Proyecto Eurasia
Teoría y Praxis
Aleksandr G. Duguin
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2016 |
Páginas: 220
ISBN: 978-1535073561
Información
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Tenemos el enorme placer de presentar a nuestro público lector un nuevo título que viene a implementar nuestro catálogo de obras, en permanente crecimiento, y que en esta ocasión vuelve a recurrir a un autor de notoriedad mundial, como es Aleksandr Duguin. Anteriormente, en junio del año 2015, publicamos La geopolítica de Rusia: de la revolución rusa a Putin del mismo autor, obra que gozó de una amplia difusión y mostró el interés latente entre los lectores en lengua castellana por la geopolítica, y más concretamente por aquella vía que, dentro de la geopolítica mundial, representa una alternativa real y pujante al eje mundialista representado por el conglomerado de fuerzas atlantistas, que tiene como cabeza visible a Estados Unidos, el estandarte del capitalismo globalista.
El título de la obra es Proyecto Eurasia: teoría y praxis y viene a complementar de forma notable y lúcida todos aquellos escritos y obras publicados anteriormente por nuestra obra precedente en particular, y de toda su extensa bibliografía en general. La obra consta de varias partes claramente diferenciadas; por un lado aquellas que nos describen y delimitan el fenómeno del eurasianismo, sus partes constitutivas a nivel teórico, filosófico y geopolítico, mientras que por otro hallamos el análisis y la interpretación de ideas, autores y corrientes, como son el marxismo, el liberalismo —especialmente a través del concepto de «sociedad abierta» de Karl Popper— o uno de los autores más insignes y heterodoxos de la Tradición Perenne como es Julius Evola. Todos ellos son sometidos a una revisión profunda, y sobre éstos, Aleksandr Duguin establece una serie de interpretaciones originales y totalmente vanguardistas. La posibilidad de variar el enfoque y tomar distintos parámetros interpretativos nos ofrece visiones alternativas a las consideradas hasta el momento sobre las mencionadas corrientes, ideas y autores.
Esta obra pretende definir un nuevo espacio de civilización, con una Cosmovisión completamente antitética respecto a aquel representado por la civilización occidental. El punto de partida fundamental es la caída de la Unión Soviética y todo un espacio de fuerzas políticas que oscilan entre la vuelta atrás y un porvenir todavía por inventar, entre la nostalgia por el pasado y la rehabilitación de las antiguas estructuras del comunismo moribundo y aquellas todavía por crear, y es a partir de ese momento cuando el eurasianismo comienza a tomar cuerpo bajo una definición geopolítica, filosófica y de nuevo orbe de civilización.
Con la liquidación final de la Unión Soviética en 1991, se abre una década de triunfo y aplastante hegemonía del libre mercado y del demoliberalismo, la homologación planetaria de todos los sistemas políticos bajo unos mismos principios, lo cual se plantea ya como un hecho irreversible, como el triunfo absoluto e incontestable del capitalismo, del fin de la propia historia, tal y como nos narra Fukuyama.
El impulso de un único modelo mundial de civilización implica que comunidades políticas y/o espirituales o de cualquier otra naturaleza que no acepten el nuevo orden mundial, queden apartadas, sean objeto de todo tipo de ataques, intentos de socavamiento y destrucción, hasta quedar reducidas a una situación de marginalidad. El mundialismo crece desde ese mismo momento con multitud de tendencias y estrategias diversificadas que alcanzan todos los dominios y espacios específicos y particulares de los pueblos, amenazando directamente la existencia de sus peculiaridades, de su esencial fundamental. Pero no solo el espacio de lo colectivo se ve alterado de forma radical, sino que también aquel individual con la extensión de comportamientos y visiones de la vida estandarizados, bajo el consumismo, las modas o la construcción de la realidad bajo los auspicios de los mass media, de la propia sociedad convertida en permanente espectáculo. Del mismo modo las Tradiciones y aquellos elementos raíces que constituyen el sentido y el Ser de los pueblos, son abolidos para que su lugar sea ocupado por los símbolos del capitalismo globalizado, aquellos que aparecen en la publicidad, en las redes sociales o en cualquier moda estúpida y superflua que definen el culto por lo banal y lo absurdo.
