Europa
Tradición, identidad, imperio y decadencia
Armin Mohler, Carlos X. Blanco, Julius Evola, Matteo Luca, Robert Steuckers
Editorial: EAS
Año: 2022 |
Páginas: 136
ISBN: 978-8419359025
Europa: Tradición, identidad, imperio y decadencia es una obra colectiva que nos presenta una variedad de temas realmente atractivos, que a pesar de ser a priori muy diferentes los unos de los otros forman parte de nuestras propias raíces político-culturales e intelectuales, y más particularmente de ciertas trincheras del pensamiento disidente o políticamente incorrecto. El pensamiento de Julius Evola y Oswald Spengler nos sirven como guía e itinerario y dan forma a la idea de Tradición, de Imperio o técnica. El prologuista, David Engels nos ofrece una serie de orientaciones para ubicarnos en el marco de la obra, poniendo especial énfasis en la idea de crisis existencial y la amenaza que se cierne sobre el futuro de nuestra civilización. Hay implícita una reivindicación del verdadero Occidente, de sus valores trascendentes y heroicos, de lo que nosotros denominamos en muchas ocasiones como «Civilización del Ser» frente a la Europa actual, la que podemos englobar bajo la siempre equívoca etiqueta de «Occidente», del «Occidente posmoderno» en este caso, que es la consecuencia de ulteriores desarrollos derivados de toda esa cultura moderna y burguesa que hunde sus raíces en el pensamiento iluminista e ilustrado y que hoy enarbola las banderas del multiculturalismo, el transhumanismo, la cultura de masas y, en definitiva, la deshumanización del hombre y su conversión en un producto más en el mercado global.
Bajo estas condiciones y ante un horizonte incierto no queda otra que reivindicar viejos y perennes principios, aquellos que han venido articular a la «otra Europa», de ahí la necesidad de reivindicar el valor de la Tradición y los grandes arquetipos que componen su legado y herencia, tal y como se encarga de recordarnos Carlos X Blanco desde una óptica claramente spengleriana. Ese sentido de continuidad y pertenencia derivada de complejos procesos históricos y de etnogénesis en la confluencia de pueblos diversos como los celtas, romanos y germanos, es el que ha construido Europa y a su vez se ha nutrido de fuentes tradicionales de remotísima antigüedad, especialmente en la cuenca mediterránea, encrucijada de pueblos y civilizaciones desde los albores de la civilización.
La crisis de la Tradición, o su gran ocultación, como nos destaca el autor asturiano, se halla en la ceguera y falta de perspectiva histórica de la que adolecen los tiempos presentes, ignorando el valor de una tradición ancestral con la difusión de falsas antítesis y dicotomías que nada tienen que ver con nuestras raíces e identidad. La amenaza de convertirnos en pueblos fellah en antítesis del hombre fáustico, el verdadero artífice de la cultura occidental europea, y que representa al hombre decadente y mediocre de nuestros tiempos, incapaz de afrontar los desafíos que están por venir.
Desde una concepción dualista de inspiración evoliana, Blanco nos señala la importancia decisiva, como parte de ese espíritu fáustico que animó a la Europa de otros tiempos, de la tradición céltico-nórdica, expresión del polo viril y aristocrático de la existencia, solar y guerrero, para combatir el espíritu que anima ese principio de civilización esclerotizado y sin vida del polo lunar y femenino que representa el sustrato meridional y afrosemita presente en nuestra civilización que ha adquirido un protagonismo total en el Occidente posmoderno. Es el modelo de civilización que encuentra sus últimos ecos en el medievo bajo la figura el arquetipo del guerrero y el caballero, con los símbolos del Imperium y las luchas del Sacro Imperio contra la Iglesia, encarnando los polos solar y lunar de la existencia respectivamente representados en las categorías de gibelinos y güelfos. Julius Evola veía en el «conflicto de las investiduras» mucho más que una pugna por la supremacía en el ámbito de lo contingente para reivindicar la Tradición en un sentido puro y genuino, aquella primordial, la de los comienzos, con su primigenia unidad regio-sacral frente a un Cristianismo de inspiración sacerdotal y teocrático.
