que convergen los desarrollos de la ciencia y el espíritu religioso generando una tendencia a integrar antiguas ciencias como la astrología médica, la numerología o las especulaciones cabalísticas, a las que se les trata de otorgar el mismo estatus de cientificidad. Al entrar en contacto con el ámbito de la teología, el esoterismo sirve de base a diferentes corrientes como las de Huysmans o Claudel, adquiriendo formas cristianas, puramente espiritualistas, orientalistas o incluso abiertamente anticlericales. Se articulan grupos esotéricos que funcionan con sus propias reglas y profundizan en los diferentes enfoques planteados, que desarrollan a través de los cauces que les ofrecen las ciencias ocultas. Todos estos procesos, conviene repetirlo una vez más, responden a la secularización a marchas forzadas en el que se ve inmersa la Europa de la época. Muchas de estas sociedades secretas fusionarán principios masónicos con otros pseudoespirituales y de la incipiente ciencia, y serán percibidos como una amenaza por la Iglesia Católica.
De hecho, autores como el abate Constant, convertido en el mago Eliphas Lévi, hablan de un Cristianismo «tergiversado», frente al cual existe un verdadero cristianismo popular a reivindicar. Al mismo tiempo, Madame Blavatsky desde la Sociedad Teosófica también opera una serie de rupturas con la Iglesia desde la proclamación de la primacía espiritual del Oriente. La Orden Martinista de Papus mantiene una línea similar aunque la revista L’Iniation que sirve como portal de sus doctrinas mantiene un frágil equilibrio entre el dogmatismo católico y el esoterismo oriental. Joséphin Péladan, admirado en un principio por Paul Vulliaud y posteriormente rechazado por éste como enemigo y adversario, pretenderá erigirse como el líder de un rosacrucismo católico. La reacción contra todas estas tendencias, claramente alineadas frente a la ortodoxia católica, vendrá de la mano de autores como Grillot de Givry, nuestro autor, Paul Vulliaud, Charbonneau-Lassay y René Guénon hasta su partida a El Cairo en 1930. Éstos últimos buscaron una legitimidad tradicional y rastrearon supervivencias esotéricas en la tradición cristiana.
Este es el contexto que, sintéticamente planteado, debemos tener en cuenta a la hora de adentrarnos en la lectura de El pensamiento esotérico de Leonardo da Vinci, que como el lector puede percibir a través de nuestro relato, trasciende ampliamente la figura de Leonardo, para situarnos en en un contexto histórico, cultural e intelectual muy particular. Obviamente, la figura del genio renacentista ejercía una atracción considerable sobre los esoteristas, ocultistas y tradicionalistas cristianos de la época, y de hecho el método que utiliza Paul Vulliaud para escudriñar todos aquellos elementos que forman parte del universo simbólico del arte leonardesco beben de esas fuentes interpretativas. La conexión con la antigüedad es fundamental, lo fue en el propio Renacimiento, en la época de Leonardo, como también lo fue durante el siglo XIX entre autores simbolistas y parnasianos, como entre esotéricos y ocultistas, y la aplicación de la ley tradicional de correspondencias, de un método analógico nos conduce de forma ineludible hacia la idea de primordialidad que ya hemos mencionado, la idea de una matriz primordial y originaria que sirve como vector único de las posteriores tradiciones particulares que se han desarrollado en diferentes ciclos históricos.