René Guénon quizás sea el autor dentro de la Tradición Perenne que tenga una visión más enfrentada en torno a la conceptualización de la masonería respecto a otros autores de la misma corriente de pensamiento. La crisis del mundo moderno, y la necesidad de buscar puntos de referencia, un centro en el que asirse en la búsqueda de unos cimientos sanos, desde los cuales comenzar a reconstruir un orden propiamente tradicional, constituye uno de los grandes problemas que el pensamiento tradicionalista viene afrontando desde hace mucho tiempo. René Guénon creía en la necesidad de que una élite occidental fuese capaz de reconstituir el orden tradicional que es propio y connatural a nuestros pueblos a partir de una organización, con el fin de proyectar una existencia efectiva y la consecuente reconstrucción para un Occidente en plena crisis de fin de ciclo. A través de La crisis del mundo moderno, el autor francés nos da a entender que dentro de Occidente esa función solamente puede venir encarnada por la Iglesia Católica. Sin embargo, en otro artículo coetáneo del mismo autor, consagrado a la unión de los pueblos, deja claro que la organización más apta para tal fin no es otra que la Masonería. Se sabe que René Guénon formaba parte de una logia aunque se desconoce la labor que pudiera desempeñar en su interior. La idea que Guénon tenía respecto a la masonería era que ésta era la única organización iniciática que había mantenido una relación de continuidad en Occidente a través del denominado Compañerazgo. René Guénon había establecido numerosos e importantes contactos dentro de la masonería, muchos de ellos tendrían un papel especialmente relevante en los gobiernos de Francia después de la I Guerra Mundial, y destacaría especialmente aquel con Oswald Wirth, que se convirtió en su principal colaborador en la revista Symbolisme, donde Marius Lapage sería jefe de redacción y director de la misma, también de filiaciones masónicas. Fue a raíz de una serie de debates con otra personalidad del ámbito masónico, Marjorie Benenham, sobre la antigua masonería inglesa y su simbolismo cuando Guénon contempló seriamente la idea de crear una Logia «guenoniana» a partir de 1946, y, de hecho, La Gran Triada se hizo eco de estas pretensiones, que a partir de 1947 acometió bajo los auspicios de la Gran Logia de Francia. En la estructuración y organización de la logia intervinieron Grandes Maestros y notables miembros de la masonería de la época, aunque fueron muy pocos los que realmente entendieron el propósito de Guénon, que no era otro que el retorno a lo que él concebía como la masonería operativa, que representaba los orígenes primigenios de esta corriente iniciática tal y como nos apunta el propio autor francés:
La Masonería Especulativa no es, desde muchos puntos de vista, sino una degeneración de la Masonería Operativa. Ésta última, en efecto, era verdaderamente completa en su orden, poseyendo a la vez la teoría y la praxis correspondiente. En cuanto a la masonería Especulativa, que precisamente tuvo nacimiento cuando las Corporaciones Constructivas estaban ya en plena decadencia, su propio nombre indica claramente que ella está confinada a la especulación pura y simple; es decir, en una teoría sin realización. El pasaje de lo operativo a lo especulativo, muy lejos de constituir un «progreso», como lo pretenden los «modernos» que no comprenden la significación, es exactamente todo lo contrario desde el punto de vista Iniciático. Ello implica, no forzosamente una desviación propiamente hablando, pero al menos una degeneración en el sentido de un aminoramiento. Ese aminoramiento consiste en la negligencia y el olvido de todo lo que es realización, ya que en ello es precisamente en lo que consiste lo operativo, para no dejar subsistir más que una concepción puramente teórica de la Iniciación.
Solamente un reducido grupo de amigos personales estuvieron dispuestos a llevar a cabo el propósito de Guénon, y el fruto de ese empeño se tradujo en una propuesta de ritual que fue presentada en el año 1948 en estrecha colaboración con nuestro autor. A modo de resumen, en esta propuesta se hablaba de eliminar ciertas fantasías en el comportamiento y en el vestuario, como hizo Wirth en su momento. Aspectos formales de la vestimenta como el mandil o la longitud de los cordones se juzgaron necesarios, de acuerdo con las medidas simbólicas establecidas con anterioridad por la división decimal. No obstante, las pretensiones de reconstituir un ritual originario se mostraron cada vez más difíciles, y se terminó por adoptar un ritualismo sospechoso, algo que terminó por desilusionar al propio Guénon.