Los pueblos bárbaros y nórdico-paganos tienen un impacto positivo en la construcción del orden feudal que caracteriza al ethos medieval, y en este proceso de transfiguración que convierte al bárbaro en caballero, y que reaviva en el cristianismo el elemento romano bajo una nueva aureola espiritual y trascendente en lo que el propio Evola calificaría como la última de las grandes etapas históricas en las que la Tradición, obedeciendo a su significación primordial, llegó a manifestarse en todo su esplendor bajo el ejemplo paradigmático del Sacro Imperio y al mismo tiempo es la era del hombre fáustico spengleriano, movido por un afán de conquista, constructor de los grandes ciclos históricos.
El contraste lo hallamos en el moderno Occidente capitalista, un auténtico cenagal de degeneración y perversiones, bajo una antropología liberal que empequeñece al hombre, lo supedita a la tecnología y lo reduce a la servidumbre, a la explotación y finalmente lo condena a su propia autodestrucción. De ahí la necesidad de redescubrir los antiguos arquetipos, y con éstos la Tradición de la que son portadores frente al demonismo de la economía y la tecnología a la que el hombre moderno se encuentra rendido.
El concepto de Imperio, del que Roma es el arquetipo universal, es objeto de análisis en el siguiente artículo del autor belga Robert Steuckers, se trata de La idea imperial en Europa. El imperio aparece en su definición básica como la encarnación de una autoridad trascendente, que es capaz de imponerse sobre pueblos diversos y heterogéneos reconociendo una jerarquía que va de lo general a lo particular. Steuckers nos ofrece una síntesis histórica del desarrollo del imperio desde Roma pasando por el reino Franco y el Sacro Imperio, y con éstos la idea de Europa que les viene asociada una nueva cosmovisión, una antropología tradicional en la que prima el principio de subsidiariedad y una concepción orgánica lo social en claro contraste con el centralismo jacobino de inspiración liberal y todas sus fórmulas análogas. En los nuevos retos que se presentan al hombre y la sociedad de la segunda mitad del siglo XX en adelante es necesario revitalizar un corpus ideológico de inspiración tradicional capaz de implicar al hombre en la construcción de su futuro, de hacerlo valedor de forma directa de las formas de gobierno, lo cual nos recuerda en gran medida al modelo tradicionalista español con la concurrencia de los denominados «cuerpos intermedios» en labores organizativas y de gobierno, más allá del parlamentarismo liberal y las oligarquías a las que sirve la partitocracia.
Las reflexiones de Steuckers continúan profundizando sobre la idea imperial en el siguiente apartado, donde nos ofrece una visión del Imperio a través de Carlos V, y más concretamente a través de su médico, Andrés Laguna, cuyo testimonio sirve para contextualizar perfectamente las dificultades y amenazas a las que se enfrentaba el Imperio: la reforma luterana y las guerras de religión que destruyeron el ecumene cristiano que venía del Medievo, las amenazas del enemigo exterior turco-otomano y con posterioridad, a partir de Felipe II en adelante, con la decidida hostilidad de los papas romanos. Factores, todos ellos, que contribuyeron a debilitar el proyecto imperial paneuropeo que el emperador Carlos V había proyectado sobre una Europa desgarrada por luchas intestinas. El legado de esos siglos también se proyecta sobre la encrucijada actual a la que se enfrenta una Europa debilitada y sometida al imperialismo anglosajón del otro lado del Atlántico, frente al cual, si ésta todavía pretende erigirse como un polo geopolítico en el mundo, con voz e influencia, debe atender a los nuevos bloques internacionales que se vienen formando dentro de un marco más vasto y que concierne a las políticas euroasiáticas y a la consolidación y proyección del patrimonio europeo del que somos depositarios.
En el siguiente capítulo, Evola y Spengler, cuya autoría también corresponde a Robert Steuckers, el autor analiza dos figuras fundamentales que sirven como hilo conductor a lo largo del libro, para exponer las diferencias entre el italiano y el alemán. A pesar de estar en una línea muy similar, dado que ambos acometieron en sus respectivas obras un análisis morfológico de la historia, Revuelta contra el mundo moderno y La decadencia de Occidente (Vol I y Vol II), Evola siempre pensó que el historiador alemán se mantenía de alguna forma prisionero de los esquemas intelectuales de la modernidad con la ausencia de esa dualidad y dicotomía tan marcada entre el mundo tradicional y el mundo moderno tan característica del tradicionalista romano. Al igual que ocurre con Nietzsche, Evola reprocha a Spengler ser deudor de las ideologías modernas, especialmente de aquellas post-románticas que se nutren de un activismo vitalista que caracterizó al hombre fáustico, en cuya definición spengleriana lo ve representado por un voluntarismo inmanente que adolece de la verticalidad y trascendencia tipo aristocrático-viril propuesto por el pensamiento evoliano. Evola muestra una crítica demasiado dura y niega toda influencia del autor alemán en su propia obra, algo que Attilio Cucchi cree muy matizable al detectar trazas de este pensamiento en la crítica al bolchevismo y el americanismo así como al cesarismo político representado por el fascismo.
