Quien escribe estas líneas es un consumado aficionado al cine clásico, y más concretamente al cine clásico europeo, donde podemos encontrar auténticas joyas del séptimo arte que, desgraciadamente, pasan desapercibidas para la mayor parte de nuestros cinéfilos contemporáneos. A diferencia del cine actual, con sus honrosas excepciones, el cine de antaño, especialmente del intervalo de los años 40-70, nos muestra un estilo y una forma de expresar diferentes tipos de recursos, ya sean puramente técnicos, simbólicos o conceptuales, que nos acercan de manera peculiar a las problemáticas de su época, al margen de los efectismos y el entretenimiento, que obviamente también forman parte del objetivo último del espectador. Además, por qué no decirlo, nos retrotrae a épocas más sanas y libres respecto a los tiempos actuales, sin los habituales prejuicios propios de los «ofendiditos», esa especie de hombre posmoderno permanentemente agraviado y ofuscado ante cualquier perturbación en el reconocimiento de su pequeña, insignificante y patológica subjetividad.
En su momento ya reseñamos Hanno cambiato faccia (1971), del director italiano Corrado Farina, donde abordamos la visión del capitalismo y la incipiente sociedad de consumo de masas a través de la revisión crítica de la Contracultura y las consecuencias del pensamiento del Mayo del 68. En esta ocasión, para dar continuidad a nuestras críticas fílmicas, hemos decidido aventurarnos con otra película italiana, Bandidos de Orgosolo (1961), de Vittorio de Seta. Se trata de un filme que ya obtuvo buenas críticas en su época, e incluso fue premiado en el prestigioso festival de Venecia, además de recibir otros reconocimientos en el ámbito de la cinematografía italiana. La película aborda temas que son muy pertinentes en el ámbito en el que nos movemos desde estas lides, desde Hipérbola Janus, y que plantean esa dicotomía entre Tradición y Modernidad, la existencia de esos dos mundos a priori irreconciliables, siendo el marco fundamental donde confluyen todas las ideas expresadas a lo largo del filme.
El protagonista es un humilde pastor del pueblo sardo de Orgosolo, una modesta comunidad ubicada en una zona montañosa, de difícil acceso y con escasa conexión con los núcleos urbanos de la isla de Cerdeña. Ya en el propio inicio de la película se nos advierte brevemente que los habitantes de este pueblo son gente primitiva, que vive hacia dentro, centrada en las costumbres y tradiciones que vertebran a su pequeña comunidad, sin hacer concesiones a la vida moderna, de la misma manera que lo han hecho las generaciones precedentes, explotando los recursos naturales a través de la práctica de la agricultura y la ganadería. A lo largo del metraje lo vemos constantemente, a través de la propia práctica del pastoreo con el rebaño de ovejas, la dureza de la vida campesina, que transcurre en perfecta consonancia con los ritmos cósmicos que marca la naturaleza, que en ningún caso aparece como domesticada y sometida a los designios del hombre, sino que es agreste y hostil, representa un medio complejo y difícil para la vida campesina, pero al mismo tiempo también actúa como un medio de protección frente a aquellos que no pertenecen a ésta y proceden de otro mundo, de las ciudades y el orden civilizado.
Nuestro protagonista, un humilde pastor cuyo nombre es Michelle Jossu, se encuentra envuelto en una situación inesperada durante el pastoreo diario entre las escarpadas montañas que rodean el pueblo de Orgosolo. Unos delincuentes que vienen de fuera, y no forman parte de la comunidad campesina del lugar, aparecen por aquellas tierras huyendo de la policía, han robado unos cerdos y se ocultan en un refugio para descansar. Allí coinciden con Jossu, que ha dejado a sus ovejas al cuidado de su hermano pequeño, y rápidamente se da cuenta de que se trata de un grupo de facinerosos, y les reprocha sus acciones sin querer verse mezclado en el asunto. Pero es demasiado tarde, porque los fugitivos emprenden una huída precipitada cuando aparecen las fuerzas policiales, que encuentran a Jossu en el lugar. Éstos le piden la documentación y terminan relacionándolo con los delincuentes a los que buscan, que esperan tras unas rocas a escasa distancia, y especialmente tras un tiroteo que tiene lugar tras unos riscos en el que muere uno de los policías. En lugar de permanecer en el lugar, y aprovechando el desconcierto del enfrentamiento armado, nuestro protagonista decide huir con el rebaño de ovejas y su hermano, sin esperar a que se aclare el asunto ni probar su inocencia, nada de esto le importa.
