El Maestro de la Tradición Perenne
Antología de artículos guenonianos
René Guénon
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2021 |
Páginas: 286
ISBN: 979-8504926506
El pasado mes de diciembre tuvimos la oportunidad de publicar un recopilatorio de artículos inéditos en castellano de Julius Evola (1898-1974), uno de los autores más heterodoxos y polémicos que podríamos inscribir en la corriente de los grandes intérpretes de la Tradición, y al que consideramos fundamental para entender nuestra concepción del mundo y nuestra propia misión como proyecto editorial. No obstante, y de acuerdo con las propias filiaciones del Barón romano, que siempre fueron controvertidas, René Guénon (1886-1951) fue uno de sus principales referentes, si no el más importante y al que podemos considerar, de pleno derecho, como el primer sintetizador e intérprete de la Tradición Primordial, de sus símbolos sagrados y de las doctrinas esotéricas y sapienciales anejas a ésta. Obviamente, no vamos a entrar en las diferencias que Julius Evola y René Guénon pudieran tener a lo largo de sus respectivas trayectorias, porque no es el cometido del presente escrito, y excedería por mucho el propósito de esta presentación.
Con lo cual debíamos un recopilatorio a René Guénon, a su dilatada trayectoria como autor de la Tradición, que se inicia en 1909, con apenas 23 años, cuando abandona su Blois natal para ir a estudiar a París, y que concluye el mismo día de su muerte, en El Cairo, un 7 de enero de 1951. Durante estos más de 40 años el Maestro francés nos ha legado veinte libros y más de 300 artículos. El ámbito en el cual se desarrollaron sus escritos comprende temáticas muy variadas, y van desde sus estudios tradicionales, sobre conceptos y principios de la Tradición propiamente dicha, con sus notables conocimientos en materia de indología e islamismo, así como de la historia de las ideas y la filosofía, ciencias experimentales, psicología o antropología en un espacio cronológico que abarca milenios de historia. Es a partir de este conglomerado complejo e inabarcable que René Guénon logra vertebrar un discurso acerca de la Verdad que identifica plenamente con la Tradición, y frente a la cual la modernidad, entendida e identificada plenamente con el modelo del «Occidente moderno» no supone sino una anomalía, una desviación que marca el languidecer de los tiempos, bajo el crepúsculo de una civilización carente de otra dimensión que aquella material, y por tanto condenada a desaparecer si no ejecuta una acción rectificadora.
No obstante, reconocemos nuestra incapacidad para tratar de recoger en un solo libro, como el que nos ocupa, la inmensa contribución que el universo guenoniano ha legado a las varias generaciones de lectores que le han sucedido tras su muerte a comienzos de los años 50. Y la complejidad del personaje, del autor, se deja ver en los acontecimientos biográficos que marcaron su existencia, y que le hicieron transitar por multitud de ambientes, como aquellos ocultistas y católicos durante su juventud más temprana para terminar convirtiéndose al Islam y viviendo la última parte de su vida en El Cairo.
El punto de partida fundamental es la Metafísica, que podríamos considerar como la matriz del pensamiento tradicional en su vertiente ortodoxa, fiel a la Tradición inmutable y universal, que, como nos dice el propio Guénon, no es «ni oriental ni occidental», y termina por trascender toda forma particular, de carácter étnico o referente a cualquier hecho humano y contingente que pueda relacionarse con cualquier doctrina espiritual, y regular, en sus aspectos más exteriores. La Tradición es la Verdad en su sentido eminente, representa lo invariable y lo inmutable, lo eternamente idéntico a sí mismo, imposible de alterar en sus «principios» sin caer en la falsificación, el autoengaño o servir a intereses espurios y antitradicionales. En este sentido hay una dicotomía fundamental, y que vamos a ver reflejada en los artículos que siguen, entre el Occidente moderno, aberrante desde todos los puntos de vista, y el Oriente tradicional, que representa justo lo contrario, el garante del destino y salvación de la humanidad occidental, al haber conservado prácticamente intactas las vías de transmisión y la esencia del mensaje metafísico. De hecho, nuestro autor reflexiona acerca del destino que puede aguardar al Occidente moderno, y establece varias posibilidades, desde la caída en la peor de las barbaries, la asimilación pacífica o violenta por los pueblos orientales, que tras un posible periodo de desórdenes haría transicionar a nuestra civilización hacia el modelo oriental perdiendo su propia forma y, como tercera posibilidad, que Occidente retornase a los cauces de la Tradición sin necesidad de ninguna imposición externa, de forma voluntaria y espontánea. Las dos últimas posibilidades facilitarían que el Occidente moderno terminara por ocupar una posición legítima y dejase de representar una amenaza para la existencia de otras civilizaciones tradicionales. En cualquier caso, la necesidad de una pequeña élite intelectual y cualificada sería un requisito indispensable, especialmente si hablamos de la tercera posibilidad. Y lo que está más claro es que para operar esta transformación decisiva, el concurso de las masas no tendría ninguna relevancia a ningún nivel, ni de acción ni de toma de partido.