Al hilo del artículo de Steuckers, la presente obra nos ofrece un escrito muy revelador de Julius Evola, El mito y el error del irracionalismo incluido en su obra El arco y la clava (1968), donde se centra en la crítica al irracionalismo al que se adhieren multitud de corrientes de pensamiento moderno, engendradas en su mayoría durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, y que en lugar de tomar como referencia el espíritu y un principio superior de objetividad trascendente, se centran en el misticismo por la vida, por los aspectos biológicos y materiales del hombre y que constituyen un peligro de igual o una magnitud superior al racionalismo con movimientos como el existencialismo o autores como Bergson o Jung, lo cual define una falsa y limitada antítesis entre racionalismo e irracionalismo incapaz de operar una síntesis superior de nivel ontológico-metafísico capaz de aglutinar todo conocimiento de la realidad en una teoría del Ser que nos remite al mundo de los principios y a la unidad primordial de los orígenes. De ahí que el conocimiento del mundo moderno se reduzca a las categorías puramente humanas, a la especulación filosófica y a un conocimiento abstracto incapaz de conocer la sustancia profunda de las cosas. Este es el motivo de la incomprensión y obstáculos insalvables que existen entre el mundo tradicional en el mundo moderno, y que guarda una íntima relación con un proceso regresivo de decadencia e involución en el que la pérdida de lo sagrado y la desfiguración del principio intelectivo son claves fundamentales, y en este sentido la obra de René Guénon y Frithjoff Schuon constituyen un complemento de obligada lectura. El Occidente posmoderno actual no es más que una consecuencia de esos procesos disolutivos que Evola describe perfectamente en este escrito de finales de los años 60, que recordemos que coincide con los años de la denominada Contracultura, donde podemos hallar muchos de los ítems ideológicos que posteriormente han servido para cimentar lo que hoy día se viene a denominar la ideología woke (ideologías de género, transhumanismo, destrucción de valores tradicionales etc).
Dos grandes escritos sobre la figura de Oswald Spengler toman el protagonismo de la última parte del libro, a cargo de Robert Steuckers y Carlos X Blanco, Las matrices prehistóricas de civilizaciones antiguas en la obra póstuma de Spengler y Tecnicidad, biopolítica y decadencia: Comentarios al libro de Oswald Spengler «El hombre y la técnica» respectivamente, en los que se destaca la originalidad de la la clasificación morfológico-psicológica de la historia a cargo del autor alemán, más allá de las habituales categorizaciones progresistas y lineales de la historiografía académica y oficial, empleando analogías con la vida natural y destacando un tipo humano muy particular, dominados por un impulso voluntarista aplicable, de acción y encumbrado por el dominio de la técnica aplicada a la guerra y la conquista, que da un sentido absoluto a sus vidas y encuentra su máxima expresión en el carro como arma, y podemos encontrar su expresión histórica en los griegos, romanos, indoarios y chinos, que, con posterioridad a la publicación de La decadencia de Occidente le hace cuestionar la importancia dada a la civilización fáustica, algo que hace a Steuckers plantear la hipótesis de una reorientación del pensamiento spengleriano hacia posturas euroasiáticas y un rechazo hacia los pueblos anglosajones y talasocráticos, que habrían traicionado la solidaridad germánica.