La revitalización de la masonería operativa debía tener como marco de desarrollo el Islam, fe a la que se había convertido Guénon y a partir de la cual pretendía conseguir una revivificación de la Tradición occidental en el plano iniciático. Parte de lo apuntado hasta el momento, porque las filiaciones personales e intelectuales de Guénon con la masonería son complejas, explican el motivo por el cual el tradicionalista francés terminó por aceptar a la Iglesia Católica como la base de una élite que ejerciera como sostén de una hipotética reconstrucción tradicional en Occidente.
La Iglesia, a diferencia de la masonería, sino en contra de ésta, cuenta con una tradición milenaria y unas bases doctrinales y espirituales capaces de dotar de una formación a una futura élite. Además cuenta con un arraigo cultural y de civilización decisivo, frente a una forma de masonería extinta cuyos rituales y contenidos estarían pendientes de ser recuperados, y siempre existiría el peligro de contaminación y falseamiento de la masonería especulativa, la actual, con sus contenidos antitradicionales y subversivos. La degeneración de la masonería sería entonces el principal obstáculo para su desarrollo como organización iniciática en Occidente. El problema de estas últimas aseveraciones, es que Guénon no tenía el mismo punto de vista de Malynski, Poncins o el propio Evola respecto a ese carácter subversivo de la masonería. Frente a las interpretaciones de la masonería como una forma de pseudoiniciación o contrainiciación, Guénon no consideraba insalvable el hecho de que la masonería operativa se hubiese desmantelado a favor de un modelo especulativo y moderno, sino que pensaba que siempre era posible restaurar vías de iniciación y garantizar la efectividad y continuidad de las mismas.
En el caso de Malynski y Poncins, conocidos por ser los llamados «autores de la conspiración», había cierto reconocimiento a la dignidad intelectual, moral y social, los ambientes que representaban eran especialmente susceptibles de provocar sugestiones entre sus miembros que sirvieran a las corrientes de la subversión mundial. En La guerra oculta los citados autores atribuyen al sustrato hebreo la responsabilidad de la Revolución Francesa y hablan de la participación de la masonería como un vehículo inconsciente y limitado a un periodo histórico dentro del proceso revolucionario. Julius Evola se adentra más en las raíces de la masonería y considera que ésta revestía un carácter tradicional e iniciático hasta comienzos del siglo XVIII y dentro de lo que también Guénon reconocía bajo el nombre de Masonería operativa. La fecha clave sería el año 1717 con la fundación de la Logia de Londres, que marca el momento de transición y sustitución del anterior modelo operativo a otro de raíz especulativa, en cuyo seno se desarrollan las corrientes iluministas y racionalistas propias de la Ilustración. A partir de ese momento la masonería abandona el ámbito propiamente iniciático y se orienta hacia el ámbito sociopolítico. Los residuos iniciáticos y tradicionales del periodo anterior permanecieron entonces incomprendidos, y fruto de esa incomprensión terminaron por derivar en prácticas pseudoiniciáticas. Fruto de estas transformaciones, nos apunta el Maestro Romano, la masonería se habría constituido como un frente mundial de subversión que estaría detrás de todas las revoluciones en la era moderna y contemporánea. De este modo fuerzas subterráneas, luciferinas podríamos decir, son las que dominan la organización en la actualidad y que han desarrollado una forma de contrainiciación con un gran poder sobre los acontecimientos históricos de nuestra época. El planteamiento de Evola no difiere sustancialmente de aquel de Guénon en relación a la dicotomía existente entre dos modelos antagónicos de masonería, motivo por el cual éste no entendió nunca que Guénon se mostrase contrario a sus conclusiones. Por otro lado, Evola aplicó las interpretaciones del pensador francés en torno a la consideración de la masonería actual como el fruto de los residuos psíquicos de antiguas tradiciones degeneradas o desaparecidas, así como el poder que susodichos restos pueden operar sobre la materia. Frente a las interpretaciones de Evola, Guénon no responsabiliza directamente a la masonería en relación a la subversión moderna y la degeneración de nuestros tiempos, sino que apunta a causas cíclicas o cósmicas que se remontan más allá de los tiempos históricos, exonerando de toda responsabilidad a la masonería o a los hebreos. Guénon siempre se mantendrá alejado de este tipo de interpretaciones y seguirá sosteniendo que la masonería es una organización iniciática legítima, aunque haya degenerado.