Paralelamente, la función de la política, y de aquellos que integran sus filas, pasa a ser subsidiaria, meros ejecutores al servicio de los lobbies económico-financieros y aquellos que sustentan ciertas formas de corrosión de la moral y los valores de nuestra civilización. Aquello que no aparece en los medios de masas no ocurre, no ha existido, y bajo esta premisa la alienación del hombre respecto a su propio destino, en relación a su voluntad, queda sellada. El hombre-comparsa, subsumido en la masa y alienado hasta cotas inimaginables, como en las peores pesadillas de cualquier distopía futurista imaginada por George Orwell.
Ante esta situación, hoy en su punto álgido, y dejados atrás los convulsos años de la Rusia post-soviética, al Este de Europa, bajo aquellos territorios de la renacida Federación Rusa comandada por Vladimir Putin, gana fuerza la alternativa planteada por el eurasianismo, al menos en la medida que se está operando una ruptura en la hegemonía global del eje atlantista. En este sentido no debemos considerar solamente la perspectiva de oposición o simple antagonismo, sino que se trata de un canal a partir del cual vehiculizar aquellos sujetos ideológicos que son nominalmente antagonistas y refractarios frente a la lógica de la homologación mundialista. Sin embargo, esta oposición, que se niega a someterse a las estructuras globalizadas de un sistema que no respeta ningún particularismo, no supone una mera resistencia o una crítica destructiva incapaz de generar su propio modelo y alternativa al mundialismo, sino que es capaz de generar sus propias teorías, análisis y soluciones ante las contradicciones, destrucciones y menoscabo de los pueblos, de los derechos de éstos, que deben ser la referencia del futuro inmediato en el contexto de las políticas globales. La dicotomía de los derechos de los pueblos y aquellos del individuo, y no de la Persona, hipócritamente camuflados bajo la etiqueta de «derechos humanos», define la esencia del modelo de sociedad y civilización del liberal-capitalismo y aquella planteada por el eurasianismo.
La idea de unipolaridad es la que define al Nuevo Orden Mundial, y con ella a Estados Unidos y sus aliados de la Europa Occidental, ignorando cualquier otro polo de poder existente en el mundo, y desde esa misma perspectiva única considera solamente la democracia de libre mercado, la doctrina de los «derechos humanos» y una visión unívocamente occidental. Sin embargo, ese orden mundial se está gestando, y aunque los cambios de los últimos años están resultando catastróficos, representa un paradigma que todavía debe completar su formación y definirse. Actualmente, parecemos vivir en ese modelo que Duguin describe perfectamente como aquel de los neoconservadores, en agitación permanente y al borde del caos, con un centro imperial representado por Estados Unidos y con una periferia fragmentada y dividida en un contexto de caos permanente. El caos existente en Ucrania o Siria, que son los escenarios donde se dirimen los destinos de la política mundial, entre los atlantistas, Rusia y otras potencias que no forman parte del eje mundialista, con una Europa sumida en la llamada «crisis de los refugiados», cediendo la totalidad de su soberanía a los organismos financieros internacionales y otras instancias mundialistas, parecen describir susodicho panorama. Parece ser que el mundo se va encaminando hacia la formación de un único gobierno mundial, y tras estos proyectos personajes tan siniestros como George Soros parecen ser sus principales patrocinadores.
