Las estaciones de la sabiduría
Frithjof Schuon
Editorial: José J. Olañeta Editor
Año: 2001 |
Páginas: 167
ISBN: 978-8476518281
Reseñamos nuevamente una obra del autor tradicionalista suizo Frithjof Schuon, al que consideramos junto a René Guénon y Julius Evola uno de los pilares fundamentales del pensamiento de la Tradición. Su obra, pese a haber sido ampliamente publicada por grandes editoriales, al igual que la de René Guénon, y al carecer de unas connotaciones ideológicas como las que posee aquella de Julius Evola, quizás es menos conocida en ciertos ambientes intelectuales a los que nosotros nos sentimos ligados.
En la presente obra, Las estaciones de la sabiduría, nuestro autor parte de unas premisas que servirán de hilo conductor en el desarrollo de la obra, y que se pueden sintetizar en las relaciones existentes entre el objeto religioso o espiritual y la mentalidad moderna. En la constatación de una serie de procesos descendentes que en los últimos siglos de nuestra historia, desde el Renacimiento en adelante, han venido a debilitar ciertos elementos característicos del pensamiento religioso, especialmente en su vertiente contemplativa, que es la vía seguida por Frithjof Schuon. La «mundanización» o profanación intelectual y el estrechamiento en los medios y métodos para conocer la Realidad en su totalidad, que obviamente no pueden circunscribirse a lo puramente racional. Hay un reconocimiento de base al conocimiento humano derivado de la experiencia en el plano de lo contingente y material, y de la necesidad de tomar como referencia las grandes verdades reveladas y todo el horizonte intelectual vinculado a ellas. Además, y esto es muy importante, esas verdades trascendentes de las que la Divinidad ha dejado testimonio no son objeto de pura fe y creencia, sino que llevan implícito un lenguaje simbólico polivalente, común a muchas formas espirituales de diferente origen, y un vasto conglomerado de reflexiones cosmológicas, metafísicas y místicas que nuestro pensador califica de «altamente científicas». En este sentido deberíamos hablar mejor del concepto de lo suprarracional frente a lo puramente racional (ciencia moderna) e incluso lo irracional, que es responsable directo del desencadenamiento de los procesos disolutivos que dominan nuestro tiempo.
De modo que el hombre moderno es incapaz de captar la realidad en su totalidad, escrutando en profundidad su sustancia última y accediendo, en consecuencia, a lo Divino. Pero el hecho de que el mundo sea producto de las grandes verdades reveladas no supone que estemos ante un espacio totalmente condicionado, sino que existen múltiples combinaciones y antinomias, eso sí, dentro de un plan divino predeterminado. La propia realidad divina entraña también diferentes categorías en su Absoluta y omnipotente plenitud, debido a que todo lo contiene. De ahí la distinción entre Supra-ser en cuanto a Creador, como una realidad ontológica incondicionada, y el ser como parte de las posibilidades contingentes de la existencia, que comprenden distintos modos y matices en su concreción, de lo que resulta la complejidad de esa realidad a la que nos venimos refiriendo.
En definitiva, y en relación al hombre moderno y su forma de conocer la realidad, podemos decir que este es superficial, que desconoce los aspectos que conforman una doctrina y carece de sentido del reposo y la contemplación. No obstante, Frithjof Schuon concede al hombre la posibilidad de que la experiencia religiosa sea efectiva o no en función de su voluntad y la búsqueda de la verdad a través de la inteligencia.
Hablar de intelectualidad o principio intelectivo, o incluso de los escritos revelados como «altamente científicos» puede resultar chocante a ojos de un profano, y más después de la dialéctica inserta en las mentes de muchos modernos en lo que se refiere a la relación entre ciencia y religión. El hombre actual, por lo general, cree que lo intelectual significa pensamiento libre y creador en lo que es un error y un opuesto al propio concepto de intelectualidad. En este sentido es fundamental el principio de ortodoxia, que implica la participación a través de la doctrina tradicional en la inmutabilidad de los principios que rigen el universo y nuestra inteligencia.