Sin embargo, la masonería y las interpretaciones en relación a ésta, a nivel simbólico e iniciático, desarrolladas por René Guénon, no encontraron una adhesión entre aquellos miembros de la propia masonería, que, como en el caso del destacado masón Eugen Lennhoff, rechazaron la afirmación guenoniana de que tras el simbolismo masónico permanecían ocultos secretos de naturaleza religiosa. Para este autor masón la masonería era depositaria de otro tipo de conocimiento «esotérico», pero éste tenía un carácter indudablemente ético, en virtud del cual no era ni comunicable ni expresable. Al mismo tiempo, considerando la masonería como custodia de misterios, así como de un modelo antropológico propio sobre el origen y el destino del hombre, elimina todo vínculo de continuidad con la masonería antigua, aquella operativa reivindicada por Guénon. Los únicos orígenes que reconoce Lennhoff son influencias rosacrucianas y pansóficas, y más allá de éstas ciñe el desarrollo de la masonería a la formulación liberal bajo el espíritu de tolerancia y democratismo que caracteriza a la destructiva masonería moderna. Es evidente que estas conclusiones, que eran representativas de la masonería, eran contrarias al punto de vista de Guénon, y que venían a justificar las teorías de Malynski y la idea de que el liberalismo, el humanitarismo y la tolerancia tenían una matriz común en la masonería. Para el autor de origen polaco, la masonería se encuentra en las antípodas del Cristianismo, y además desarrolla tentáculos capaces de influir en los ámbitos más dispares.
Más allá de la masonería, y centrándonos en el Cristianismo, Guénon siempre mantuvo que el retorno al Catolicismo era la única posibilidad de que Occidente recuperara su propia tradición. A este respecto confirió a la Iglesia Católica una cierta autoridad, aunque bien es cierto que el propio Guénon reconocía que solamente la Iglesia Ortodoxa tenía una regularidad tradicional incontestable, pese a que siempre se mantuvo bastante prudente en sus juicios de valor sobre las iglesias orientales. Y en este punto hay una divergencia importante respeto a Julius Evola, que en todo momento mantuvo una postura de desafío frente a la Iglesia Católica, y dudó de su capacidad para reconstruir un orden tradicional europeo. Del Catolicismo solamente apreció la etapa correspondiente al Medievo, cuyo aspecto positivo y tradicional atribuyó siempre y exclusivamente a los pueblos germánicos a través del llamado Catolicismo gibelino, en lo que fue un intento de reconstituir cierta forma de Tradición primordial expresada bajo la forma del Rex Pontifex, y siempre en perjuicio de los intereses de la Iglesia romana. El Cristianismo siempre es objeto de juicios negativos y opiniones peyorativas en el pensamiento de Evola, y lo asocia indefectiblemente a formas de espiritualidad meridional y desviadas. En el caso de Guénon encontramos conclusiones diametralmente opuestas, ya que el pensador francés encontró fundamentos simbólicos e iniciáticos en la reconstitución tradicional de la Europa posterior a la caída del mundo greco-romano y su tradición, proveyendo a sus pueblos de una doctrina providencial.