Y es que, como ya hemos señalado, la visión unipolar del liberal-capitalismo se traduce en una sola visión del mundo que excluye todas las demás, a las que trata de exonerar, a las que niega su dignidad en virtud de un modelo de civilización nacido de 1789, de los «sagrados principios» legados por el iluminismo y la filosofía de la Ilustración y, con anterioridad, de la civilización romano-latina, de la civilización cristiana medieval y de otros fenómenos históricos y civilizatorios que definen un espacio concreto del mundo, no su totalidad. La concepción lineal y progresista de la historia es la que se impone, y Estados Unidos es el guardián de ese progreso, la culminación del capitalismo global, con la misión histórica de trasladar este modelo de civilización a otros espacios, a costa de destruir la particularidad. Esta voluntad de destruir lo particular es lo que define la naturaleza totalitaria del mundo unipolar representada por las oscuras fuerzas del mundialismo, y que ya hemos visto reflejadas en otros ciclos históricos con el fenómeno del colonialismo o del integracionismo y, por encima de todos, el totalitarismo igualitario, que caracteriza, más que cualquier otra cosa, el modelo de civilización occidental mundializado, y que, como tal, es un hecho moderno. El propio colonialismo es un producto, a nivel ideológico, de esa idea de democracia universal e igualitaria que, como si se tratase de una misión evangelizadora, debía redimir a los países del tercer mundo.
Estos son los elementos que componen, a grandes rasgos, un modelo de sociedad y civilización cada vez más masificada y unidimensional, es la «Sociedad Abierta» de Karl Popper, que paradójicamente es más totalitaria y liberticida que el modelo de civilización que se plantea bajo el eurasianismo. El liberalismo es, como señala en muchas ocasiones el propio Duguin, el enemigo a batir. El liberalismo toma como sujeto histórico al individuo sin raíces, desprovisto de todo ese conglomerado de historia, cultura, vivencias y civilización, y formado bajo el racionalismo y el materialismo más exacerbado, recurriendo al pragmatismo en muchas ocasiones y no teniendo más leyes y dogmas que aquellos que marcan los mercados financieros. No obstante, y pese a las críticas vertidas, al triunfo de lo inorgánico, de principios anti-tradicionales en consecuencia, y de una serie de formas colectivizadas y totalmente perniciosas para la supervivencia de los pueblos, se ha mostrado como el modelo más poderoso y, por lo tanto, aquel que debe ser destruido.
¿Pero qué nos ofrece entonces la alternativa del modelo eurasianista? Esta es una de las cuestiones clave que se desarrolla a lo largo de los primeros capítulos del libro, y que analizando la génesis y los orígenes del pensamiento eurasianista, establece una serie de definiciones de los principales ítems ideológicos que componen el centro neurálgico de su Cosmovisión, y además lo hace de forma sistemática y muy clara. Se abordan distintos aspectos del paradigma euroasiático, aquellos que aluden a los fundamentos básicos, al modelo de civilización, a criterios espaciales, políticos, jurídicos o filosóficos, al tiempo que se describen los procesos que han llevado a la gestación del pensamiento neo-eurasianista desde los últimos años de la Unión Soviética, bajo el mandato de Gorbachov, como en lo sucesivo, durante los años del liberalismo promovido por Yeltsin.
El conjunto de estructuras y elementos que conforman el eurasianismo también contienen elementos originales, totalmente nuevos, o producto de reinterpretaciones como esa concepción de la «metafísica de los escombros» en lo que nos permite ver la multilateralidad de corrientes de pensamiento teóricamente dogmáticas que carecen de una variedad de perspectivas. El marxismo es objeto de radiografía en sus aspectos más esenciales, pero desde otra óptica tan particular como sorprendente, al igual que el tradicionalismo evoliano, hallándose elementos nuevos o convenientemente potenciados que cambian radicalmente nuestra perspectiva sobre éstos. Del mismo modo la presencia de elementos espirituales, de la Tradición y el arraigo, son omnipresentes en este ensayo, dado que frente a las oscuras y demónicas fuerzas del mundialismo la espiritualidad y la herencia se muestran como baluartes prácticamente inexpugnables y valios