Roma cautiva
Un ensayo sobre la religión romana
Vittorio Macchioro
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 190
ISBN: 978-1-961928-31-2
No es la primera vez que nos adentramos en el complejo mundo de la historia de las religiones, ni en la historia del mundo antiguo, de hecho, el pasado 2023 dimos a conocer la obra de Pietro de Francisci (1883-1971) titulada El espíritu de la civilización romana: Ne ignorent semina matrem, un ensayo historiográfico bajo los parámetros morfológicos característicos de la visión spengleriana. En el caso comentado el enfoque era original, en la línea de otros historiadores que, siguiendo la estela de Oswald Spengler (1880-1936), como el caso de Arnold Toynbee (1889-1975), trazaron una visión singular y enfrentada a ciertos cánones académicos.
El espíritu de la civilización romana
Ne ignorent semina matrem
Pietro de Francisci
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2023 |
Páginas: 224
ISBN: 978-1-961928-00-8
La obra
En el caso que nos ocupa ahora, con la obra de Vittorio Macchioro, Roma cautiva: Un ensayo sobre la religión romana, nos encontramos ante uno de los trabajos más personales y filosóficamente audaces del historiador y arqueólogo italiano especializado en el mundo antiguo. Su enfoque también es original, y se encuentra alejado tanto de la erudición técnica como de la perspectiva de la pura erudición histórica. Podríamos decir que en este ensayo confluyen tres vertientes que se entrelazan de manera equilibrada y armónica, puesto que se inserta en la encrucijada entre la historia de las religiones, la filosofía de la cultura y la crítica espiritual de la civilización. Vittorio Macchioro analiza la historia y el destino religioso de Roma no ya desde el ritualismo externo e institucional, en lo que podría ser una visión fría, distante y excesivamente academicista, sino que, por el contrario, lo hace en términos de experiencia espiritual, o más bien en la ausencia de esta.
El propio título de la obra ya nos desentraña algunas claves esenciales para entender la orientación y el sentido de la obra; «Roma cautiva» alude irónicamente a la célebre frase de Horacio (Graecia capta ferum victorem cepit) para invertir su significado. Si bien Grecia fue conquistada militarmente por Roma, fue la primera quien conquistó espiritualmente a la segunda, es decir, Grecia terminó por imponer su visión religiosa al mundo romano. Este hecho sirve como punto de partida a Vittorio Macchioro para iniciar una crítica radical al proceso de helenización romana, ya que no lo considera como una «evolución», sino una pérdida de autenticidad, un proceso de enajenación de lo propio y sustitución por lo ajeno. Es un contraste importante con otros autores de su época, que consideraban esta asimilación cultural como una forma de enriquecimiento, mientras que Macchioro ve en la adopción del modelo helénico una forma de vaciamiento espiritual, un signo de debilitamiento en ese terreno, que revelaba la incapacidad del mundo romano para sostener la propia cosmovisión.
La referencia e intuición inicial que toma el autor italiano, es que la religión romana, en sus orígenes, no estaba sustentada por mitologías ni teologías elaboradas, sino por una forma única de concebir lo divino como una fuerza activa, impersonal y momentánea. Se trata de una concepción íntimamente ligada a la naturaleza pragmática, concreta y legalista del espíritu romano. Al carecer de un soporte sólido integrado por mitos e imágenes simbólicas más profundas, así como una visión trascendente del alma y del más allá, la religión romana quedó expuesta a la colonización cultural por parte del mundo helénico, cuya riqueza simbólica, estética y emocional terminó imponiéndose. Y para Macchioro este hecho no afectó exclusivamente a la religión romana, sino que alcanzó a la propia raíz de la identidad del pueblo romano, generando una escisión entre forma y contenido, entre rito y creencia, entre costumbre y fe.
En esta obra, Macchioro combina su formación arqueológica con su profunda sensibilidad filosófica y religiosa, que se nutre del pensamiento fenomenológico, de la filología simbólica y una psicología profunda. Lejos de ser un tratado técnico e inserto en las formas de la ortodoxia académica, en Roma cautiva se aprecia, como piedra angular de la obra, una crítica existencial de la religión romana desde dentro, evaluando su solidez simbólica, su coherencia interna y su vulnerabilidad frente a las influencias extranjeras. Macchioro atribuye el éxito de la conquista de Roma por parte de los dioses griegos no por una inferioridad en el terreno teológico, sino porque carecía de un alma que la defendiera. El trasfondo que subyace, y que sigue siendo muy actual es el siguiente: ¿Puede un orden de civilización sostenerse espiritualmente sin una experiencia auténtica de lo sagrado? Si trasladamos esta pregunta a nuestros días, con el caos y la destrucción de cualquier expresión de lo sagrado, la respuesta la vemos en la degeneración y destrucción que asolan al «Occidente» moderno.
