No podemos ignorar la importancia que el Reino Visigodo tiene en la configuración de España, de la impronta definitiva que aportó al proceso de etnogénesis para dar la forma definitiva a esa entidad histórica que hoy, tras tres siglos de invasiones germánicas, desde la caída del Imperio Romano a finales del siglo V d.C., hasta el advenimiento del Islam. A modo de contraste, diremos también, que la identidad nacional española, o si se quiere ver así, el alma hispánica, se forjó en claro y evidente contraste con el ocupante sarraceno, y su presencia en el orbe peninsular, junto al recuerdo de la herencia visigoda y los sucesivos concilios toledanos, sirvieron de estímulo al avance de los reinos cristianos del norte. Es decir, España se construyó en la lucha, en el combate abierto contra un enemigo al que consideraba ocupante y representaba una realidad cultural, étnica y civilizacional totalmente antagónica a la naciente realidad hispánica.
De ahí la importancia del sustrato germánico, godo, que viene a agregarse al ya preexistente de hispano-romanos, celtas e íberos. En las últimas décadas esta importancia se ha visto relegada, de forma deliberada, a un segundo plano, y si nuestros padres y abuelos conocían la famosa lista de reyes godos, en la actualidad, su conocimiento entre gran parte de la población española, y especialmente entre los más jóvenes, es puramente testimonial, cuando no inexistente.
No obstante, no queremos hacer aquí una relación de reyes, ni hablar de las estructuras políticas, económicas o religiosas del reino visigodo, sino que pretendemos centrarnos en una sola figura, la del rey Sisebuto, cuya fama y los elogios que se dedican a su persona nos han sido legados por las fuentes de la época. San Isidoro de Sevilla, una de las grandes personalidades de la época —autor de las famosas Etimologías, un compendio del saber antiguo en lo que se consideró como la primera enciclopedia cristiana— y uno de los grandes maestros del Occidente medieval, nos aporta valiosas informaciones sobre Sisebuto:
«fue brillante en su palabra, docto en sus pensamientos y bastante instruido en conocimientos literarios […]. Fue notable por sus conocimientos bélicos y célebre por sus victorias».
O también en Historia Gothorum:
«se mostró tan clemente después de su victoria, que pagó un precio para dejar en libertad a muchos que habían sido hechos prisioneros por su ejército y reducidos a esclavitud como botín de guerra».
De hecho existió un vínculo de amistad entre Isidoro de Sevilla y Sisebuto, y el primero dedicó al segundo una primera edición de sus Etimologías, y escribió a instancias del monarca visigodo otras obras como De natura rerum. La fama del rey visigodo traspasó fronteras y encontramos referencias a sus virtudes y cualidades personales a través de la Crónica del Pseudo Fredegario, donde se aplican otros calificativos como «varón sabio, piadosisimo y digno de toda alabanza». De modo que las fuentes ya nos permiten trazar un primer retrato general sobre la figura del protagonista de nuestro escrito, y que podríamos resumir así: monarca sabio, guerrero y sensible. Cualidades estas que pueden parecer difícilmente compatibles, pero que nuestro Sisebuto aunaba conformando una poderosa personalidad.
Rey guerrero
Pero antes que nada deberíamos preguntarnos por los orígenes del rey Sisebuto, quien ocupó el trono del reino visigodo durante 9 años, entre el 612 y el 621. Se destacó por su capacidad para defender tanto en las fronteras interiores como exteriores la autoridad de la monarquía visigoda. Prueba de ello fueron las campañas que acometió contra los astures en el Norte, terminando con las veleidades independentistas de estos pueblos belicosos, aunque hay cierto oscurantismo en cuanto a las fuentes. Y paralelamente, en el Sur, las operaciones militares de Sisebuto estuvieron dirigidas contra la provincia bizantina ubicada en el sureste peninsular desde mediados del siglo anterior. Las sucesivas campañas militares consiguieron mermar los dominios bizantinos en la península, especialmente con la conquista de Málaga en 619. Además conviene destacar el notable desarrollo del ejército naval visigodo, alcanzando elevadas cotas de esplendor nunca registradas con monarcas precedentes. No hay datos totalmente contrastados, pero es posible que, con Sisebuto, surgiera una marina organizada.