Ya en sus años tempranos, René Guénon asumiría una forma de escritura muy característica, desde un marcado estilo impersonal y hierático, que él consideraba el más adecuado para abordar los principios de la Tradición y de las diferentes ciencias sagradas que la integran. De ahí que su pensamiento resulte muchas veces complejo y difícil de entender para aquellos que están menos avezados en el conocimiento de su obra y del Perennialismo en general. De modo que el lector bisoño no debe preocuparse si se ve obligado a releer frases más de una vez para entenderlas, es parte de la complejidad del estilo y de la identidad del autor.
Sin duda René Guénon es el principal autor esotérico del siglo XX, el inspirador de la mayor parte de los que le sucedieron, y el fin de su obra no es en ningún caso divulgativo ni especulativo, sino que tiene un carácter eminentemente sapiencial, lo cual implica que no podemos equiparar su contribución a la de un mero historiador de las religiones o a un filósofo. Gran parte de su misión como autor de la Tradición la vemos reflejada en la marcada dicotomía entre Oriente y Occidente que sirve para vertebrar su discurso crítico con la modernidad, y que guarda relación con esa dualidad entre el mundo moderno y mundo tradicional, que viene a reflejar un antagonismo insalvable, que solamente puede llegar a resolverse a través de una verdadera síntesis con el triunfo de Oriente sobre Occidente. De hecho, la incomprensión de Occidente respecto a Oriente es una constante en muchos de sus artículos, y hace mención de los especialistas e historiadores de las religiones, de sus perspectivas exclusivamente académicas y de carácter descriptivo, pero incapaces de penetrar en el objeto de estudio en sí, en su significados simbólicos y metafísicos profundos. La incomprensión deviene de un Occidente cuya mentalidad y visiones descansan sobre una desviación, que podemos remontar mucho más allá de la propia era moderna entendida como los últimos 200-300 años, más allá de la Revolución Científica, la Ilustración y la Revolución Francesa e incluso del Renacimiento y la Reforma, que son puntos de ruptura decisivos con las vías de transmisión tradicionales. El único elemento espiritual presente en Europa viene representado por el Cristianismo, reducido, como se encuentra en nuestros días, a una mera norma social. Y en este sentido también podemos aludir a la invasión del moralismo en todos los ámbitos, que aparece como una de las consecuencias de la degeneración del ámbito religioso. Este último elemento es el que marca el contraste con Oriente, cuya base descansa sobre un principio intelectual de orden metafísico.
Los motivos apuntados son el fundamento de la profunda incomprensión que separan a Oriente y Occidente, y el hecho de que Occidente mantenga un prejuicio basado en su propia concepción exclusivamente materialista, de progreso y renuncia a todo principio espiritual. La paradoja que se genera a raíz de esta visión es que un Occidente inferior cree situarse por encima de un Oriente que carece de los desarrollos materiales occidentales pero que, sin embargo, supera ampliamente los logros espirituales y mantiene una mayor armonía del principio tradicional.
