La revolución dreyfusiana
Georges Sorel
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2022 |
Páginas: 168
ISBN: 979-8836449711
A nuestro público lector le puede parecer algo impactante el hecho de que publiquemos un libro como La revolución dreyfusiana de Georges Sorel, más que nada porque cuando no hemos abordado temas relacionados con el mundo de la Tradición o la crítica al mundo moderno, nos hemos centrado en la geopolítica. Pese a la sorpresa que pueda suscitar esta publicación entre nuestro público lector, encontramos muchos elementos en esta obra del famoso teórico del sindicalismo revolucionario, que podemos relacionar con un espectro mucho más amplio dentro del terreno de la dialéctica izquierda vs derecha, extrapolable a otros contextos históricos posteriores asociados a la democracia de masas, a los «medios de comunicación» y a la falta de escrúpulos tan característica de las democracias liberales En este caso, el contexto era el de la III República francesa, que vivió acontecimientos convulsos y muy controvertidos desde sus inicios, los cuales marcarían el devenir político de la nación francesa.
La III República: Unos orígenes convulsos
Y es que la nueva república nacerá de un contexto desastroso, como fue la aplastante derrota de la Batalla de Sedán a comienzos de septiembre de 1870, en la que el emperador Napoleón III sería capturado por las tropas prusianas provocando el colapso final del II Imperio francés. Ya se dieron unos comienzos bastante dubitativos por parte de las diferentes fuerzas (monárquicos y republicanos) en la proclamación del nuevo régimen republicano, y es que en un plebiscito celebrado meses atrás, concretamente el 8 de mayo, arrojó una victoria sin paliativos de la opción monárquica, lo cual generó el gran temor de una posible guerra civil. El día 4 de septiembre de 1870 se inaugura la nueva era republicana bajo un gobierno provisional «de defensa nacional» con el partido republicano y Léon Gambetta a la cabeza que decidió continuar con la guerra, y que debería enfrentarse a los tumultos y agitaciones de las calles, que amenazaban con una revolución y que apenas seis meses después irrumpió con fuerza a través de la Comuna de París en marzo de 1871, que fue una consecuencia directa de la derrota frente al renacido Imperio alemán del II Reich, las humillantes concesiones derivadas de ésta y frente al sector monárquico y católico que terminó por aceptar las condiciones de Tratado de Francfort. La república no era un régimen que gozase de las simpatías del pueblo francés en aquellos momentos, especialmente por las desastrosas jornadas vividas precedentemente en 1830 y, especialmente, en 1848, ya que aparecía demasiado ligada a la revolución y a las convulsiones sociopolíticas del pasado reciente. Adolphe Thiers, primer ministro en numerosas ocasiones bajo el II Imperio, fue el encargado de aplastar a la Comuna y organizar la posterior represión como Jefe de Estado a finales de mayo de 1871, y asimismo debería emprender el proceso de integración de la facción monárquica y orleanista en el contexto del naciente régimen republicano, y para mantener un mínimo de estabilidad en un complejo juego de equilibrios hubo que darle al régimen un barniz de orden monárquico y constitucional. Sin entrar en más detalles, el contexto en el que nace la III República francesa es obviamente complejo, amenazado por el enfrentamiento civil, por los desastres humanos y materiales derivados de la Guerra Franco-Prusiana, las agitaciones populares y las diferencias entre republicanos y monárquicos, entre izquierda y derecha.
Los orígenes del Affaire Dreyfus
Lejos de apaciguarse, todos los problemas que irrumpieron en la Francia de 1870 se prolongaron en lo sucesivo, no dejaron de condicionar la política francesa en el último tercio del siglo XIX. En 1894, el capitán del ejército francés Alfred Dreyfus era acusado de alta traición por la entrega de información secreta de Estado a los alemanes, y una vez enjuiciado bajo tales acusaciones, terminó condenado a cadena perpetua en un penal de la Guyana francesa. Dos años después, en 1897, los periódicos publican un texto con una carta dirigida al Ministro de Guerra de aquel entonces en la que se acusaba directamente al comandante Ferdinand Walsin Esterhazy como autor real de la traición en la trama de espionaje que llevó a Dreyfus al presidio y a la ruina de su carrera militar. Esto impulsó a su hermano, Mathieu Dreyfus, a tratar de reabrir el caso y enfrentar a los verdaderos culpables de espionaje. Este hecho, al atacar una sentencia judicial emitida por un tribunal militar, suponía un ataque directo a la institución militar, dado que los jueces vestían de uniforme. Suponía una infracción penal que tendría gravísimas consecuencias que ponían en juego intereses tanto de la Nación como del Estado. Desde las derechas se entendió como un ataque a la autoridad y una clara incitación a la anarquía, y el caso no fue sino adquiriendo unas proporciones cada vez mayores, hasta convertirse en un asunto de Estado, que dividió en dos a Francia, tanto en el ámbito de los políticos como en el de los intelectuales, sin librarse tampoco la opinión pública, llegando a adquirir un fanatismo de tintes pseudorreligiosos.