Las guerras que se libraron entre visigodos y bizantinos fueron cruentas y sanguinarias, generando gran dolor y consternación entre nuestro monarca, algo que, como indican los propios historiadores y cronistas de la época, era bastante infrecuente. En la citada Crónica de Fredegario se le atribuyen ciertas afirmaciones a tal respecto, en las que lamenta las pérdidas humanas y se expresa con un notable humanitarismo:
«Si se producen guerras —escribía Sisebuto a Cesario—, si la cruenta espada se ensaña por doquier, si los vicios de los hombres hacen que los tiempos presentes sean tiempos belicosos, ¿qué cuentas, pensadlo, habrá que rendir a Dios por tantos crímenes, por tantas calamidades, por tantas funestas heridas?»
«Se mostró tan clemente después de su victoria —dice San Isidoro en Historia de los Godos— que pagó un precio con el fin de dejar en libertad a muchos que habían sido hechos prisioneros por su ejército y reducidos a esclavitud, llegando incluso su tesoro a servir para el rescate de los cautivos.»
Lo fundamental para Sisebuto era la unificación del territorio peninsular bajo el poder godo, pero no solo empleó medios militares, sino que también hizo uso de la diplomacia. Respecto a este tema, se conservan dos cartas de la correspondencia entre Sisebuto y el gobernador provincial e imperial en España, Cesario, en torno a la disputas entre visigodos y bizantinos relacionadas con los prisioneros de guerra. Con ocasión de la captura del obispo Cecilio de Mentesa por parte de los bizantinos, Cesario se apresuró a ponerlo en libertad y escribió al rey Sisebuto para comunicárselo con las siguientes palabras:
«Nuestro beatísimo padre, Cecilio, fue capturado por nuestros hombres, mas en consideración a Dios y vuestro reino y como prueba de buena voluntad, lo liberamos rápidamente y pusimos la mayor diligencia para que fuera devuelto a su santa iglesia y enviado a vuestra presencia».
Sisebuto respondió a Cesario de manera cordial y afectuosa, lo que supuso la toma de contacto a través de una delegación diplomática entre ambas partes, godos y bizantinos, que condujo a un acuerdo. Los bizantinos no serían expulsados definitivamente del territorio peninsular hasta el reinado de Suintila (588-633).
Rey sabio
El monarca visigodo también fue un notable erudito e intelectual, muy destacado en una época de gran esplendor cultural capitaneada por San Isidoro de Sevilla, de quien ya hemos dicho que mantuvo una estrecha relación con Sisebuto. Las famosas Etimologías isidorianas estuvieron consagradas en su primera edición a la figura del rey a través de las siguientes palabras, que le honraban a través de la siguiente dedicatoria:
«Como te he prometido —escribía al rey el obispo hispalense— te envío ahora la obra acerca “Del origen” de ciertas cosas, recopilada con el recuerdo de antiguas lecturas. Por eso, en algunos pasajes aparece anotada de acuerdo con lo que habían escrito nuestros antepasados».
Se puede decir que Sisebuto fue al mismo tiempo un promotor de la actividad literaria, intelectual y científica, y un hombre sabio de su época, con la producción de obras en el ámbito de la ciencia y la literatura, al margen de los asuntos propiamente religiosos, algo que podría resultar chocante en relación a otros reyes bárbaros de aquel entonces. Fruto de esta doble vertiente tenemos el Liber de natura rerum, obra de San Isidoro, dedicada al conocimiento del universo y los fenómenos naturales. Por su parte su contribución a la producción científica de la época fue el Liber rotarum o Carmen de luna, un poema en el que trataba de explicar el fenómeno de los eclipses al margen de motivaciones religiosas, en el terreno puramente físico.
Sus incursiones no se limitaron al mundo puramente científico de los fenómenos físicos, sino que sus intereses también se orientaron hacia la vida y hechos de otros hombres de su tiempo. Tal es así, que vemos como su principal obra, Vida y pasión de San Desiderio, un obispo de Borgoña que padeció de persecuciones y murió años atrás. Esta obra guarda ciertas particularidades por sus motivaciones políticas, orientadas a congraciarse con Clotario II, rey de la Francia merovingia.