De estas ideas René Guénon extrae una serie de conclusiones que para el hombre occidental de su tiempo podrían resultar chocantes, en lo que se ha denominado, por parte de sus críticos, como el llamado «prejuicio clásico», a partir del cual el pensador francés declara que la civilización griega fue notablemente inferior a aquellas Orientales, y que solamente ejerció el papel de mera transmisora de las enseñanzas que venían de Oriente, que modificaron y adaptaron a su mentalidad hasta desfigurarlas. De ahí que nuestro autor niegue todo principio de originalidad intelectual a los antiguos griegos, e incluso les atribuya ciertos rasgos de decadencia bajo un individualismo o un racionalismo nacientes, o por el desarrollo de las ciencias especulativas por encima de la propia metafísica. En este sentido es interesante la enumeración de «coincidencias» que salpican la lógica y la metafísica de Aristóteles, o bien los contrastes con Oriente, y que nos hablan de un culto a la naturaleza y el nacimiento de las ciencias experimentales con sus correspondientes aplicaciones prácticas. En Oriente, nos apunta Guénon, nunca existió ese interés por las aplicaciones prácticas y contingentes, y de ahí el poco desarrollo de las ciencias convencionales, pues se mantuvo en todo momento en el terreno de los Principios, al abrigo del orden metafísico y sus elementos sapienciales. De modo que dentro de los parámetros de la doctrina guenoniana el pensamiento griego ya condensa en sí mismo, aunque de forma embrionaria, todas las corrientes desviadas de la modernidad en potencia. Respecto a los romanos la crítica guenoniana es todavía más negativa.
Y es que la Tradición, tal y como la entiende René Guénon, en su orden metafísico puro, se encuentra más allá de la experiencia y las aplicaciones contingentes, y concierne al orden supraindividual de las cosas. Es la Verdad que se encuentra más allá de lo racional y lo irracional, y de ahí que el carácter intelectivo de este modelo quede al margen de cualquier categoría de pensamiento occidental, donde lo más cercano podríamos verlo en la metafísica aristotélica o en la escolástica medieval. No obstante, la filosofía y el pensamiento moderno occidental carece de ese recurso por completo, de la intuición intelectual, con las realidades puramente sensibles, sin caer, como lo hace habitualmente, en formas de vitalismo, irracionalismo y similares. Esto es lo que provoca que el pensamiento occidental tenga un exclusivo punto de vista que parte de la dimensión individual, y que dependa exclusivamente de la razón y de la imaginación. Este es el principal y gran contraste con un Oriente en el que ni las grandes ciencias materialistas, ni las grandes especulaciones filosóficas ni las grandes personalidades en el ámbito de lo intelectual tienen protagonismo. Oriente es la expresión más clara del orden metafísico, del verdadero orden intelectivo que carece de forma y trasciende cualquier expresión de orden individual. Y es que este, y no otro, es el gran punto de partida del pensamiento del autor francés. René Guénon siempre combatió las formas de espiritualidad desviadas, y fruto de ello tenemos sus críticas a toda suerte de ambientes neoespiritualistas, especialmente bajo las formas del espiritismo y el teosofismo. Del mismo modo también ha trazado un cuadro de las grandes tradiciones vivientes, que podrían convertirse en vías de transmisión de las grandes Verdades tradicionales, como el Hinduismo, el Taoísmo y el Confucianismo para Oriente, el Islam, que él separa de la vertiente «judeo-cristiana» que, en Occidente, vendría representada por las Iglesias Católica y Ortodoxa. En el caso del Occidente incluso reconoce el papel de una masonería operativa y tradicional y el Compañerazgo como las únicas formas de esoterismo occidental existentes.
Y es que la crítica de René Guénon a la originalidad y pretendida superioridad de la civilización europea occidental, también reconoce contrastes dentro de este mismo modelo, que pese a nacer bajo el influjo de la desviación marcada por el mundo greco-latino, vemos como en el Medievo todavía subsisten doctrinas y medios de transmisión tradicionales. De ahí que el método histórico occidental también sea objeto de las diatribas de René Guénon, por el hecho de que este solamente tiene en cuenta las fuentes documentales escritas, lo que marca su antagonismo respecto a la importancia que la enseñanza oral tiene dentro del ámbito tradicional de la intelectualidad pura. No vamos a profundizar más en estos aspectos, y preferimos conformarnos con su exposición, dado que las conclusiones pueden ser extensas y bastante farragosas para lo que aquí nos proponemos.