Para Evola, en cambio, el advenimiento del Cristianismo significó el síncope de la Tradición Occidental, y el punto de partida de la decadencia y degeneración de Europa. Resulta llamativo que el pensador romano se remita al simbolismo del asno, que aparece asociado en diferentes parábolas a la vida de Cristo, como una forma de expresión de las potencias ínferas representadas por la doctrina de su fundador y el sentido contrainiciático de las mismas. Giuliano Kremmerz también establece unas conclusiones similares en torno al simbolismo del asno, con la sombra de su cabeza proyectada sobre la multitud en un gesto de bendición episcopal, como expresión terrible y del carácter ínfero del Cristianismo. De todos modos sus conclusiones son diferentes a las de Evola, y cree que el Cristianismo tuvo un efecto positivo al reconstruir los antiguos cultos precristianos tras su caída. En este sentido las acusaciones de adoración al asno que son dirigidas a los cristianos son juzgadas como falsas por Guénon y atribuidas a los misterios tifónicos y al dios egipcio Seth, y el pensador francés recuerda que en la India es montado por Mudevi, que es la representación infernal de Shakti. No obstante, y a pesar de exonerar a los cristianos de toda culpa, reconoce el carácter contraproducente que tiene el uso del simbolismo del asno por los aspectos oscuros que introduce. El estudioso de las religiones Marius Schneider considera que este símbolo es positivo en sus aspectos esenciales y establece una distinción respecto a la cabeza y la máscara del asno, tras la cual considera que se encuentra la figura del egipcio Seth. La misma identificación del asno con Cristo no tiene para Schneider ninguna connotación negativa. El rebuzno, por ejemplo, nos reconduce al mundo sonoro primordial expresando de esta manera el vínculo entre lo divino y lo humano, así como el existente entre el tiempo eterno y el tiempo presente. Según las teorías del autor francés Jean Robin, por ejemplo, se transmite desde Egipto a partir del mito de Seth hasta el Cristianismo pasando por el hebraísmo. Mientras Osiris y Horus representan al mundo sometido a las fuerzas del devenir, a la muerte y la continua regeneración, para Robin Seth representa las el no-ser y las tinieblas superiores, y por ello es el destructor de las apariencias ilusorias que ocultan la realidad suprema. Éste tendría una función axial respecto a aquella horizontal de Osiris. En este sentido sería el símbolo del dios supremo. Lejos de las atribuciones que tiene el asno en el Cristianismo, donde tiene unas funciones oscuras y maléficas, de espiritualidad invertida o contrainiciación, para Robin, el asno cumple una función iniciática y escatológica.
Luego tenemos a aquellos que hablan del simbolismo que el asno expresa a través de su sombra, que según algunos no vendría a expresar sino un signo de uso común en nuestros días, como es el signo de la victoria con los dedos índice y medio formando una V. Este símbolo fue popularizado en su momento por Aleister Crowley, de cuya figura y pensamiento siempre se desprenden efectos negativos. Louis Gardet y George C. Anawati consideran que en el siglo IV d. C el Cristianismo expulsa de su seno todo mito relacionado con el esoterismo intelectualista mantenido con vida por la gnosis heterodoxa durante sus primeros siglos de existencia. Para Clemente y Orígenes la gnosis está en la Tradición de la Iglesia y no se opone a la jerarquía visible que ésta representa. De hecho los dos críticos vienen a confirmar las ideas que Guénon tenía sobre el Cristianismo primitivo, especialmente en aquellos aspectos que tienden a distinguir la fe de la gnosis de la religión exotérica abierta a todos de la doctrina esotérica reservada a la élite.
En definitiva, Guénon mantiene un discurso bastante positivo sobre la Iglesia Católica y sus posibilidades de convertirse en la organización capaz de vehiculizar la recomposición de la Tradición en Occidente. La Iglesia Católica debería ser el sostén y apoyo de la nueva élite espiritual restituyendo la doctrina sin cambiar en absoluto la forma religiosa. Sin embargo el propio Guénon es consciente de la poca conciencia existente dentro de la Iglesia para acometer este papel y recuperar la unidad esencial del Catolicismo con otras formas espirituales anejas. Las ideas que Guénon tiene respecto a esta función del Catolicismo en Occidente no tiene absolutamente nada que ver con otras corrientes tradicionalistas que se adhieren a la doctrina, respecto a las cuales debía tener un conocimiento reducido o sesgado, alejándose tanto del integralismo como del exclusivismo católico de Malynski y Poncins. En teoría, la restauración de la tradición occidental supondrá un movimiento de mayor abasto donde se dará un encuentro, un cierto ecumene, entre ésta y las tradiciones hindú e islámica a juicio de René Guénon.