Rey religioso (y gibelino)
Sisebuto fue un monarca profundamente religioso y en consonancia con la ortodoxia, lo que hizo que en muchas ocasiones tuviera que intervenir para su fortalecimiento y mantenimiento. De hecho, su propio hijo, Teudila, ingresó en una orden monástica impelido por su progenitor, que alentó su celo religioso. Incluso envió una carta al rey longobardo Adaloaldo, convertido al catolicismo, exhortándolo a que hiciera lo propio con la totalidad del reino, y terminar así con los últimos restos de herejía arriana, que había tenido un relativo éxito entre los pueblos germánicos en su momento. Además trató de ofrecer argumentos lógicos y fundamentados en la exégesis católica, amparándose rigurosamente en las Sagradas Escrituras. Al mismo tiempo, augura prosperidad y buenos designios en un futuro hipotético ante la conversión al catolicismo, favoreciendo la acción benéfica de la providencia divina sobre su pueblo. Todavía debería pasar medio siglo para la conversión de los longobardos, mucho después de la muerte de Sisebuto, acontecida en el 621.
Sisebuto también se preocupó por fortalecer y vigorizar la propia estructura eclesiástica, algo que fue una constante en la España visigoda y se materializó a través de sucesivos Concilios en Toledo. Sisebuto, como nos relata el historiador José Orlandis, lejos de utilizar la Iglesia como un parapeto, como una suerte de protección para reforzar su posición, se mostró más bien con cierta mentalidad «cesaropapista». Actitud a través de la cual Sisebuto tomaba la iniciativa, tanto en el ámbito político y temporal como en aquel religioso-espiritual y atemporal. En cierto sentido podríamos calificar a Sisebuto como un «rey gibelino» por esa simbiosis entre ambas esferas, asumiendo él mismo, personalmente, la función de velar por el buen orden eclesiástico. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en las imposiciones a Eusebio, el obispo de Tarragona, influyendo directamente sobre decisiones internas de la institución.
El católico gibelino
Attilio Mordini
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2016 |
Páginas: 102
ISBN: 978-1539492276
El problema religioso: los judíos
Ya en el primer código legal de visigótico, la Lex Romana Visigothorum promulgado en el año 506, en el que se establecía la condición jurídica de los hispanorromanos, se excluía a los judíos de los cargos públicos, proscribía los matrimonios mixtos entre cristianos y judíos y limitaba sus actividades religiosas. Al margen de las comunidades religiosas cristianas, los judíos seguían sus propias leyes y preceptos religiosos, mantieniendo una barrera respecto a los pobladores autóctonos. Con la conversión de la fe arriana a la católica de Recaredo I, y en consecuencia del propio reino, los monarcas visigodos comenzaron una serie de políticas encaminadas a conseguir la unidad religiosa y política del reino. Su decisión, que fue oficializada en el III Concilio de Toledo, contó con un apoyo mayoritario del clero y la nobleza visigoda. A partir de ese momento comenzó un proceso de integración entre godos e hispanorromanos en virtud del principio religioso.
Esta situación dejó a otros grupos religiosos ante un dilema, que era o la conversión o la expulsión. Sisebuto fue quien más celo puso a tal respecto para lograr la deseada unidad religiosa. A partir de una serie de decretos promulgados al cabo de pocos meses del inicio de su reinado, en el 612, se ordenó la liberación de todos los cristianos en su relación de dependencia respecto a los judíos. Estas medidas incluían la liberación de los esclavos y servidores cristianos en relación a los judíos, la transferencia de éstos a señores cristianos o la obligación de manumitir, quedando así libres. Estas disposiciones eran de obligado cumplimiento bajo la pena de muerte o confiscación de bienes.
Al mismo tiempo, Sisebuto también se propuso impedir el proselitismo religioso judío y estimular su conversión al cristianismo. De hecho, los matrimonios mixtos preexistentes debían adoptar una educación en la fe cristiana para los hijos, en caso de no aceptarlo, el matrimonio se consideraba nulo. Los conversos y judíos también quedaban excluidos de los cargos públicos. También se debía producir una renuncia y abjuración pública de la ley y prácticas judaicas. La mencionada ley tuvo unas consecuencias inmediatas sobre la comunidad judía en el ámbito económico, donde además la existencia de esclavos y colonos en arriendo eran numerosos, además de las prácticas usurarias.