El Caso Dreyfus duró un total de 12 años, desde la condena a la posterior rehabilitación, que tuvo lugar en el año 1906, y el asunto no quedó del todo aclarado hasta la publicación de la voluminosa obra de Joseph Reinach, al que Georges Sorel alude con frecuencia en la obra que presentamos, y en la que se hacen referencia a innumerables episodios, incidentes, procesos y giros dramáticos junto a la participación de una interminable pléyade de testigos e implicados que incluye a periodistas, políticos, militares e incluso a un Jefe de Estado. Estamos hablando de un entramado complejo y con multitud de puntos oscuros y matices que tejen una maraña de acontecimientos de difícil comprensión. Si debemos trazar una genealogía del conflicto debemos recurrir al proceso de remodelación del ejército francés durante aquella época, que inquietó a Alemania, muy interesada en conocer los planes del Estado Mayor francés y sus secretos armamentísticos. En un primer momento, se trazó una red de espionaje que se saldó con dos condenados: Boutonnet, un archivero de la sección técnica de artillería, y Grenier, empleado de las oficinas de la Marina. Al mismo tiempo en la Embajada alemana había una señora de la limpieza, Marie Bastian, que se encargaba de recoger los documentos arrojados a la papelera y ponerlos en conocimiento del Ministerio de Guerra, llegando a encontrar un documento comprometedor en 1894 en el que se detallaban importantes secretos militares franceses. Esto representaba la sustracción de documentos dentro de un dominio inviolable, como es una embajada, por lo que hubo un temor real a una declaración de guerra. Las pesquisas de las autoridades francesas determinaron que el remitente de la nota incautada participaba de las actividades del Estado Mayor, y que además debían ser de un oficial de artillería, y por descarte, se llegó a acusar a Alfred Dreyfus. Éste fue condenado sin que se hubiera cometido un delito flagrante, sin confesiones ni acusaciones categóricas por parte del Tribunal. Se habló con posterioridad de que fue condenado por ser judío, con las consecuentes acusaciones de «antisemitismo», acusación que recayó sobre algunos jueces, pero realmente el culpable era el propio gobierno, quien constituyó el Tribunal. Las contradicciones en el juicio y las acusaciones de condena injusta y por medios ilícitos comenzaron a dividir a Francia en dos bandos.
Mathieu Dreyfus, hermano del acusado, insistía en su inocencia negando que el capitán Dreyfus fuese el autor de aquella nota que revelaba información militar confidencial. En su lugar acusaba al Comandante de Infantería Esterhazy, abrumado por las deudas y deshonrado, cuya culpabilidad fue aceptada por el jefe de servicio de información, el comandante Marie-Georges Picquart que también fue acusado de falsificación y debió comparecer ante un Consejo de Guerra, junto a Esterhazy, aunque ambos fueron declarados finalmente inocentes tras retirar los cargos de acusación el comisario del Estado.
El punto de partida del Affaire Dreyfus tuvo lugar el 13 de mayo de 1898, con el famoso artículo de Émile Zola, J’accuse, donde el escritor lanzaba un violento alegato a favor del condenado Dreyfus. Zola acusaba de una condena deliberadamente falsa y urdida ex profeso contra el capitán Dreyfus en la que se había dejado escapar a propósito a los verdaderos culpables. En consecuencia el mismo Émile Zola terminó siendo juzgado y condenado por injurias y difamaciones, pero ya se había marcado un punto de no retorno en el desarrollo de los acontecimientos. Lo curioso del asunto es que una vez confirmada la culpabilidad de Esterhazy, a sabiendas de que una vez declarado inocente no podía volver a ser juzgado nunca más por ese mismo delito, terminó de confesar que era el autor de la nota, aunque finalmente terminaría en el exilio.
A partir de este momento, los que se sentían descartados por el nuevo rumbo del régimen, como aquellos que aspiraban a volver a ideas verdaderamente republicanas, los anarquistas y los sectores más radicales de la izquierda engrosaron las filas dreyfusardas y encauzaron el asunto dentro del terreno político en vistas de una previsible conquista del poder. Y ahí aparecieron los socialistas de Jean Jaurés, Georges Clemenceau o del Partido Radical Socialista entre otros destacados nombres de la izquierda republicana francesa, que en términos de Joseph Reinach, «lanzó al socialismo revolucionario». Una fuerza que se pretendió lanzar contra aquellas fuerzas moderadas que tenían la mayoría en la Cámara. Esta izquierda comenzó a atacar al Ejército como institución y a los militares en una decidida pugna por el poder.