Después del virus
El renacimiento de un mundo multipolar
Boris Nad
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2022 |
Páginas: 380
ISBN: 979-8362187439
El libro ahonda con gran énfasis en torno a la antítesis y oposición de espíritus que representan Roma y Grecia, a menudo reducidos a vocablos y términos como «mundo grecorromano», pero que en el primer caso delata la existencia de una inclinación irreductible hacia lo concreto, lo práctico y lo puramente histórico, frente a ese espíritu imaginativo, simbólico y mítico del segundo caso. Y es ese sentido profundo de la existencia en uno y otro caso el que abrió ese abismo de mentalidades y cosmovisiones, que en el caso romano supuso una incapacidad permanente de generar un cuerpo mitológico auténtico y propio.
El romano, como pueblo práctico, no necesitaba de relatos fundacionales cargados de ambigüedades simbólicas. Esa practicidad le circunscribía al terreno de los hechos, con la historia y la eficacia de la acción, en ningún caso buscaba recrearse en las relaciones con la divinidad más allá de ese terreno, en especular con la vida de ultratumba ni elucubrar sobre el destino trascendente del hombre. Esta actitud, según Macchioro, tenía un reflejo absoluto en todos los ámbitos donde el pueblo romano se desarrolló, dejando impronta de esa mentalidad tan particular: literatura, historia, arte y, especialmente, religión. Frente a la construcción de todo orden mitológico, con sus correspondientes historias míticas, el romano centraba la forja de su identidad en las tradiciones históricas, también de carácter mítico, pero sin esa profundidad en lo que se refiere al contenido simbólico. El autor nos plantea innumerables ejemplos a través de los personajes más representativos en los diferentes campos mencionados, desde Ennio y Virgilio a Tito Livio y otros muchos, donde los discursos morales y la propaganda prevalecen sobre toda suerte de épica asociada a una interioridad mítica en términos de simbolismo profundo. O bien en el arte, que en el caso griego es profundamente simbólico, mientras que en el romano prevalece el realismo y lo funcional, planteado dentro de unos parámetros de orden, ley y dominio del Estado, especialmente en la época imperial. Lo racional y ordenado, el realismo político, son parte integral de la esencia romana frente al poder ambiguo de la imaginación, de lo divino y de lo emocional que Macchioro asocia al espíritu griego. Es una dicotomía y un contraste entre concreción e imaginación, que en el terreno de la experiencia religiosa adquiere una dimensión evidente, y que define la prevalencia de la acción pura. Lo que importa no es el dios, sino lo que hace. De ahí la impersonalidad de los dioses, cuya identidad queda supeditada a unas funciones precisas. En este contexto, el pensamiento simbólico no puede florecer, sino que el acto religioso queda reducido a fórmulas jurídicas y reglas de culto asociadas a su ejecución, y ya no atiende a una cosmovisión sino que es una técnica de poder de lo invisible, de lo inefable.
¿Pero definen estas particularidades una inferioridad desde el punto de vista espiritual del romano respecto al griego? La respuesta que nos ofrece Vittorio Macchioro no se mueve en estos parámetros, sino que nos habla de una diferencia ontológica en la forma de ver el mundo, centrada en garantizar la continuidad de la tradición, en la eficacia de los ritos y en la búsqueda de una estabilidad y un orden. Pero este carácter puede representar tanto una fuerza como una debilidad; en el sentido de que ante la ausencia de un mito, que cumpla con una misión cohesionadora, la religión se hace vulnerable ante otros sistemas simbólicos ajenos. De ahí la tesis de fondo, que Roma fue conquistada no por los dioses griegos, no porque estos representaran una potencia superior a la que el pueblo romano se rindió, sino por la necesidad que tenían de ellos, por esa fragilidad interna de su propio sistema religioso.
Uno de los aspectos más reveladores y originales en la obra de Vittorio Macchioro es la interpretación de la teología arcaica romana como un sistema de energías impersonales, completamente desvinculado del mito, de la narración simbólica y antropomórfica de lo divino. Macchioro insiste en la idea de que en la antigua religión romana los dioses carecían por completo de trasfondo personal, de un carácter, voluntad o historia propia, sino que estaban abocados a la acción en el momento en que eran requeridos. Era un sistema religioso estructurado a través de la idea de una maquinaria de fuerzas especializadas dependientes, exclusivamente, de su activación ritual.
