Jean Thiriart, el caballero euroasiático y la Joven Europa
Pietro Missiaggia
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 320
ISBN: 978-1-961928-24-4
Desde nuestros inicios los autores y temáticas relacionadas con la geopolítica nos han procurado atención e interés por parte del gran público y de los mass media, y no hay más que recordar el efecto que han venido teniendo nuestras obras de Aleksandr Duguin, en especial La geopolítica de Rusia y Proyecto Eurasia: teoría y praxis, sobre todo a raíz de nuestra presentación en Casa de Rusia en un ya lejano 2016, con la inestimable colaboración de Jordi de la Fuente como prologuista, trabajo que siempre reivindicamos desde nuestros medios por el prestigio, la calidad y brillantez de exposición del mismo.
Más allá de las obras del prestigioso y afamado filósofo y politólogo ruso, también hemos realizado otras incursiones en esta vertiente, que podríamos llamar «geopolítica alternativa», introduciendo las obras de otros notables autores como Claudio Mutti, Carlo Terracciano o Boris Nad. Con estos autores hemos tratado de profundizar en esa vía que se opone frontalmente, y radicalmente si se quiere, a los planteamientos derivados de la geopolítica atlantista y liberal que tiene su principal polo en Estados Unidos, haciendo especial hincapié en el subyugamiento que vienen ejerciendo desde 1945 en adelante respecto a una Europa convertida en un protectorado en una mera colonia.
Es por este motivo por el que la publicación de Jean Thiriart, el caballero euroasiático y la Joven Europa nos parece una obra totalmente pertinente en estos momentos, forma parte del desarrollo lógico de la línea editorial en la que estamos encauzados desde nuestros inicios, y viene a representar una de las múltiples vías en las que confluye la idea, profundamente schmittiana, de la política de los grandes espacios. En este caso la idea de una Europa unida, bajo un vasto proyecto que traspasa los estrechos límites del continente concebido como un apéndice más del «Occidente», de ese subproducto ideológico decadente y funcional a los intereses del otro lado del Atlántico. Para comprender la idea de una Europa unida, que comprenda a Rusia, y su enorme extensión territorial a lo largo de 17 millones de kilómetros cuadrados, y la importancia estratégica de su ubicación, es necesario recurrir al legado de Jean Thiriart, conocer su obra, pero también al hombre, pues una no se comprende sin el otro, en este caso hablamos de elementos correlativos.

Jean Thiriart (1922-1992)
¿Pero quién fue Jean Thiriart? Esta obra nos permite adentrarnos en aspectos biográficos, algunos de ellos poco conocidos para el gran público de habla hispana, y saber de su trayectoria, de la maduración de sus ideas, de su proyecto político y de las etapas que componen el desarrollo del mismo y que aparecen claramente diferenciadas: hablamos del proyecto político de unidad europea, que alcanza su concreción teórica en ¡Arriba Europa!: Una Europa unida: un imperio de 400 millones de hombres (1965, Editorial Mateu, Barcelona), en pleno apogeo de la organización Jeune Europe, que se convirtió en el órgano político a partir del cual creyó poder implementar su proyecto unitario a escala europeo, manteniendo una posición de independencia respecto a los dos pretendidos bloques antagónicos de Guerra Fría: Estados Unidos y la Unión Soviética. En esa época, estamos hablando del ecuador de los años 60, todo el mundo de la Contracultura, falsamente contestatario, estaba articulando su propio discurso, que tendría su expresión más nítida a través del ya conocido Mayo del 68 francés o la Primavera de Praga, durante el mismo año. Y si el movimiento de Nueva Derecha liderado por Alain de Benoist surgiría en lo sucesivo, ya en la década de los años 70, como una «reacción» frente a la «rebelión contracultural», no podemos obviar la importancia de un movimiento político como Jeune Europe, una organización política transnacional, a escala de la Europa occidental, con sus diferentes delegaciones en países como Francia, Italia, Alemania, la propia España además de, como es obvio, Bélgica, país de origen de nuestro autor.
Jean Thiriart ha sido etiquetado con reiteración como un político y teórico de «extrema derecha», se han hecho numerosos discursos interesados para vincularlo, por cuestiones de orden biográfico muy circunscritas a determinado periodo, con el fascismo y el nacionalsocialismo de entreguerras. Sin embargo, y como el lector podrá descubrir a lo largo de la presente obra, el pensamiento de nuestro autor está muy lejos de ser reducible a meras etiquetas, y en ningún caso mostró las filiaciones que se le atribuyen desde posicionamientos ideológicos, sino que, muy al contrario, vemos a un hombre de pensamiento racional y pragmático, poderosamente influenciado por la geopolítica y abierto a alianzas estratégicas más variadas, más allá de todo fundamentalismo ideológico. Es por este motivo que veremos a un Thiriart buscando sinergias y entendimiento entre círculos de izquierdas, antiimperialistas en una lucha concebida como «cuatricontinental». No en vano, muchos de los cuadros políticos que se formaron en Giovane Europa, la rama italiana, terminaron por militar incluso en organizaciones de extrema izquierda de inspiración maoísta. En el caso de España hubo un notable apoyo a la organización por parte de los falangistas más disidentes. De manera que Jean Thiriart representa una figura política compleja, con influencias variadas, que van desde los hermanos Strasser, pasando por Ernst Niekish o Vilfredo Pareto, e incluso, por Sieyès o Robespierre.