En julio de 1898, mientras miembros de la izquierda en las instituciones ya abogaban por la revisión del Caso Dreyfus, el teniente coronel Hubert-Joseph Henry confiesa que el servicio de información había fabricado pruebas falsas contra Dreyfus. Detenido bajo la acusación de falsificación terminaría suicidándose un día después en prisión. A raíz de estos acontecimientos el Primer Ministro Henri Brisson, partidario de revisar la sentencia judicial, emprendió los primeros pasos en esa dirección. No obstante, las pruebas de falsificación no pudieron presentarse como prueba judicial al ser posteriores al juicio de 1894.
A raíz del nombramiento de Émile Loubet como presidente de la República en febrero de 1899 se produjo una inclinación del poder hacia el partido de Dreyfus y la izquierda. Loubet había sido uno de los cargos públicos afectados por el escándalo de corrupción de Panamá de años atrás y en París su nombramiento fue recibido como una injuria. En junio de ese mismo año el Tribunal de Casación fallaba a favor de Dreyfus y se culpaba a Esterhazy, exiliado en Inglaterra, como el verdadero autor de la famosa nota. De modo que Dreyfus era sacado del penal en Guyana, en la Isla del Diablo, para declarar de nuevo en la reapertura de la causa. En esos días caía el gobierno de Charles Dupuy para que un republicano conservador y anticlerical como René Waldeck-Rousseau tomase su relevo, quien se rodeó de radicales y socialistas, y con la excusa de aunar a las fuerzas republicanas bajo la bandera del anticlericalismo, rememorando la década de 1880, con los gobiernos de Jules Ferry.
En la audiencia que se concretó en torno a la declaración de Dreyfus se consideró que la declaración de Esterhazy, que obviamente no iba a comparecer pues se había declarado autor de la nota, no era necesaria ni se debía de cotejar con la del propio acusado. Pese a la evidencia de la inocencia, Dreyfus fue nuevamente condenado por el Consejo de Guerra, pero fue una condena con atenuantes. No obstante, Waldeck-Rousseau terminó concediendo el indulto a Dreyfus, que se vería impulsado, también por la acción de sus partidarios, a buscar una rehabilitación que solo se produciría en 1906, en la que la segunda sentencia sería revocada para ser nuevamente aceptado en el Ejército, aunque perdiendo su carrera militar. Jean Jaurés fue el principal inductor de este proceso de rehabilitación, en el que se reconoció que la sentencia de 1894 había sido un «terrible crimen». La realidad de los hechos demostraba que el Affaire Dreyfus otorgó un gran impulso a las fuerzas republicanas de izquierdas frente a lo que concebían como la «teocracia clerical» de las derechas, que se alinearon en el bando de los antidreyfusardos. Los afectados por las agitaciones ligadas al Caso se dejaron ver entre las fuerzas moderadas y conservadoras, que perdieron el control sobre la Cámara.
Georges Sorel frente al Affaire Dreyfus
Pero el Affaire Dreyfus también generó divisiones en el ámbito de los intelectuales, donde Charles Maurrás o Maurice Barrés, desde Action française, se posicionaron entre los antidreyfusardos, mientras que Georges Sorel o su amigo Charles Peguy además de Zola con su célebre J’accuse, lo hicieron entre los dreyfusardos. No obstante, lo que aquí nos interesa es la postura concreta de nuestro autor Georges Sorel, por aquella época formó parte del comité editorial de L’Ere nouvelle y Devenir social, dos de las primeras revistas marxistas que aparecieron en Francia, e inicialmente estuvo políticamente cerca de los guesdistas, los socialistas marxistas de línea dura se agruparon en torno a Paul Guesde en el Parti ouvrier français, fundado en 1882, que fue uno de los partidos que formaron el Parti socialiste français veinte años después.