Lo divino se manifiesta a través del acto, su presencia se materializa en el instante, se podría decir que los dioses solo existen cuando actúan, cuando se les requiere a través del rito. De ahí que las divinidades romanas primitivas no sean entidades personales, como en el mundo griego, sino categorías o funciones. No se definen por lo que son, sino por lo que hacen, consagrando, eso sí, cada momento de la vida, desde los más trascendentes a los más cotidianos. Y esta percepción de lo divino, su manifestación atomizada en lo religioso, es nuevamente expresión del espíritu y mentalidad del pueblo romano, legalismo y pragmatismo bajo un orden a controlar a través de la correcta ejecución del rito.
Desde este enfoque la religión romana no es objeto de amor ni de fe, como tampoco lo es de un temor reverente, sino que es mecanismo que debe ser activado correctamente para obtener una respuesta eficaz. Porque el rito debe ser ejecutado con eficacia y precisión para que sea eficaz, y un fallo requiere de una reparación, lo cual supone una formación técnica especializada para llevarlo a cabo, no está al alcance de cualquier profano. Se trata de un acto de importancia trascendental en lo individual y colectivo.
Desde la perspectiva del autor, este sistema tiene muchas lagunas, es vulnerable frente a las fuerzas disolventes que puedan atacarlo, dado que se ciñe a la eficacia en un plano meramente funcional, pero sin un alma simbólica que lo sustente. En cuanto los romanos entran en contacto con otras formas religiosas como la griega, la egipcia o la asiática, dotadas de mitos, teologías narrativas y divinidades personales, el sistema romano comienza a resquebrajarse porque los dioses impersonales, reducidos a meras energías invisibles que actúan en el mundo de los hombres no pueden competir con Apolo, Isis o Mitra, que más allá del mero rito también ofrecen un relato y una visión del mundo, dan un sentido al Destino, más allá de la pura practicidad.
Por ello, para Macchioro, uno de los aspectos más centrales y definitorios de la religión romana es la reducción de la experiencia religiosa al rito puro y duro, al acto codificado y jurídicamente reglado que permite al individuo el contacto con la divinidad de la manera más eficaz posible. Frente a cualquier contenido espiritual, interior, emocional o moral de la religión queda una concepción técnica y performativa del culto. Su percepción de lo sagrado no es esa cualidad invisible que transforma al sujeto, sino un orden de acciones ejecutadas con la máxima precisión y orientada hacia determinados efectos.
Podríamos ver en esta relación del romano con lo divino una especie lógica contractualista en la que ambas partes se comprometen a cumplir con un acuerdo. Mientras el hombre ofrece sacrificios, oraciones, plegarias y gestos rituales debidamente formulados, el dios otorga protección, fecundidad, victorias, salud etc, pero sin que medie el amor, la entrega o la búsqueda de lo absoluto y eterno como herramienta de transformación interior. Podría reducirse a una obligación cívica, o a un acuerdo comercial más que a una vivencia espiritual. Obviamente este modelo jurídico de culto hizo que este sistema religioso se adaptase perfectamente a la estructura política y administrativa del Estado romano, el culto es, de manera simultánea, un acto religioso y un acto civil.
Dentro del rito, es especialmente en la parte del sacrificio donde tiene lugar el acto central de toda la ceremonia para el hombre romano. El sacrificio, como normalmente sucede con otras religiones, supone una expiación o entrega devocional, pero en el mundo romano se ve afectado por los criterios anteriormente señalados, y desde la elección del animal, hasta las fórmulas litúrgicas que deben ser pronunciadas durante el desarrollo del mismo se deben ejecutar de acuerdo con una mecánica, con un protocolo fijado, objetivo y ajeno a todo error. De ahí que los sacerdotes romanos sean más técnicos rituales que mediadores espirituales. No están obligados a ser sabios, sino a dominar todo el ceremonial en su ejecución.
Es evidente que, un sistema religioso de estas características, con su integración y control desde el aparato estatal perseguía un propósito más externo al propio rito, que en el caso de Roma pudo garantizar la cohesión social y la continuidad institucional. La consecuencia fue el vaciamiento simbólico y espiritual de las formas religiosas, cada vez más desconectadas de la dimensión trascendente, las cuales terminarían por determinar un proceso de descomposición espiritual de Roma. Nos recuerda, sin duda, a ciertas formas religiosas del mundo moderno, en las que los sacramentos religiosos cristianos quedan reducidos a un rito social, y el acto religioso queda desprovisto de ese sentido interior, como algo que «se debe hacer sin más», como parte del «deber social», sin establecer conexiń alguna con fundamentos espirituales..