Es a partir de Jeune Europe cuando el nacionalismo europeo, la idea de una Europa unida desde Brest a Bucarest toma cuerpo. En la obra mencionada con anterioridad (¡Arriba Europa!: Una Europa unida: un imperio de 400 millones de hombres) Jean Thiriart ya nos presenta a través de unos trazos muy definidos el proyecto del comunitarismo nacional-europeo, la piedra angular de su proyecto político. La idea de un socialismo aristocrático y europeo, trascendiendo las fronteras del Estado-nación liberal decimonónico, y los particularismos nacionales, concebidos como formas obsoletas y «estrechas de miras», obstáculos a superar en la convergencia del Imperio europeo. Porque vemos a un Thiriart que potencia la estructura del Estado, del aparato de poder, tratando de potenciar, y restaurar naturalmente, el papel y la preponderancia de Europa como espacio de civilización en el mundo. Es un nacionalismo europeo que viene determinado por razones puramente geopolíticas, algo que también fue objeto de críticas, concretamente por parte del geopolítico austriaco Heinrich von Lohausen, y que también recogemos en el presente volúmen de la obra.

Ejemplar de una de las publicaciones más importantes de Joven Europa (Jeune Europe) cuya portada refleja el antiamericanismo y antiimperialismo característicos del nacionalismo europeo de la organización.
En este sentido, Thiriart no andaba nada desencaminado, en la medida que pensaba que solo los Estados de dimensiones continentales podrían ser capaces de defender su independencia y soberanía, y ejercer un poder en el mundo, frente a los antiguos nacionalismos europeos, totalmente anacrónicos y un factor de ruptura y desintegración del potencial europeo. En este contexto, se hace necesario eliminar el orden establecido en Yalta en 1945, que convierte a Europa en un vasallo de las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. De modo que luchar contra la ocupación estadounidense por un lado, y soviética por otro lado, fuese el principal leitmotiv del Partido Revolucionario Europeo, un partido histórico señala Thiriart, encargado de llevar a término la acción unificadora continental. Y es con este propósito con el que se tratan de concertar una serie de alianzas internacionales que llevó a Thiriart y su organización a tratar con personal diplomático y gubernamental de los países árabes no alineados, del régimen de Fidel Castro o incluso con emisarios del gobierno chino, como ocurrió en el famoso encuentro propiciado por Ceaucescu en Bucarest con Zhou En-Lai.
Quizás, uno de los puntos donde más desacuerdos encontramos con las teorías thiriartianas se encuentra en ciertos fundamentos que la articulan, en un modelo racionalista, materialista y pragmático, de hecho no debemos olvidar que Maquiavelo era uno de sus referentes, y con éste la posterior hornada de autores neomaquiavélicos como Vilfredo Pareto. El excesivo pragmatismo de sus planteamientos, un estatalismo exacerbado y sin concesiones a las particularidades de los pueblos, una suerte de centralismo jacobino, y la ausencia de un elemento trascendente capaz de dar una justificación metafísica a todo el proyecto nacional europeo constituyen, en nuestra opinión, una parte discutible y reformulable.
En otro terreno, como pueda ser el puramente económico, encontramos un proyecto anticapitalista en muchos de sus aspectos, frente al democratismo parlamentario liberal, y apoyándose en las teorías económicas de Johann G. Fichte o Friedrich List, rechazando cualquier organización económica transnacional que pueda mediatizar o convertir a Europa en objeto de sus actividades usurocráticas y depredatorias, colocando la soberanía e independencia económica europea en una de las máximas prioridades en este terreno.
Debemos destacar, porque es un elemento de debate especialmente interesante, el apartado del libro que se corresponde al escrito de Luc Michel, publicado en Italia bajo el título Da Jeune Europe alle Brigate Rosse, en el libro Parte II Historia de Jeune Europe (1962-1969), en el que se detallan las colaboraciones que comenzaron a sucederse entre la militancia de la delegación italiana, Giovane Europa, y círculos de extrema izquierda maoísta, y cómo muchos de los antiguos militantes nacional-europeos terminaron militando en organizaciones de esta facción ideológica, y nos referimos a casos tan representativos en la época como Claudio Orsoni o Pino Bolzano entre otros muchos.