La ortodoxia también tiene su propia complejidad interna y comprende varios significados: a nivel externo (exotérico) se refiere al acuerdo con la Verdad de determinada forma revelada, mientras que a nivel interno (esotérico) se refiere a la Verdad universal y esencial. Frithjof Schuon nos pone como ejemplo al hinduismo, que comprende formas escasamente dogmáticas, y que por ello posee una ortodoxia basada en la esencia metafísica mucho más vasta desde el punto de vista de la forma en comparación con las religiones occidentales. Esto no quiere decir que se encuentre a salvo del error, pero es imprescindible evitar las formulaciones dogmáticas porque la Verdad última puede revestir distintas formas y matices en función de las perspectivas, que como señalamos algunas líneas más arriba vemos en relación al exoterismo y al esoterismo. Esto nos lleva a que una determinada Verdad pueda tener validez sobre un plano dado y no para otro diferente. De modo que la adecuación de esta Verdad también está condicionada por un determinado ciclo, del cual depende su florecimiento. Frithof Schuon nos remite al ejemplo de las «religiones del Kali-Yuga» en relación a las religiones reveladas. A su vez esto implica la existencia de diferentes doctrinas tradicionales que son susceptibles de oposición entre ellas en virtud de esa diferencia de perspectivas.
En el contexto del intelecto o lo intelectivo como herramienta de conocimiento tradicional, resultan muy interesantes las consideraciones que nuestro autor nos desglosa a lo largo de un tercio del libro. Desde la consideración de inferioridad de la filosofía y las ciencias racionales, el intelecto tiene la capacidad de actuar como receptor y transmisor, pero no de crear. Hay diferencias fundamentales que separan este intelecto de la razón, y la primera de ellas que podemos citar es que la razón comprende una dimensión limitada, indirecta y discursiva en su forma interna. En cambio, el intelecto si posee limitaciones que son exteriores y no afectan a su forma, de manera que cuenta con recursos y herramientas suficientes para conocer y tomar como referencia la Verdad total. Por otro lado, es evidente que existen diferentes gradaciones y perspectivas en función de si se toma como referencia la Verdad, que afecta al conocimiento, de la Realidad, cuyas implicaciones más ontológicas atañen al ser. De todos modos existe, fuera de todo relativismo, una Verdad total que dentro del plano de la realización espiritual convierte a la Realidad y al ser en una sola cosa.
De todos modos, estas consideraciones no implican una desvalorización completa y absoluta del plano subjetivo e individual, donde lo trascendente y absoluto también tiene su reflejo, y puede contener, por tanto, lo real y lo verdadero porque lo eterno también se refleja en lo contingente. Todo está en Dios y lo Absoluto brota por todas partes.
Dentro del sistema de verdades metafísicas y cosmológicas que nos presenta Frithof Schuon existen relaciones muy imbricadas entre la intuición intelectual, el ser y la Verdad absoluta, que conocen gradaciones, perspectivas y relaciones de una enorme complejidad, y que nos resultaría imposible desentrañar en su totalidad en el espacio delimitado por esta reseña. Lo esencial, al margen de lo ya referido, es que para conocer en su plenitud de la realidad en sus diferentes formas es necesario un principio metafísico y tener en cuenta que la Verdad se sustrae a toda suerte de sistematización y dogmatismo. Y pese a ello la intuición intelectual no puede evitar la posibilidad del error, especialmente con aquellos objetos que no caen sobre su ámbito y que, por tanto, escapan a su conocimiento. El error está presente porque existe la imperfección dentro de esas verdades que son accesibles al hombre como tal, con la existencia del propio relativismo de lo Absoluto, que también supone la presencia de la Verdad diluida en el error. De todos modos la búsqueda de principios ontológicos para conocer fehacientemente esa realidad en su totalidad se encuentra por encima de los métodos experimentales y racionalistas de la ciencia moderna. En la Revelación y en la intuición intelectual es donde reside la vía ontológica y metafísica a la que nos venimos refiriendo.
Otro de los elementos abordados por Frithjof Schuon en esta obra es la fe, que viene a representar otro de los elementos de participación en la Verdad. En este caso es muy diferente al papel que juega el principio intelectivo, y al margen de la gnosis y el conocimiento que emanan de este principio, para participar en modo vertical de la Verdad que brota de la Revelación. La fe, además, tiene como principal atributo el principio de inmutabilidad, que está en relación directa con la inmutabilidad metafísica de la Verdad que se deriva directamente del contenido revelado. Se trata de un elemento propio de las formas religiosas exotéricas características de nuestro modelo de civilización cristiano, que como bien sabemos se fundamenta y asienta en las grandes verdades reveladas, y en consecuencia en una visión más devocional y dogmática en la experiencia de lo divino.