Dadas estas circunstancias, con el contraste de civilizaciones y las destrucciones operadas por la subversión moderna y antitradicional en Occidente, René Guénon se ha visto obligado a dirigirse a sus contemporáneos desde una postura precaria, desde una situación de urgencia y siempre en referencia a una reducida y exigua minoría cualificada. Debía enfrentarse a un siglo de progreso científico y a la mentalidad positivista apoyada en el hecho y el dato, al lento pero paulatino proceso de desacralización a través de un proceso corrosivo de destrucciones acumuladas, con especial celeridad, en los últimos decenios. Pero, como ya hemos expuesto con anterioridad, dentro del pensamiento de René Guénon todo conocimiento ocupa un lugar dentro de un orden jerárquico, de tal modo que las ciencias modernas solamente representan una suerte de conocimientos fragmentarios y dispersos, pues carecen de un principio superior que los integre, al margen de la inutilidad del método científico, al que considera fundado sobre hipótesis transitorias y de limitada solidez, pues el principio inmutable de la Verdad metafísica se encuentra ausente por completo. Es por ese motivo que el espíritu cientificista que impregna las creaciones modernas, y que vemos reflejadas exclusivamente a través de avances técnicos y materiales, no dejan de ser ilusorios por el mismo hecho de que sus «verdades» son variables, sujetas al juicio individual y susceptibles de una modificación permanente. Y esa misma ausencia de jerarquía en los órdenes del conocimiento se extiende a todos los ámbitos, especialmente al social, a través de la perniciosa idea igualitarista y de uniformización. La vida y la acción aparecen a los ojos de René Guénon como las dos claves de las grandes supersticiones modernas, incompatibles, una vez más, con el no-actuar y la idea de liberación presente en las doctrinas extremo-orientales. De todos modos no debemos perder de vista que toda civilización comprende una parte material, que dentro de las concepciones guenonianas siempre estaría supeditada y en dependencia directa de aquella parte inmaterial que implica la Verdad inmutable y suprema. Con lo cual el desarrollo técnico-científico y material también ocupa su lugar, pero en ningún caso es el más importante ni el que determina las condiciones y el carácter de una civilización.
Volviendo a los aspectos más biográficos de nuestro autor, puede llamar la atención el hecho de que René Guénon se convirtiera al Islam a partir de 1930, tras abandonar Francia abrumado por las críticas, a una edad madura, con 44 años, aunque afirmó no convertirse a nada en particular en el sentido usual del término, defendiendo un punto de vista espiritual incontrovertible y animando a muchos de sus lectores y seguidores a emular su ejemplo. Este hecho también generó polémicas y debates interminables en ambientes tradicionales, que se verían acentuadas con la muerte del autor francés en 1951, especialmente entre sus discípulos aunque el propio Guénon siempre rechazó toda consideración como «Maestro espiritual».
Sin entrar más en profundidad en las complejísimas ideas que el entramado doctrinal guenoniano nos ofrece, tanto en su biografía como en su obra y enseñanzas, podemos decir sin temor a equivocarnos, que René Guénon y la corriente de la Tradición Perenne de la que él mismo es una de las máximas autoridades, se ha convertido en uno de los frentes más sólidos para forjar la resistencia contra la globalización en los tiempos actuales, para reivindicar las raíces profundas del ser humano y su propio lugar en el mundo. Desde su universalismo de los principios, se propone una vuelta a las fuentes de la Tradición, un buen asidero sobre el que comenzar a tomar impulso en estos tiempos crepusculares en los que una Europa en plena descomposición parece encontrarse ante un momento decisivo en el que puede optar por la barbarie y la destrucción final o su reinvención, tal y como el propio René Guénon nos planteaba a través de sus tres hipótesis. Y es que los tiempos de incertidumbre siempre son propicios para el retorno a lo sagrado, a un reencantamiento del mundo y a la restauración de los grandes misterios.
De modo que este año 2021, en el que se cumplen 70 años de la muerte del «Maestro de Blois», es el más adecuado para reunir un buen número de sus artículos, entre la enorme diáspora de los que se hayan distribuidos por publicaciones de diferente naturaleza, y que cuenta con libros, artículos, reseñas o incluso, una amplia y nutrida correspondencia. Nuestra intención ha sido la de tomar aquellos escritos más representativos de la doctrina del autor, y lo hemos hecho de forma cronológica, que dada la complejidad de temáticas, era la más sencilla y clara que podíamos utilizar.
Solo nos cabe desear una placentera y enriquecedora lectura a quien tome este libro entre sus manos, y que la fuerza de la Tradición le ilumine y le de fuerza para resistir el signo descendente de los tiempos.
En breve dispondremos de ejemplares físicos para la venta directa. Por el momento se pueden reservar ejemplares vía email, o bien a través de Amazon.