Teniendo en cuenta que los guesdistas se habían negado a tomar partido en el asunto Dreyfus, viéndolo como un asunto estrictamente burgués, el apoyo de Sorel a la causa dreyfusarda puede parecer sorprendente, pero se pueden presentar varias explicaciones para explicarlo. Primero, estaba la baja estima en que tenía al ejército francés que lo inclinaba a simpatizar con una víctima de la «justicia militar». En segundo lugar, Sorel quedó impresionado por los argumentos presentados por los seguidores socialistas antimilitaristas del ex-comunero Jean Allemane, uno de los pocos grupos de izquierda pura que habían salido a apoyar a Dreyfus. En tercer lugar, Sorel vio el Caso Dreyfus como una prueba para el establecimiento de una ética socialista que proporcionaría la base de una alternativa al oportunismo pragmático de la mayoría de los políticos socialistas. También esperaba que el surgimiento de este socialismo ético obligara a los guesdistas a abandonar su indiferencia hacia Dreyfus y que el socialismo ético se convirtiera en la fuerza dominante de la campaña de los dreyfusardos. Por lo tanto, Sorel vio el caso Dreyfus como una gran crisis política que había llevado al «trastorno del equilibrio de fuerzas políticas en Francia y ofrecía la posibilidad de que el socialismo se afirmara como una fuerza autónoma dentro de la democracia». Sus esperanzas se vieron alentadas por la entrada de Alexandre Millerand en el gobierno de Waldeck-Rousseau, que él aprobó, considerándolo como prueba de que para los franceses el socialismo estaba rompiendo lo que él consideraba su aislamiento sectario e insertándose dentro del proyecto democrático. Sin embargo, a fines de 1901, Sorel era mucho menos optimista. Entonces consideraba que la lucha de los dreyfusardos en nombre de la Verdad y la Justicia había sido secuestrada por los cínicos partidarios que ahora estaban en el gobierno. Una lucha que él vio en términos éticos había sido pervertida por políticos que blandían sus credenciales dreyfusardas mientras participaban en una lucha sórdida e indigna por cargos públicos y ventajas personales. La participación de Millerand en el gobierno había sido una gran decepción para Sorel; había dado como resultado unas pocas reformas sociales exiguas y el surgimiento de un socialismo parlamentario oportunista desprovisto de cualquier dimensión ética.
La ley general de amnistía de 1900, de la que se había beneficiado Zola, fue recibida con indignación tanto por los dreyfusardos como por los antidreyfusardos, ya que ambos campos querían la oportunidad de que su gente fuera juzgada y probara su inocencia. «Quiero ser juzgado y completar mi trabajo», protestó Zola. No sólo se les había negado por igual a los dreyfusardos y antidreyfusardos la oportunidad de defenderse, sino que tenían que soportar ver a sus enemigos, a quienes consideraban culpables, marcharse impunes. Sorel no estaba solo en su consternación por el oportunismo y la cobardía del gobierno. Por ejemplo, un escrito de Clemenceau en L’Aurore del 17 de noviembre de 1899 había señalado: «Los ministros de Waldeck-Rousseau se están convirtiendo en cómplices de bandidos… Están postergando actuar con determinación y coraje y llaman a eso gobernar Francia».
Sorel también estaba más que inquieto por la condena de 1899 de Paul Déroulède a diez años de exilio sobre la base de pruebas que él, Sorel, consideró extremadamente débiles. Además, le disgustó saber que Waldeck-Rousseau, con el fin de fortalecer el caso para la acusación, había encargado en secreto un informe que establecía los motivos del arresto de los acusados, y lo había hecho retroceder antes de que el Consejo de Ministros lo hubiera hecho. autorizando la detención. Sin embargo, el abuso de poder más flagrante fue el Affaire des Fiches que condujo a la dimisión de Émile Combes. Como parte de su campaña para vigilar al Ejército, el gobierno de Combes había comenzado a llevar registros (fichas) sobre las afiliaciones políticas de los oficiales del Ejército.
Cuando se reveló el escándalo en 1904, se descubrió que, en los tres años transcurridos desde que comenzó el ejercicio, se habían creado más de 20.000 fichas. Finalmente, Sorel vio la orden de la Corte de Casación de julio de 1906 anulando la sentencia de 1894 como un golpe de fuerza impuesto al poder judicial por el gobierno recién elegido. En 1909, Sorel estaba totalmente desilusionado. No solo estaba ahora disgustado por el comportamiento del gobierno dreyfusardo, que estaba recurriendo al tipo de trucos sucios que se habían usado contra Dreyfus, pero también repudió la campaña para liberar a Dreyfus en la que había participado, publicando un relato amargo de lo que ahora consideraba un saga vergonzosa, y que es el texto que presentamos bajo el título de La revolución dreyfusiana.
A modo de apéndice, hemos decidido incluir una selección epistolar de las misivas de Georges Sorel con Eduard Bernstein y Èdouard Berth, que muestran claramente los posicionamientos ideológicos de nuestro autor, y son un complemento perfecto de contextualización para la propia obra.