El Extremo Oriente, al margen de las grandes religiones monoteístas, nos muestra una realidad muy diferente. En el terreno de las doctrinas extremo-orientales se tiene muy claro que no se puede mezclar la gnosis con la fe, y ambas tienen su propio dominio de expresión aunque en ningún caso se excluyen. En el caso de los milagros, dominio por excelencia de la fe, el principio intelectivo no es que esté ausente, pero sí se manifiesta de modo oscuro y misterioso. Revelación e intelección se encuentran interrelacionados y se alimentan recíprocamente hasta el punto que la primera representa un orden macrocósmico y objetivo, mientras que la segunda encarnaría un orden microcósmico y subjetivo. De tal modo que finalmente no puede haber intelección sin Revelación, y si ocurre excepcionalmente estará privado de autoridad y eficacia.
El Cristianismo es la forma religiosa donde mejor se expresa el milagro, como fundamento básico de la fe cristiana junto con la profecía. La importancia del milagro también la vemos reflejada en el propio Islam a través de un mensaje unitario de trascendencia, de sumisión (Islam) en el tiempo y el espacio a la norma y al mensaje de Allah. En el caso del Cristianismo la naturaleza divina de Cristo y la inteligibilidad de su obra redentora. En este contexto el autor suizo nos habla de las diferencias sustanciales que existen entre el Cristianismo y el Islam en relación a la Revelación, fe, caída y la propia concepción del hombre y su destino.
En otro de los apartados del libro se aborda otro tema de gran profundidad con todas sus derivaciones y consecuencias en el plano ontológico, metafísico y espiritual, como son las relaciones existentes entre Dios y el mundo y Dios y el fruto de su creación, la propia criatura humana. Las formas que la manifestación de lo divino adquiere y que concretiza mediante el uso de la Gracia, el hombre, el Intelecto, el Espíritu universal o cualquier otra forma. Es obvio que el intelecto divino lo abarca todo, desde las formas del macrocosmos hasta aquellas del microcosmos, todo se encuentra irradiado por el intelecto divino, que también se plasma en la propia existencia. Dentro del ámbito del microcosmos el hombre representa la principal manifestación de lo divino, el reflejo del Espíritu universal del Intelecto divino, al cual se le confiere la razón y el libre albedrío, y además con la capacidad para conocer directamente y también dentro de un plano trascendente, y por lo tanto posee la opción de salvarse en el caso de las religiones exotéricas. Estas particularidades inherentes a la condición humana permiten tanto la elección del bien como del mal, y en este último caso con la renuncia a la esencia divina que subyace en su ser. La opción del mal viene determinada en gran medida por el egocentrismo y la pasión individual, por lo cual existen métodos que en la parte final del libro Frithjof Schuon nos expone en relación a formas de acercamiento a la realidad divina a través de la oración o la meditación, y que buscan el desarrollo de esas potencialidades que objetivamente residen en el hombre y que tienden a la identificación total y absoluta con la plenitud de lo divino, serían las vías místico-ascéticas.
En estos últimos aspectos conviene destacar que para Fritjof Schuon el hombre no es ni el fruto de un accidente ni se puede reducir a un mero animal guiado por las pulsiones del instinto, sino que más bien representa la propia cima de la creación divina, y en virtud de sus facultades de libertad e inteligencia ha sido capaz de dominar el cuerpo y darse una existencia autónoma respecto a este. Y el hecho de no vivir abocado a la pura existencia y ser capaz de trascenderla, así como las múltiples polaridades y el propio orden cósmico que tiene su reflejo sobre las distintas partes del cuerpo, sobre lo orgánico, o sus propias necesidades espirituales hacen del hombre una realidad completamente diferente a cualquier otra. No en vano, en el centro del hombre reside otra manifestación de lo divino, que es el intelecto, que como ya hemos señalado, y que le permite participar en el orden de Dios.