El diagnóstico que nos proporciona Macchioro es muy significativo y nos ayuda a comprender algunas dinámicas posteriores de la historia romana, dado que una religión vaciada de contenido existencial queda a merced de formas externas en lo que es la puerta de entrada para la irrupción de cultos asiáticos y religiones como el propio Cristianismo, que terminó de imponerse con Constantino el Grande (Edicto de Milán, año 313). Y es que la inexistencia de una experiencia espiritual viva, sin una esperanza escatológica y la comunión con lo divino sentida como un principio de transformación interior fue algo ausente en la Roma antigua.
El templo del Cristianismo
Para una retórica de la historia
Attilio Mordini
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2017 |
Páginas: 202
ISBN: 978-1542706476
De todos modos, el estudio de Macchioro no abarca la conquista cristiana del imperio, sino que se centra en la conquista espiritual de Roma por parte de Grecia. Da una importancia fundamental al papel de Grecia, que no se puede reducir a una mera influencia, sino que representa la claudicación en términos espirituales y la supeditación a la concepción sagrada y el poder imaginativo del helenismo. La adopción de todo un imaginario, de los dioses griegos y sus patrones simbólicos nos hablan de bien de ello. De ahí que el concepto de Capta, del que hablábamos antes no sea casual, pues se refiere a las ciudades conquistadas, sugiriendo que aunque Roma no hubiera sido derrotada en el campo de batalla, cayó ante el influjo espiritual griego, que venció con mitos, con figuras divinas dotadas de rostro, con sus dramas (muy humanos) y con toda su belleza. Se podría decir que Roma cedió fascinada ante la seducción estética y emocional del mundo espiritual de los griegos.
Lo interesante de esta obra es que trasciende el mero estudio de la religión romana, la rigurosidad, la erudición y las posturas académicas para abordar el fenómeno religioso romano desde un marco existencial, más existencial que histórico para volver a preguntarnos, ¿puede sostenerse en pie una cultura sin símbolos vivos? ¿Puede un sistema religioso sobrevivir en el tiempo sin mitos, sin imaginación y experiencia interior? Macchioro nos dice que la forma sin contenido está condenada a colapsar y desaparecer, convirtiéndose antes en una carcasa vacía, carente de sentido. La experiencia espiritual tiene su centro y esencia en la conexión entre lo humano y lo divino, más allá de todo tipo de formalismos y elementos técnicos, profanos y que atienden a la lógica del poder, que se mueven en un ámbito humano y material. El acto sagrado no puede regularse desde la burocracia o el poder de las instituciones. Hay, por tanto, aunque sea de manera intrínseca y algo velada, una crítica hacia la propia modernidad, en la que el elemento religioso ha sido arrinconado y condenado a un culto privado, carente de sentido, desconectado de todo lo que le rodea, de toda la realidad circundante, entre las paredes de la Iglesia. La pérdida de conexión con lo divino y lo sagrado, elemento clave en la restauración de la Tradición, la piedra angular donde reside el alma de los pueblos.
El autor

Vittorio Macchioro (1880-1958)
Vittorio Macchioro nació en 1880 en Trieste, en el seno de una familia judía sefardí. Se licenció en historia antigua por la Universidad de Bolonia y trabajó como inspector en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, especializándose en la clasificación de cerámica antigua. Su experiencia traumática en la Primera Guerra Mundial marcó un giro radical en su pensamiento y lo llevó a enfocarse en los aspectos simbólicos y espirituales del mundo antiguo, desarrollando una línea de investigación centrada en el orfismo, como se refleja en su obra maestra Zagreus (1920).
Durante los años veinte, Macchioro profundizó en el estudio de las tradiciones religiosas, especialmente el orfismo y el Cristianismo paulino, y exploró distintos credos, pasando del judaísmo al catolicismo, al protestantismo y finalmente regresando al catolicismo. Su enfoque metodológico, original y abierto a la fenomenología religiosa, lo convirtió en una figura influyente para pensadores como Eliade, Warburg y De Martino. Impartió conferencias en Europa, Estados Unidos e India, y en sus investigaciones trató de integrar arqueología, filología, antropología y espiritualidad, anticipando métodos que más tarde adoptarían otros estudiosos del mundo antiguo.
Tras verse afectado por las leyes raciales en 1938, fue forzado a jubilarse y se refugió en la escritura literaria y periodística bajo el seudónimo «Benedetto Gioia». Tras la Segunda Guerra Mundial, fue readmitido en el servicio arqueológico. Sus últimos años estuvieron marcados por problemas de salud mental, una probable demencia, y falleció en Roma en 1958. Su legado reside en haber concebido una lectura del mundo antiguo profundamente simbólica, en tensión con la modernidad, y comprometida con una visión espiritual de la existencia.