Sisebuto ha quedado para la historia como el gran perseguidor de los judíos, aunque en realidad su propósito era misionero y evangélico, por el celo religioso que ya hemos expuesto, y tampoco fue obra del propio Sisebuto, sino que encontramos los primeros ecos de esta legislación en la última etapa del Imperio Romano. Si hasta el momento la legislación se había aplicado de manera un tanto superficial, con Sisebuto adquiere mayor «radicalidad», aunque tampoco afectasen exclusivamente a la población judía, la cual era numerosa en aquella época. Los propios godos no pudieron casarse con los romanos hasta las reformas legales aplicadas bajo el reinado de Leovigildo.
Respecto a la cuestión de la prohibición de que los judíos poseyeran esclavos cristianos, algo que era muy frecuente, también infringían la ley al circuncidarse, dado que formaba parte del ritual formal de judaización o conversión a la fe judía. El decreto de Sisebuto ofrecía a estos esclavos la opción de obtener la libertad bajo el amparo de la corona, si no eran vendidos a otros amos cristianos. El impacto económico al que aludíamos también afectó notablemente las actividades agropecuarias de la comunidad judía, que perdieron su estatus privilegiado entre los sectores más acomodados de la sociedad. Del mismo modo que la prohibición de desempeñar cargos públicos mermó su preponderancia social.
No obstante, Sisebuto consideraba el asunto en una dimensión puramente religiosa, y el fin último era la integración bajo la unidad del credo católico. La unificación religiosa se convirtió en una prioridad, y su celo religioso no se fundaba en un criterio de fanatismo irracional, sino todo lo contrario. Al monarca godo le importaban, y mucho, las conversiones sinceras, sujetas a un principio reflexivo y racional. De hecho, en ese tiempo había otros segmentos de la población que se movían en el terreno de las creencias paganas, como los propios arrianos, a los que también interesaba encuadrar bajo el mismo principio religioso. En cuanto a los judíos, y la incidencia que se hizo sobre este grupo, se debió a que eran comunidades que representaban un enorme poder en el conjunto del reino, con una notable influencia, especialmente en el sur y el Levante español, regiones que se encontraban en la frontera con los territorios bizantinos peninsulares.
No obstante, y a pesar de que existe una continuidad en la aplicación de estas políticas para contener la influencia de la religión judía en los límites del reino, y vemos como éstas se mantienen hasta el hundimiento final con la conquista árabe del 711, lo cierto es que la práctica de la religión judía se mantuvo a ciertos niveles, como prueba la existencia de tumbas e inscripciones judías registradas a lo largo de esta época. Paradójicamente, en el plano económico y social fueron mucho más efectivas que en el terreno religioso, y de hecho, de haberse aplicado con la radicalidad que se les presume, estas leyes hubieran acabado con la existencia de la población judía en el reino, o bien mediante la conversión o bien mediante la expulsión, pero nada de eso sucedió finalmente.
El reinado de Sisebuto terminó en el 621, tras nueve años de intenso reinado. Se sospecha que murió envenenado por la ingesta excesiva de un medicamento, según el testimonio de otro rey, Suintila. No obstante hay muchos puntos oscuros bajo esta explicación, y la falta de fuentes fiables no nos permite desentrañar los hechos que rodearon su muerte. Le sucedería su hijo Recaredo II, quien también moriría en extrañas circunstancias, nunca desentrañadas, a los pocos meses de su coronación.
Lo fundamental, si tenemos que hacer una idea general de la figura del rey godo, es que representó una etapa peculiar en el desarrollo histórico del Reino toledano, en la medida que mostró una personalidad ilustrada, con notables conocimientos respecto al saber de la época, cultivó la poesía y la literatura, y no por ello descuidó los asuntos de gobierno. Los fundamentos religiosos, tan importantes en lo sucesivo, y a través de los Concilios de Toledo, en la configuración político-religiosa y en la unidad embrionaria de la futura España, fueron una de sus grandes prioridades, y para alcanzar la consolidación del reino no dudo en hacer la guerra, de manera implacable, para ser magnánimo y generoso cuando la situación lo requería. Desde Hipérbola Janus, y quien os escribe, no nos queda sino valorar la figura de este olvidado, y en ocasiones injustamente denostado, rey visigodo.