En el último gran capítulo de la última parte del libro Carlos X Blanco analiza un tema complejo, inspirado en la obra del historiador alemán El hombre y la técnica. El escrito resulta denso y comprende muchas aristas, desde la perspectiva zoológica, naturalista, dialéctica y operativa en una síntesis físico-biológica e histórica del hombre desde los tiempos más remotos de la prehistoria a la cultura y finalmente a la decadencia. Las posiciones de las que parte Spengler se oponen decididamente a los posicionamientos burgueses y liberales de la Ilustración, a las filosofías igualitaristas y al evolucionismo derivados de éstos. Para Spengler la tecnicidad expresa algo profundamente orgánico y ligado a la vida, a la táctica de la vida, a la acción y a la lucha que brota de la voluntad de poder nietzscheana y que forma parte de una escala cósmica que implica a todos los seres, que va más allá de los determinismos clasificatorios de la ciencia que opera sobre conceptos y abstracciones de lo humano. Nuestra condición biológica, de «animal de rapiña» y depredador frente a toda forma de vida vegetativa es parte de nuestra naturaleza. Y al mismo tiempo Spengler reivindica una historia de individuos, que son los que en última instancia moldean el devenir de los acontecimientos en contraste con el hombre-masa, parte del rebaño, y que representa la regresión hacia estratos animales.
Spengler también es objeto de crítica por parte de Blanco por los «prejuicios anti-evolucionistas» que hablan de la importancia del ojo y la mano en el desarrollo de la tecnicidad humana, que aparece súbitamente, sin estar ligado a un proceso de evolución o desarrollo biológico, gradual o repentino, y cree que la antropología evolucionista puede explicarlo «en términos de causalidad circular y sinérgica». Spengler habla del «pensar de la mano» que representa la doble faceta del pensar humano en el plano cognoscitivo, y que diferencia al hombre del animal, y frente al instinto de éste último en el hombre prima la acción creativa y personal, lo cual define diferentes tipos humanos (teóricos y prácticos, hombres de hechos y hombres de verdades) que ha provocado una escisión arbitraria entre el Yo y el mundo bajo un presupuesto dualista que es la expresión de la divergencia entre naturaleza e historia en relación a la misma tecnicidad. Finalmente esa técnica que alimentó los logros de la cultura fáustica se vuelve contra el hombre, contra la civilización y contra Europa bajo el orden posmoderno del maquinismo y la automatización conduciéndonos hacia una deriva nihilista y suicida. El texto de Carlos Blanco contiene un análisis profundo de la cuestión que invita a una relectura de la obra spengleriana y a su contraste con la realidad del presente.
Los últimos artículos, de una extensión más reducida, se componen de un texto homenaje a la figura de Oswald Spengler a cargo de Armin Mohler, que viene a ser un corolario de todo lo expuesto por el autor, las líneas fundamentales de su pensamiento, de su concepción antropológica y algunos llamativos apuntes biográficos. A éste artículo le sigue un texto dedicado a Dominique Venner, de Luca Andriola, y sus contribuciones doctrinales y a nivel de formación y estructuras militantes dentro del ámbito nacional-revolucionario, especialmente a través de su Crítica positiva, con la reivindicación de un nacionalismo étnico y la idea comunitarista frente a la ideología moderna liberal, en este sentido es notable la influencia sobre movimientos como la Nueva Derecha francesa y su órgano metapolítico, el GREECE. Todos recordamos el impactante suicidio reivindicativo de Dominique Venner en Notre Dame en mayo de 2013, destinado a despertar conciencias ante las destrucciones que amenazan la supervivencia de la civilización europea.
El último artículo, para completar el variado elenco de temáticas y autores abordados, es una breve síntesis del nacionalismo ruso, siempre oscilante entre eslavófilos y occidentalófilos, entre la idea de integración en el espacio de civilización euro-occidental y el rechazo a este modelo de civilización moderno y liberal que representa una abominación frente a los valores tradicionales del paneslavismo ruso. Entre las variadas corrientes del nacionalismo ruso destacan hoy aquellas que se inscriben en el eurasianismo, con referentes como Gumilev, Trubetzkoy, Savitski y Vernadsky, y que fundamenta su doctrina en una concepción imperial de Rusia, como integradora de los pueblos periféricos, como también son partidarios de la alianza con los pueblos túrquicos o con el Islam. En la actualidad Aleksandr Duguin es el principal valedor de esta corriente dentro del neoeurasianismo, con una nueva dimensión de la geopolítica que en confluencia con los acontecimientos internacionales de los últimos años y el resurgimiento de Rusia como potencia mundial está tomando un protagonismo de primer orden. Junto a neo-euroasiáticos, tenemos a paneslavistas, nacional-comunistas o nacionalistas étnicos, en lo que constituye un variado mosaico de posturas y organizaciones bajo un denominador común, que es el rechazo al Occidente posmoderno y el fortalecimiento de la posición geopolítica de Rusia en el mundo como Imperio continental.