La aparición de los delincuentes y las fuerzas policiales representa el elemento perturbador que rompe con la paz y la vida tranquila, aunque dura y sacrificada, de la comunidad campesina. Michele Jossu se nos presenta como un hombre arcaico y primitivo, un elemento que es especialmente incisivo a lo largo de la película. Un hombre curtido por el trabajo duro, que depende de las ovejas para su sustento, y completamente analfabeto. Su actitud ante las cosas es sencilla y sobria, su carácter es como su estilo de vida, espartano, sin ceñirse a las explicaciones ni hablar más allá de lo necesario. En su mundo no caben las componendas ni los pactos, ni quiere entrar en contacto con ese orden extraño y ajeno que representa la policía, vinculada a las urbes y al propio sistema de justicia, que comienza a maniobrar para lograr su captura y enjuiciamiento. Desde un principio percibe esa injerencia como un mal frente al que no hay que postrarse ni claudicar, rechazando, como decimos, cualquier tipo de aclaración al respecto. La solución ante las falsas acusaciones que recaen sobre él es la huída a las montañas, buscar refugio en las altas cumbres y sin renunciar a las ovejas ni a su medio de vida. Ni siquiera su hermano, con quien emprende la huída, recibe las lógicas explicaciones que demuestran su inocencia. Prefiere callar, porque como decimos, no es pródigo en palabras, lo suyo no es la dialéctica, sino las acciones, el actuar conforme a sus principios y a su forma de vida, a la que no puede renunciar sin autodestruirse.
También está muy presente el papel de la comunidad, que no cede ante las exigencias policiales, no entregan a uno de sus miembros a este elemento extraño que pretende imponer sus normas por encima de las propias, y los vecinos protegen a Jossu en su huída, se preocupan de su madre y de su hacienda, e incluso le proveen de alimentos y todo aquello que necesita. La comunidad tiene sus propias normas, sus costumbres y tradiciones, arraigadas en el tiempo y bien encarnadas en cada uno de sus miembros, que desarrolla en la vida concreta, en las relaciones personales entre las familias, que se fundan en un conocimiento intergeneracional, y se articulan en función de profundos y firmes vínculos orgánicos. La ley de la ciudad y del «mundo moderno» no tiene más valor allí que el que su fuerza le confiere, pero eso no anula las resistencias frente a ese mundo abstracto y disoluto que representa la civilización de las urbes y el formalismo vacío de sus leyes y de sus injusticias. De hecho, la injusticia y la agresión a un modelo de vida es lo que más se percibe en el choque entre estos dos mundos, donde la racional y discursiva justicia trata de imponerse sobre la Tradición, que obedece al conocimiento de lo concreto y a la experiencia. Pero lejos de ser racional, esa justicia se muestra irracional e incomprensible para aquel humilde pastor, como un aparato burocrático represor, totalmente incomprensible, que amenaza con anular y destruir su vida.
El papel de la naturaleza, que ya hemos mencionado, ejerce de medio de protección para nuestro protagonista, que se sirve del conocimiento del terreno para burlar a sus perseguidores, así como de otras artimañas que le impiden ser una «presa fácil». Esa misma naturaleza dura e implacable que moldea su vida y el propio carácter, que le hace vivir durante largos periodos a la intemperie, con la sola compañía de su hermano, sirve también de parapeto frente a las amenazas exteriores.
Finalmente, tenemos un concepto igualmente peculiar de lo que Jossu entiende como justicia, y es algo que, de algún modo, rompe con esa armonía comunitaria que venimos exponiendo. Él se siente como víctima de la vida, de los peores infortunios, por su situación personal, malviviendo con unas ovejas todavía por pagar, con los problemas añadidos con la justicia, y siente que se le debe una retribución, una compensación por todo el cúmulo de penalidades y situaciones desfavorables que ha vivido. Y para ello no le importa cobrarse la deuda con otros que, en teoría, no han contribuido a ello, entendiendo que cada cual, en virtud de sus propios medios, debe combatir las injusticias aunque sea con otras injusticias contra sus iguales.
La película ha sido etiquetada por algunos como parte del género de cine neorrealista, tan en boga en la Italia de la época, aunque a comienzos de los años 60 ya se encontraba en su declive. Otras etiquetas que se le han atribuido son las de «thriller», por la tensión que impera a lo largo de la película, por la persecución y otras circunstancias asociadas. La particularidad de esta película se encuentra en las características que hemos enumerado, y que hallan en el choque entre la modernidad y la tradición el gran marco conceptual que nos permite desentrañar incluso ciertos aspectos de la psicología profunda de los personajes y de su forma de actuar. Sin la presencia de esta antítesis insoluble no es posible establecer una explicación general que nos permita entender la trama ni los personajes.