La actividad proselitista de Jeune Europe en el último lustro de la década de los años 60, con la fundación del Partido Comunitario Europeo, nos legó una gran cantidad de publicaciones, entre las cuales destacaron La Nation Européenne, La Nazione Europea o Europa Combattente, cuyas portadas han servido para ilustrar las páginas interiores de nuestra obra, y que procuraron una actividad proselitista y de difusión de ideas que llegaron a imprimir semanal y mensualmente varios miles de ejemplares en Francia o en Italia.
Tras agotar todas las vías posibles de alianzas y convergencias, con encuentros poco afortunados, vemos a un Thiriart que prefiere adoptar otras vías para seguir construyendo el proyecto nacional-europeo más allá de la fórmula activista y del partido político. Este es el motivo por el cual, en los siguientes años, ya en la última etapa de su vida, veremos esa transición del político activista al teórico y al ideólogo como parte de una nueva estrategia dentro del proyecto político al que consagró buena parte de su vida, y es un hecho que comienza a apreciarse desde mediados de los años 70. Durante esta época la «Europa de Brest a Bucarest» se transforma y amplía en una «Europa desde Dublín a Vladivostok». Thiriart aborda ya abiertamente la integración del espacio soviético en una Europa unida que abarca un inmenso espacio territorial, capaz de unir el Océano Atlántico y el Océano Pacífico de un extremo a otro, el «Imperio Eurosoviético». No obstante, Thiriart siempre piensa en términos geopolíticos, y considera que este proceso de integración debe llevarse a cabo desde una revisión de la ideología soviética, desde una marcada desmarxistización de su socialismo, purgado de todo dogmatismo y elementos condicionantes derivados de la teoría del Estado formulada por el marxismo-leninismo para tomar en su lugar aquella de Thomas Hobbes.
A partir de este momento solamente hay un enemigo, el que representa el poder estadounidense y el dominio que éste ejerce sobre la Europa occidental. A partir de ese momento la URSS, bajo las premisas apuntadas por Thiriart, y desde una ideología soviética «desmarxistizada», es la que debe asumir el proyecto de integración europea. Todo este enfoque terminará conociendo su colofón final al final de la vida de Jean Thiriart, cuando éste se encuentre ya en sus último año de vida, en 1992, con una Unión Soviética ya periclitada y disuelta, con un país sumido en una crisis económica, política y social bajo el gobierno decadente de Yeltsin, con un poder notablemente menguado y a merced de las potencias extranjeras y las apetencias de las organizaciones financieras transnacionales. En este contexto tendrá lugar el conocido viaje de Jean Thiriart a Moscú, donde se encontrará, además de con la disidencia de Yeltsin, encabezada por el Partido Comunista dirigido por Gennadij Ziuganov y numerosas personalidades públicas del ámbito ruso, entre las que destacará por encima de todos el filósofo y politólogo Aleksandr Duguin, quien en la presente obra también reivindica la figura del belga como un contribuidor directo del pensamiento euroasiático. Además de medios de prensa, políticos e intelectuales rusos, nuestro autor también compartirá espacio con una pequeña delegación de la revista italiana «Orion», especializada en temática geopolítica, y representada por el padre de la geopolítica italiana, Carlo Terracciano. El encuentro no tendrá mayores consecuencias, y vendrá a significar el último acto de servicio de Jean Thiriart en su denodado esfuerzo por lograr la integración de Europa y Rusia en un poderoso bloque geopolítico capaz de hacer frente a la hegemonía estadounidense en el mundo.
Terminaremos este breve y sintético escrito de presentación con un fragmento de la obra que Jean Thiriart publicó en 1965 bajo el título ¡Arriba Europa!: Una Europa unida: un imperio de 400 millones de hombres, que nos parece de lo más adecuado para poner el punto final al presente texto:
Europa, este MILAGRO en la historia del hombre, este milagro que siguió al milagro griego, ha dado vida, con la prodigiosa fecundidad de su civilización irrepetible, a una cultura adoptada por el mundo entero. En la competencia surgida entre las grandes civilizaciones —occidental, india, china y japonesa— la nuestra ha aplastado a las demás.
La civilización es creadora de cultura. La cultura, en cambio, jamás ha creado civilización.
SOLO Europa posee la civilización; de ahí deriva su supremacía sobre los Estados Unidos y la Rusia comunista, que poseen únicamente la cultura nacida de nuestra civilización, como ha demostrado magistralmente Oswald Spengler.
Esta cultura, separada de su civilización, está condenada a la esterilidad, la cual se manifestará primero mediante una esclerosis y, posteriormente, mediante un retorno a la barbarie.
Políticamente dominada por Moscú o por Washington, la civilización europea se ve asfixiada y corre el riesgo de estancarse en su estado de simple cultura. Basta notar que todos los descubrimientos en el campo nuclear y astronáutico son obra de europeos. Todos buscan a los científicos europeos.
Solo una Europa políticamente unida puede proveer los medios de poder que garantizarán las condiciones históricas indispensables para la supervivencia de esta civilización.
Ninguna otra potencia, por otra parte, podría sustituir a Europa en su misión hacia la humanidad.